Crónica de un disparate

Alguien tendría que haberles explicado a los socialistas navarros la primera de las reglas en una partida de ajedrez: por mucha capacidad de iniciativa que despliegue un jugador, si le han tocado las negras tendrá que resignarse a que el movimiento de apertura lo hagan las blancas.

Alguien tendría que haberles explicado a los socialistas navarros la primera de las reglas en una partida de ajedrez: por mucha capacidad de iniciativa que despliegue un jugador, si le han tocado las negras tendrá que resignarse a que el movimiento de apertura lo hagan las blancas.

Nadie lo hizo y las elecciones del 27 de mayo fueron un disparate desde el momento del recuento. El candidato Puras olvidó su promesa de campaña: que nadie contara con él si el PSN quedaba en tercer lugar entre los partidos navarros. Apenas hecho el recuento, el tercer hombre cambió de convicciones: hizo el movimiento de apertura y a partir de ahí dijo una cosa y su contraria. Se propuso como presidente y negoció (a escondidas, incluso) con Nafarroa Bai, mientras no negaba la posibilidad de llegar a un acuerdo con UPN sobre la base de asumir él la presidencia. Llegó a un acuerdo con los nacionalistas que se estrelló, no contra las divergencias programáticas, sino contra el reparto de carteras. Entonces, sin solución de continuidad, se propuso como cabeza de un Gobierno de concentración, sostuvo que «la opción preferente del PSN es la repetición de las elecciones» y afirmó después que estaba buscando la fórmula para permitir que UPN gobernase en minoría.

Después de que Miguel Sanz y Carlos Chivite cambiaran condiciones (diez contra siete) para llegar a un acuerdo que permitiera la investidura de Sanz, el comité regional de Navarra, con nocturnidad y por sorpresa, anuncia que ha llegado a un acuerdo con Na-Bai e IU para formar Gobierno, pide a Zapatero que no vete su pacto y anuncia que todos los miembros de la dirección del PSN dimitirán en bloque si Ferraz veta la decisión de los socialistas navarros.

Fernando Puras y Carlos Chivite acudieron el pasado viernes a cambiar opiniones con la permanente de la ejecutiva federal. Fueron oídos y, sobre todo, oyeron. Salieron del garaje en coche, sin dimitir y sin decir ni Pamplona a los medios de comunicación. Los periodistas oyeron la explicación de José Blanco: «No se dan las condiciones suficientes para gobernar con Nafarroa Bai», sin explicar cuáles eran dichas condiciones.

Mientras, Zapatero se fue a festejarla a Parla, con el nuevo secretario general del PSM. Allí, en una rueda de prensa sobre el futuro de Parla y de su alcalde, Tomás Gómez, soslayó las preguntas sobre la reunión de Ferraz y sostuvo con mucho aplomo que no podía responder a la pregunta «por prudencia», al no «estar al tanto» del desarrollo de la misma: «No he recibido ninguna llamada y no puedo garantizar información».

Hasta aquí la aventura equinoccial de los socialistas navarros en busca de Eldorado institucional, de un poder que les redimiese de la década ominosa que el otrora primer partido de Navarra llevaba arrastrando desde Urralburu, Roldán y Otano.

¿Tenía el PSN alguna instrucción, alguna pista de la dirección del PSOE? Alguna. Zapatero dijo el 4 de junio, durante debate sobre el Estado de la Nación: «Confío en que los socialistas navarros sabrán orientar las ganas de cambio que tiene la sociedad navarra. Pero permítame que sea coherente y deje que sea el PSN quien tome la decisión sobre los acuerdos de Navarra». Dos semanas más tarde, en una reunión de la ejecutiva federal del PSOE, insistió en la idea: «Los socialistas navarros harán lo mejor para Navarra, para España y para el partido». Olvidó decir: «No por su propia voluntad». Completan las previsiones presidenciales para el futuro de Navarra otras dos expresiones que hicieron fortuna en su día: «Navarra está donde tiene que estar» y «Navarra será lo que los navarros quieran», expresión esta que recuerda su promesa en el Palau de Sant Jordi: «Aceptaré la reforma de Estatuto que proponga el Parlamento de Cataluña».

La vicepresidenta del Gobierno explicó tras el Consejo de Ministros del 1 de junio: «Tiene que quedar bien claro que la decisión sobre el Gobierno de Navarra la toman los representantes legítimos de los navarros. Eso es así, eso es la democracia. Desde luego, en el Gobierno respetaremos esa decisión al ciento por ciento».

El secretario de Organización del PSOE escribió el 18 de junio en su diario de navegación: «Los socialistas navarros tomarán la mejor decisión para Navarra y los socialistas los apoyaremos. Pero creo que el principal culpable de los problemas de UPN es el señor Rajoy. ( ) En todo caso, UPN no gobernará en Navarra con los votos ni con la abstención de los socialistas».

Sólo hay una explicación que dé sentido a tanto despropósito: ETA anunció la ruptura de la tregua el 5 de junio y el Gobierno ha acabado de convencerse de que tarde o temprano convertirá el asunto en hechos con algún asesinato. Afrontar las generales con asesinatos y unos socios navarros presionando para cumplir su programa es un reto que desborda al propio presidente Zapatero.

Santiago González, El Correo, 6/8/2007