El encaje (de Cataluña en España) y otros engañabobos

JAVIER RUPÉREZ, EL IMPARCIAL 20/09/13

Javier Rupérez
Javier Rupérez

· Tan eficaz es la deformación ideológica y lingüística del nacionalismo catalán que la solemne tontería de preguntarse por un “mejor encaje de Cataluña” en España ha llegado a ser adoptado, posiblemente en los que los británicos llaman “a fit of absence of mind” —es decir, en momentos de despistes temporales o inducidos, pero siempre graves- por (ir) responsables gubernamentales españoles. Que también han tenido la ocurrencia de mostrar admiración por la kilométrica verbena de la Diada. Así, como dicen los castizos, no nos hacen falta enemigos: con los amigos nos bastan.

Como en el colegio, ministros y los que no lo son, incluyendo naturalmente jefes de la oposición, nacionalistas que no osan decir sus nombres y otros acomplejados, deberían escribir mil veces en la pizarra de la decencia nacional que el encaje de Cataluña en España está definido en la Constitución de 1978. Y punto pelota. Como muy oportunamente ha venido a recordar el recientemente ascendido a padre de la patria José Luis Corcuera, al cantar las verdades del barquero a sus espantados e incómodos conmilitones, que en efecto se divierten apostando por aquello del “derecho a decidir” sin saber explicar que es lo que quieren decidir.

En el guirigay nacional que forman los escandalosos nacionalistas y los silenciosos gubernamentales, estremecido en los ecos de las grandes crisis nacionales que creíamos para siempre desterradas de la vida de España, y que deberían convocar a las plumas redivivas de Pérez Galdós y Valle Inclán, multitud es la de los ciudadanos que fuera y dentro de Cataluña, en toda la piel de toro, piden a los tancredianos mandamases que hagan lo que los toreros —dicho sea con perdón del nacionalismo anti taurino por antiespañol- :parar, templar y mandar.

Parar la diaria insumisión de que hacen gala las autoridades de la Generalitat catalana, empeñados en convertir esa región en un territorio exento en el que la legalidad constitucional española ha sido remitida al limbo de lo inexistente, para burla del Estado de Derecho y escarnio de los ciudadanos que habían creído en sus derechos a ser asistidos en su aspiración de ser pacíficamente catalanes y españoles.

Templar en la convencida explicación de los méritos que tienen la centenaria convivencia española, en las ventajas que encierra una Constitución basada en la libertad de las personas y no en la identidad de los territorios, en los beneficios de la casa grande y abierta frente a las oscuridades de las pequeñas y angostas. Y también en la prolija descripción que contiene la secesión y sus brutales inconvenientes: ¿Quién le habría vendido a Mas y compinches la burra de que Europa les espera a la vuelta de la esquina bailando Els Segadors y barretina enhiesta?

Y mandar, democráticamente eso sí, porque para eso están los ejecutivos: para satisfacer con equidad y justicia las necesidades de todos los ciudadanos por igual, sin excepciones ni privilegios. Y es precisamente en ello donde demuestran su capacidad o la falta de la misma. Una sociedad avanzada no puede concebir que una parte minoritaria de la misma reclame a perpetuidad derechos inexistentes con las pataletas que caracterizan a los niños malcriados. El “Basta Ya” que corajudamente mantuvo una parte importante de la sociedad civil vasca frente a la barbarie del terrorismo nacionalista de ETA debería ser hoy también grito de razón y cordura frente al desvarío independentista catalán. Tienen los españoles derecho y urgencia para reclamar que sus instituciones representativas encabecen la manifestación frente a los que pretenden acabar con la “patria común e indivisible”. La hora es tardía e incierto el horizonte pero todavía el momento de reclamar la tranquila ejecutoria de lo que Gramsci llamaba “el optimismo de la voluntad”. E incluso para proceder a salvar al catalanismo histórico de sí mismo. ¿O es que alguien viviría tranquilo pensando que el inquilino del Palacio de San Jaime es un tal Junqueras?

Javier Rupérez. Embajador de España

JAVIER RUPÉREZ, EL IMPARCIAL 20/09/13