Desencuentros en la tercera fase (I)

JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 14/04/13

· El legado de Jordi Pujol Hoy, con más de 80 años, el hacedor de la Cataluña contemporánea empieza a comprender que su paso a los libros de historia no será como había imaginado.

En la primera fase era muy fácil identificar s e con las demandas catalanas. Los nacionalistas estaban entonces supeditados, enmarañados con el progrerío commeilfaut. Quien utilizara en los setenta las categorías esencialistas que hoy son moneda común iba a ser tenido por marginal. La «Assemblea de Catalunya» aglutinaba al grueso del último antifranquismo, siendo los objetivos políticos: un Estatuto de Autonomía, las libertades políticas de libro y la amnistía. Quien lo haya vivido lo recordará; los intentos de recrear aquellos años con atrezo de banderas esteladas, como en una reciente obra de teatro, dan vergüenza ajena. No se puede mentir así habiendo tantos testigos.

En la segunda fase se realiza, estrictamente, la construcción nacional. Los recelos del buen Josep Tarradellas contra Jordi Pujol, cuya «dictadura blanca» no se cansó de denunciar, estaban justificados. Años atrás, desde Banca Catalana, Pujol se había dedicado a invertir, literal–

Emente, en todo lo que se moviera. Sus patrocinados ocuparían cargos en cada partido del futuro abanico político local. Varios de los socialistas catalanes más destacados de la década de los ochenta habían llegado ahí gracias a que Pujol los había «liberado» antes de sus trabajos, en general docentes. Ya en el poder, a lo largo de casi un cuarto de siglo, Pujol esculpió su modelo de Cataluña. Hemos vivido en un ectoplasma de Pujol. La decisión de entregarse en cuerpo y alma a ese proyecto vital se remonta a la cárcel y a los primeros años sesenta. Nadie puede negarle el tesón. Como bien supo su esposa antes de serlo, Cataluña era lo primero, no ella ni la futura familia. Corriendo los años, un cierto sentimiento de culpa por no haber ocupado su lugar como esposo y padre restaría a don Jordi fuerza moral para fiscalizar los pormenores de la trama de intereses que doña Marta y sus hijos varones habían ido urdiendo a la sombra de un apellido abrepuertas y de una nación en construcción. Hoy, con más de ochenta años, el hacedor de la Cataluña contemporánea, el hombre que todo lo había previsto, el modelador de conciencias, empieza a comprender con gran desazón que su paso a los libros de historia no será como había imaginado. Una gran mancha que no supo o no quiso impedir acompañará por siempre su nombre.

En la tercera fase, el partido creado por Pujol en 1974 e identificado con la nueva Cataluña durante las décadas de los ochenta y los noventa, obedece ya al sucesor escogido por doña Marta, por su hijo Oriol – en cuya persona debería prolongarse la construcción nacional y consumarse la independencia– y por el círculo ínt i mo c o noci do c o mo e l pinyol (hueso de la aceituna y de otros frutos). Por razones de edad y de madurez, el pujolismo no iba a engarzar con otro pujolismo tras el paréntesis tripartito. El hijo designado para devolver el apellido a la presidencia no estaba listo y hacía falta un líder puente, con mucho de puente y poco de líder. Pensaron en ese técnico tan contenido, ese hombre sin apasionamientos, alguien que no había demostrado la menor inquietud política en los años setenta, cuando resistirse al huracán parecía casi imposible, un señor que hablaba en castellano en casa y que se llamó oficialmente Arturo hasta el año 2000, un administrador temporal, en fin, del patrimonio político convergente. Es decir, pujolista. Tal creyeron que iba a ser Mas. Pero el técnico neutro, contra todo pronóstico, tuvo un sueño después de una manifa. Cierto que ese sueño es nuestra pesadilla, pero también, de rebote, es la pesadilla de los Pujol. Continuará…

JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 14/04/13