De Santiago a Riad

EL ECONOMISTA 03/08/13
NICOLÁS REDONDO TERREROS

El gravísimo accidente ferroviario ocurrido en Santiago ha provocado, como no podía ser de otra forma, una extraordinaria conmoción en la sociedad española. El número de muertos, el de heridos, el que haya sucedido justo cuando los gallegos se disponían a celebrar el día del patrono nacional -con un papel sobresaliente en la historia de España en su interminable lucha contra el Islam y en la Europa cristiana; recordemos a Feijóo en sus «Glorias de España»: tan unidos estaban los intereses del cielo y los de España, que en los mayores ahogos de España se explicaba como auxiliar suyo el cielo.
¿Qué grandeza iguala la de haber visto los españoles a los dos celestes campeones Santiago y San Millán mezclados entre sus escuadras?-, y el que haya sido fácil definir la responsabilidad personal, han sido factores que han contribuido a la explosión de solidaridad humana. Como siempre, la reacción de la población más cercana y de toda la sociedad española ha sido contundente, recordándonos que los españoles definimos nuestro perfil nacional mejor en momentos de dolor, de grave crisis o de conmoción sentimental, que en la ordinaria rutina, marco en el que aparecen todos los sectarismos, inimaginables en otros lares.
¡Sí!, la búsqueda de la verdad ha sido el motor del progreso desde la antigua Grecia, pero detrás de esa interminable y desesperada investigación humana se encuentra la necesidad de seguridad. Y en estos tiempos, en los que parece que hemos dado una vez más un salto revolucionario en el conocimiento y en su propagación con las nuevas tecnologías -como en la Grecia antigua cuando se creó un mercado de libros o con la invención de la imprenta, en ambos casos acompañados de grandes avances científicos, de derrumbamiento de viejas certezas y de la aparición de nuevas verdades-, la exigencia de seguridad absoluta se convierte en reivindicación corriente.
En ese anhelo humano poco o nada se diferencian los españoles de sus vecinos. La diferencia no reside, por lo tanto, en estos comportamientos comunes a la mayoría de los seres humanos; si quisiéramos a pesar de todo ir en la búsqueda de estas desigualdades, sólo las encontraríamos en las formas de su exteriorización. Sin embargo, con la diferencia nos topamos al observar que el dramático accidente pone, a juicio de la sociedad española, en entredicho la imagen de España en el exterior y más concretamente en este caso nuestro potencial en la industria ferroviaria.
Efectivamente, durante estos días tan cercanos al accidente de Santiago nuestras infraestructuras, nuestra tecnología y nuestra industria han sido sometidas a una crítica morbosa. Tertulias indocumentadas, plataformas populistas o columnas periodísticas dictadas por las urgencias, han pasado del dolor y la solidaridad con las víctimas a mostrar inseguridades múltiples y un desasosiego pesimista que parece indicarnos con resignada satisfacción que el siniestro ferroviario muestra lo que en verdad somos, pareciera que en Santiago hemos llegado al fin de un espejismo, de un sueño que nos situaba donde no teníamos razones para estar.
Los españoles necesitamos continuos apoyos para mantener nuestras quebradizas seguridades y en esta ocasión éste ha venido de Arabia Saudí y de un consorcio para construir tres líneas del metro de Riad, liderado por una de las grandes empresas españolas, FCC. Durante este largo fin de semana la crítica destructiva, basada en la falta de convencimiento en nuestras capacidades, nos hacía creer que todo estaba perdido para nuestras empresas, fuera en Moscú o en Brasil; pero una realidad dispuesta a alterarse menos que nuestro humor se ha impuesto tan inevitable como sorprendentemente para algunos.
No es extraño que el consorcio presidido por Fomento de Construcciones y Contratas se haya impuesto, pocas empresas cuentan con su experiencia en construcción, infraestructuras, construcción de ferrocarriles y metros, gestión del agua y servicios. Es más, entre las que pueden competir y compiten de hecho con la empresa de Esther Koplowitz nos encontramos, y en el exterior no es ninguna sorpresa, con otras españolas con parecido mérito. Para la grandísima obra de la ampliación del Canal de Panamá, adjudicada finalmente su construcción a otra gran empresa española, compitieron varios conglomerados nacionales, y son numerosas las líneas de metro de grandes ciudades de Europa, América y Asia construidas por este conjunto de importantísimas empresas. A ellas podemos sumar dos grandes bancos, una compañía telefónica que se convierte en líder ni más ni menos que en Alemania, una gran empresa energética con domicilio en Bilbao que extiende su actividad por Escocia, EEUU e Iberoamérica y por supuesto Inditex, que nos permite ver los rótulos de Zara por todo el mundo; acompañadas todas ellas por un gran número de medianas empresas con vocación internacional.
No son buenos los momentos que nos toca vivir, la crisis nos ha golpeado con fuerza inusitada, pero no estamos inermes como en otras ocasiones. España ya no es el país atrasado, ensimismado, que oscila entre las grandes hazañas y la siesta, a veces parece que somos prisioneros de esta antigua imagen, pero la realidad es muy distinta.