Daniel Innerarity: «Todas las generaciones nacionalistas han actualizado su discurso, salvo ésta»

«Lo que intentó Imaz en el PNV, alguien lo tendrá que hacer tarde o temprano; puede que él mismo», reflexiona el intelectual vasco en esta entrevista. También dice que «listos y tontos los hay en todas las adscripciones ideológicas. Lo que es incompatible con la cultura es una identidad vivida con estrechez o sectariamente, y eso también lo hay en todas partes».

El filósofo vasco Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) recibirá mañana el Premio de Humanidades, Artes, Cultura y Ciencias Sociales de Eusko Ikaskuntza-Caja Laboral, un galardón instituido en 1995 que, antes que él, ha recaído en nombres como Julio Caro Baroja, Eduardo Chillida, Maité Lafourcade, Bernardo Atxaga o Gregorio Monreal. Considerado por ‘Le Nouvel Observateur’ como uno de los 25 mejores pensadores del mundo, es profesor en las universidades de Zaragoza y la Sorbona y tiene algunas de las principales distinciones en el campo del ensayo, como el Premio Nacional de Literatura o el Miguel de Unamuno.

Colaborador habitual de EL CORREO, las tesis de Innerarity sirvieron de inspiración para gran parte de la política modernizadora que Josu Jon Imaz trató de introducir en el PNV. Hoy, piensa todavía que uno de los problemas del partido jeltzale es la falta de actualización del «discurso nacionalista, algo que han ido haciendo todas las generaciones anteriores, salvo esta última». ‘Le futur er ses ennemies’ es su último libro, publicado primero en francés.

-Hace unos días participó en unas jornadas en un monasterio de Barcelona en torno al entendimiento entre los intelectuales y los políticos, al que asistieron entre otros Felipe González, Jordi Pujol y Josu Jon Imaz. ¿Quién ganó, ustedes o los políticos?

-Ganamos todos, como ocurre cuando no hay cámaras delante. Quedó claro, a mi juicio, que tanto el modelo de un intelectual que le dice las verdades al poder como el de un político que adopta decisiones soberanas son cosas del pasado. Hoy en día lo que tenemos es una colaboración entre dos formas de incertidumbre, cada una con sus lógicas, para combatir juntos la creciente complejidad del mundo. Al conocimiento no le corresponde tanto producir certezas como institucionalizar la incertidumbre como principio para la producción del saber. Y el político tiene que aprender hoy a jugar un juego de soberanías compartidas, en un mundo en el que hay varios niveles de gobierno, sociedades civiles activas y unas interdependencias especialmente intensas.

-Mañana recibe en San Sebastián un premio con el que la cultura vasca valora a profesionales con currículos excepcionales y que hayan contribuido al desarrollo cultural de Euskadi. ¿Hacia donde camina esta sociedad?

-Hay una especie de euforia tecnológica y científica que no viene acompañada por el reconocimiento que las humanidades y las ciencias sociales deberían tener en una sociedad avanzada. Por eso creo que el acento que Innobasque (Agencia Vasca de la Innovación) está poniendo en la innovación social es una perspectiva muy prometedora. Hace falta que todos entendamos que no hay verdaderas transformaciones económicas si no se realizan las correspondientes transformaciones sociales y que la ciencia sin cultura es una forma de analfabetismo.

Decisión y pluralismo

-«El mundo de la cultura es peligroso para el nacionalismo». ¿Comparte esta afirmación?

-La identificación nacional en este país está igualmente repartida que la cultura; listos y tontos los hay en todas las adscripciones ideológicas. Lo que es incompatible con la cultura es una identidad vivida con estrechez o sectariamente, y eso también lo hay, aunque cada vez menos, en todas partes. El nacionalismo como búsqueda compartida, en positivo, no está reñido con el viajar, como suele decirse, sino que se adquiere viajando. Ese tipo de afirmaciones generalizantes forma parte del problema de convivencia que tenemos. Es esa falta de matiz, de sutileza y de equilibrio lo que está en el origen de nuestro entendimiento.

-¿Por qué en Euskadi da la impresión de que las víctimas del terrorismo están perpetuamente faltas de encaje dentro de la sociedad? ¿No se las acaba de admitir?

-El aprendizaje a convivir con una herida tan sangrante no es una cosa fácil, pero actualmente no me cabe ninguna duda de que se ha asentado en esta sociedad el compromiso de darles el reconocimiento que merecen. Creo que su utilización partidista o su falta de reconocimiento son cada vez más residuales y es muy amplia y compartida la opinión de que son una pieza central de nuestra convivencia.

-¿Cuántos consejos le ha dado al lehendakari Ibarretxe?

-Unos cuantos. Y supongo que habrá oído otras muchas voces. Siempre que he dado un consejo a un político, aunque estuviera muy seguro, le he dicho acto seguido: «Escucha otras opiniones». Al final, son los políticos los que tienen el peso de la decisión, los que tienen la legitimidad y quienes cargan con la enorme responsabilidad que asumen.

-Usted alertaba en un artículo periodístico del peligro de que la clase política añadiera más problemas a los que realmente tiene la ciudadanía. ¿Es lo que ha ocurrido con la consulta?

