El atractivo de los pueblos ricos

«Queremos más para vivir mejor». Al lehendakari no le importó desgranar sus reclamaciones con el sonido antipático del rico que exige directamente todo. Posiblemente, porque estaba hablando para su electorado: se trata de que «nosotros» vivamos mejor, no de que el conjunto de los españoles prospere o mejore.

Un ensayista alemán escribió que nada es más peligroso que la riqueza sin poder. Las palabras del lehendakari, Juan José Ibarretxe, en el Congreso de los Diputados, el pasado martes, parecían llevar al extremo esa misma sentencia: «Estamos a la cabeza del Estado en materia de renta familiar disponible, tenemos el máximo de ocupación que hayamos tenido nunca en nuestra historia, hemos creado más de 4.000 empresas en esta legislatura… somos más atractivos que nunca», explicaba el lehendakari ante el pleno del Congreso. «Somos un país moderno, avanzado económicamente», insistía. Queremos el poder. Todo el poder.

Todo lo que mostraba el lehendakari se ha conseguido, probablemente, con los actuales niveles de autogobierno y con el famoso Concierto Económico que permite al País Vasco quedarse con más recursos propios que, desde luego, Cataluña o Madrid. Pero no basta: «Queremos más para vivir mejor». Al lehendakari no le importó desgranar sus reclamaciones con el sonido antipático del rico que exige directamente todo. Posiblemente, porque estaba hablando para su electorado y porque tiene claro lo que le ofrece: se trata de que «nosotros» vivamos mejor, no de que el conjunto de los españoles prospere o mejore. Y esa puede ser, sin duda, una gran motivación para los vascos (como para cualquier otro ser humano) a la hora de empuñar la identidad.

Que la riqueza reclame todo el poder es posiblemente injusto, pero explicable. Lo extraño es que la izquierda se haya perdido tan completamente que ya no sea capaz de distinguir de qué se trata y que, como Ezker Batua, se limite a proclamar una vaporosa «solidaridad». A veces se añora, no sólo en Euskadi, sino en todo el mundo, un movimiento político de izquierda que sea capaz de arrancar de cuajo esa palabra de su vocabulario y que hable de otra cosa: por ejemplo, de cohesión o de apoyo. Porque solidaridad significa simplemente la adhesión circunstancial a la causa de otro, algo perfectamente compatible con tu ejercicio absoluto del poder, mientras que cohesión busca reunir las cosas entre sí y apoyo supone proteger y ayudar a otro, hacer que algo descanse sobre otra cosa. Por eso el lehendakari asegura que su proyecto es solidario. Porque cuesta muy poco, mientras que la cohesión y el apoyo mutuo exigen, justamente, compartir ese poder absoluto que él tanto ansía para Euskadi.

Quizás ya sea tarde para explicar a muchos votantes vascos y vascas el sentido, y los límites morales, de la frase del alemán Ernest Junger. Quizás ahora lo más inteligente sea pedir a esos votantes que analicen con cuidado dónde reside la mejor posibilidad de que se abra una negociación que les permita salir del embrollo actual y que les garantice su «buena vida» (Incluso que permita extenderla a aquellos no nacionalistas que no se sienten ahora en absoluto partícipes del festín). Ese será, probablemente, el núcleo duro de la próxima batalla electoral.

Es posible que quien convenza a los electores de que representa el dialogo entre Vitoria y Madrid tenga asegurado un gran puñado de votos, quizás el decisivo. Por eso el lehendakari adelantó la fecha de las elecciones y por eso lanzó el mismo miércoles el lema de su campaña: «Por la negociación». Ibarretxe, el PNV y sus aliados lucharán con todas sus fuerzas para hacer creer a los vascos que la única forma de impulsar una negociación es reforzar su mayoría en el Parlamento de Vitoria. Quienes se les oponen tendrán que librar esa misma batalla: hacer creer a los electores que, por el contrario, son ellos quienes representan la esperanza, la negociación desde la legalidad y el diálogo entre nacionalistas y constitucionalistas.

Y explicarles que, aunque es cierto, como decía Marlene Dietrich y sin duda piensa el lehendakari, que «hay una gigantesca diferencia entre ganar mucho dinero y ser rico», la razón está en quienes aspiran, sobre todo, a un gran convenio dentro de una sociedad en calma.

Soledad Gallego-Díaz, EL PAÍS, 4/2/2005