Desafuero

ABC 16/06/13
IGNACIO CAMACHO

La derogación del concierto vasco puede servir como arbitrismo de barra de bar, pero carece de encaje político viable

EL concierto económico-fiscal vasco y navarro es una anomalía constitucional propiciada en su momento por el miedo a ETA y por una ingenua tentación apaciguadora de los constituyentes. Pero su derogación resulta inviable porque, además de exigir una reforma de la Carta Magna que hoy no es de ningún modo posible, desencadenaría un problema aún mayor en el muy desequilibrado modelo territorial y un complejo conflicto legal sobre los derechos históricos forales. Por más que en pleno siglo XXI resulte un incomprensible privilegio ventajista que dos comunidades se ausenten a la hora de pagar la factura del conjunto, el realismo político más elemental desaconseja la idea de aplacar las reivindicaciones catalanas abriéndoles a terceros una herida que de momento está cerrada.
Ésa ha sido, sin embargo, la ocurrencia del líder de los socialistas catalanes, que no halla el modo de situarse en una escena dominada por la histeria victimista del soberanismo rampante. Incapaz de encontrar la centralidad que siempre ha representado el PSC en Cataluña, Pere Navarro –que meses atrás había respaldado la creación de una fantasmagórica agencia tributaria propia– se dedica a propalar arbitrismos de imposible aplicación práctica para ganar audiencia entre la ruidosa y desquiciada alharaca del debate. Si el nacionalismo reclama un pacto fiscal similar al cupo vasco, la desorientada socialdemocracia responde con la propuesta de abolir la referencia del agravio. Todos moros o todos cristianos. Para la charla del bar puede servir el argumento pero está fuera de lugar en el marco de responsabilidades que se supone propio de la dirigencia pública. La política está para hallar soluciones, no para inventar el huevo de Colón como quien descubre que hace calor en verano.
Lo que consigue Navarro con su errática incomodidad en una situación que le viene grande, aunque Rubalcaba lo respalde como mal menor, es triturar lo poco de cohesión que queda en el PSOE como partido de Estado. Una organización que defiende modelos de nación distintos según la autonomía de cada dirigente se inmola a sí misma como alternativa de Gobierno. A los socialistas se les ha quedado corta la manta retórica del federalismo, con la que si se tapan los pies se descubren la cabeza. Tienen un problemón interno a escala nacional y otro singularizado en Cataluña, donde no saben dar con la tecla porque se resisten a probar con la simple defensa, progresista e igualitaria, de la nación española.
Y sí, es verdad que el cupo se ha convertido en un trato de favor inaceptable. El fuero, en una España quebrada por las desigualdades, ha devenido en cierto desafuero. Pero cuando un equipo sufre malos resultados porque tiene dificultades de liderazgo, de plantilla, de táctica y de estrategia no parece sensato sacudirse la responsabilidad impugnando las reglas del juego.