-Hay un exceso de táctica en este país y las estrategias de largo plazo son casi inexistentes. Tanto entre quienes defienden como entre quienes están en contra de la consulta yo veo demasiado interés electoral y poco interés en abordar algunos asuntos de fondo. La consulta no los resolvería, pero después del 25 de octubre y de las elecciones de primavera, estarán ahí esperándonos.

-Como filósofo, ¿podría explicar qué significa ese concepto del derecho a decidir que propugna Ibarretxe y cuyas dimensiones nadie parece terminar de entender?

-Siempre he preferido otras formulaciones de esa idea. Personalmente prefiero entender que los vascos tienen derecho a todo el autogobierno posible en un horizonte de convivencia y al ritmo que la propia sociedad vasca demande, como lo ha formulado Urkullu (presidente del PNV). De esta manera, la capacidad de decisión no aparece como contradictoria con el pluralismo interno de la sociedad vasca.

-¿Puede el lehendakari y, por inaccion, el PNV, arriesgarse a agotar la paciencia del ciudadano medio, que compone la masa votante efectiva, con ese enrocamiento en la consulta?

-No soy quien para hablar en nombre del ciudadano medio. Lo que me parece es que la agenda política vasca es pobre, limitada hasta el aburrimiento. Y en ese temario reducido se mueven con gran comodidad unos y otros, recitando un argumentario sin apenas variaciones. Parece que en este país no hay pobres, estudiantes o mujeres. Sus problemas son invisibles. No digo que no se gobierne para ellos, sino que el debate público sobre sus problemas es prácticamente inexistente. Hay pocas reflexiones de fondo, aunque también hay que reconocer algunos esfuerzos muy interesantes, como Innobasque, el Think Gaur del PNV o la Comisión de Futuro de las Juntas Generales de Guipúzcoa.

-Por cierto, ¿qué tal el otro día con Imaz en Cataluña? A usted le señalan como uno de los inspiradores principales de la renovación del PNV que él propugnaba cuando dirigía el EBB.

-Josu Jon Imaz es suficientemente inteligente y bien relacionado como para disponer de muchas fuentes de inspiración. Lo que intentó hacer lo tendrá que hacer, tarde o temprano, alguien. Puede que sea él mismo. Se trataba de actualizar el discurso nacionalista, algo que han ido haciendo todas las generaciones anteriores, salvo esta última. Esas cosas, o las haces o te las hacen.

-¿Qué grado de culpa tiene el Gobierno de Zapatero en esta situación de crisis económica internacional?

-Nuestra inserción en contextos globales disminuye el mérito cuando las cosas van bien y la culpabilidad cuando van mal, lo que no significa que no haya nada que hacer, en uno y otro caso. A mí hace tiempo que ya no me escandaliza el que Gobierno y oposición vean las cosas desde la perspectiva que les resulta más rentable electoralmente. Y creo que la mayor parte de la ciudadanía sabe que ese antagonismo es algo estereotipado. Cuando se está en el Gobierno se es optimista y la oposición habla un lenguaje pesimista. Este es el juego y todos lo sabemos.


«La prevención de riesgos no ha funcionado en la crisis»

-¿Cómo se ve desde la filosofía la crisis económica?

-Es una incitación a pensar de nuevo las categorías con las que entendemos el mundo contemporáneo. Entramos en el tiempo de las ‘catástrofes normales’, como decía un filósofo americano. Tenemos que acostumbrarnos a vivir en un horizonte de mayor incertidumbre. No tenemos instrumentos para gobernar racional y democráticamente el riesgo global. Los problemas son globales y las soluciones son desesperadamente locales.

-¿Cómo es posible llegar a una situación de cuasi catástrofe financiera mundial sin que gobiernos ni bancos se hayan aparentemente percatado?

-Han funcionado muy mal los sistemas de advertencia y prevención de riesgos. Para mí, sigue siendo un enigma que los mercados financieros no acaben de sacar las conclusiones de una historia saturada de burbujas especulativas con consecuencias desastrosas. Tenemos muy reciente la crisis de la economía informática y no hemos aprendido la lección de que entonces se nos anunciaba una nueva era económica muy prometedora. Cuando domina la euforia financiera, la hipótesis de una crisis parece lejana y, por tanto, incapaz de provocar las reacciones que aconsejaría la prudencia. Hay una explicación antropológica: los profetas de las malas noticias no son nunca bienvenidos. Pero hay también una explicación ideológica y es que los defensores de la teoría de la eficiencia financiera llevan mucho tiempo diciendo que el mercado no se equivoca nunca y celebrando ‘la sabiduría de las masas’. Y eso desincentiva la creación de instrumentos de regulación.

-En cualquier caso, la crisis nos advierte de que el peligro está ahí. ¿Nos volverá eso más inestables o más temerosos en el futuro como sociedad? ¿Empezaremos a vivir con pánico?

-Estamos en un horizonte de desconfianza tras una época de relajamiento de las normas de crédito. La búsqueda desaforada de liquidez ha tenido su origen precisamente en el contagio de la sospecha. Lo que todo esto pone de manifiesto es que no sabemos todavía detectar, gestionar y comunicar los riesgos globales.

EL CORREO, 13/10/2008