Cuadro clínico 1: el diseño territorial

VICTORIA PREGO, EL MUNDO 07/07/13

Victoria Prego
Victoria Prego

· La reunión en Granada del Consejo Territorial del PSOE, en la que el partido ha hecho una propuesta de reforma constitucional, es un intento de restañar las heridas del desencuentro con el PSC. Pero hay también una base que explica que, 34 años después de la aprobación de la Constitución, sigamos dándole vueltas al diseño territorial del Estado.

Tras una decena de largas conversaciones con hombres que, a la muerte de Franco, contribuyeron a poner en pie la democracia de hoy, éste de la España autonómica ha sido sistemáticamente señalado como uno de los graves problemas que enturbian nuestro futuro.

La fórmula no ha funcionado, eso ya no lo discute nadie. La prueba la tenemos todos los días delante de los ojos. Por muchas transferencias que se hayan llevado a cabo, por muchas competencias del Estado que se hayan cedido, ahí están los nacionalistas de Cataluña, antes moderados y ahora radicales independentistas, agitando el victimismo como supremo argumento para la secesión.

Y, de momento no, pero en cuanto les sea posible y atisben alguna garantía de éxito, tendremos también a los nacionalistas vascos secundando la senda que les falló con Ibarretxe, pero que ahora intenta abrir de nuevo a dentelladas el republicano Junqueras seguido a trompicones por el aturdido Mas.

La fórmula no ha funcionado y, sin embargo, puede que sea la única factible. Lo que es imposible es intentar desmontarla ahora a base de reducir el nivel competencial de la mayoría de las comunidades para que sólo queden unas pocas brillando en su diferencia y en su superioridad relativa. Esa pretensión debe ser desechada. Es irrealizable.

La decisión de hacer las cosas como hoy las tenemos fue de Adolfo Suárez. Él mismo advirtió personalmente a Josep Tarradellas que estaba dispuesto a dar a todas las regiones de España el mismo trato político que dispensaba a Cataluña cuando pactó con el líder catalán que asumiera la presidencia de la Generalitat como representación de la futura autonomía. Tarradellas intentó resistirse a ese proyecto igualitario, pero Suárez no cedió.

Así que, cuando la Constitución fue aprobada, ya estaban funcionando los llamados entes preautonómicos y se había abierto un camino que difícilmente podía tener marcha atrás. No fue, por tanto, la Constitución quien hizo el diseño que conocemos. La Constitución lo reconoció y trató de regularlo. Pero la decisión fue anterior y fue política. Y ahora debemos admitir que, ni la decisión, ni su desarrollo constitucional, ni su plasmación normativa, ni el pacto político que subyacía a todo ello, ha salido bien. La descentralización ha sido un acierto, aunque necesitado de múltiples correcciones. Pero la apuesta histórica ha salido rematadamente mal.

Lamentablemente, la propuesta del Partido Socialista, que aún deberá detallar, llega 35 años tarde. A estas alturas, un modelo federal clásico, incluso con esa innovadora españolización del federalismo asimétrico, ha quedado del todo superado por las pretensiones nacionalistas de catalanes y vascos. Y no digamos de los independentistas.

Porque, para empezar, en un Estado federal, por muy asimétrico que se pretendiera hacer, las leyes generales se imponen sin discusión a las particulares cuando éstas entran en contradicción con el Derecho producido por la Administración central. Y no hay más que leer el titular de portada de EL MUNDO de ayer mismo para saber por qué no hay federalismo que valga en esta España de las autonomías que ha llegado tan lejos, tan lejos, que permite que presidentes de comunidades autónomas intenten el amedrentamiento normativo del Gobierno central: ahí tenemos al gran Artur Mas advirtiendo al Gobierno que no tolerará que se imponga por ley la unidad de mercado. Esas cosas en un Estado federal no pasan. No pasa en Alemania, no pasa en EEUU y ni siquiera pasa en Suiza, que dicen que es una confederación pero que, en realidad, funciona como una federación como todas las demás.

Y no sólo no pasa eso. Es que, en caso de que se alcance el punto de choque entre el Estado federal y un Estado federado, el primero tiene, en todos los países civilizados del mundo, la potestad de asumir las competencias del segundo para garantizar el cumplimiento de sus decisiones. Igualito que aquí, donde, con sólo mencionar el artículo 155 de la Constitución, que prevé justamente esa posibilidad, todos nos echamos las manos a la cabeza como si estuviéramos ante la amenaza de un golpe de Estado más descarado aún y más antidemocrático que el que acaba de producirse en el Egipto de Mohamed Mursi.

Por eso, y por más cosas –para qué hablar de las sentencias del Tribunal Supremo olímpicamente incumplidas, y aquí no ha pasado nada– el modelo federal que ahora trae a colación el PSOE es tardío e inservible. Sólo le sirve al partido que ha elaborado la propuesta. Le sirve para engrasar sus relaciones con un PSC que no sabe hacia dónde orientarse. Y le sirve al propio PSOE para tener un proyecto político que ofrecer a un electorado que no tiene de momento nada que llevarse a la boca para recuperar las mínimas energías políticas que puedan acabar transformándose en papeleta electoral. Pero a España no le sirve. El proyecto se le ha quedado viejo.

Pero que el problema del modelo territorial español está ahí, abierto en canal y con pésimas perspectivas, eso es un hecho, y en algún momento habrá que abordarlo. Puede que sea inoportuno ponerse ahora mismo, en plena crisis económica, a abrir la discusión sobre una reforma constitucional. Pero nadie puede permitirse el lujo de ignorar que éste es un asunto básico cuya solución –si es que es alcanzable alguna, que puede que ni siquiera lo sea– es imprescindible para encarar el futuro de España. Y no sólo imprescindible: la creciente ofuscación y las tensiones que llegan a oleadas desde Cataluña lo convierten también en una cuestión urgente.

No ha habido ni uno sólo de los personajes entrevistados por EL MUNDO en los últimos dos meses y medio que no haya señalado este fallo orgánico como uno de los más amenazadores para el país. No es el único. Hay muchos otros empeorando el pésimo cuadro clínico español. Los iremos enumerando.

VICTORIA PREGO, EL MUNDO 07/07/13