El hombre del plan B

Rubalcaba, integrado en el reducido grupo de dirigentes del PSOE que marca su estrategia, se ha esforzado por integrar a sus compañeros en el ‘plan B’ frente a ETA, en especial a Jesús Eguiguren. Ahora debe volver a poner en marcha un plan B político que salve los muebles de un Zapatero hundido en las encuestas.

Cuentan en los aledaños del Ministerio del Interior que poco después de tomar posesión del departamento, con la tregua de ETA ya iniciada, Alfredo Pérez Rubalcaba reunió a algunos de sus colaboradores y les pidió un informe sobre el alto el fuego de la banda terrorista. El nuevo ministro fue informado de la situación del momento, de cómo se había llegado hasta allá y de lo que se esperaba. Y dicen que, después de escuchar, formuló una pregunta: «¿Y si todo esto sale mal, cuál es el plan B?».

Rubalcaba gestionó la tregua de la manera que es conocida. Defendió los contactos con ETA en aquel momento y todavía sigue defendiendo la conveniencia de haber hecho lo que se hizo: «no fue un intento inútil», asegura, y «no estaríamos aquí de no haberlo intentado». Pero cuando la banda terrorista rompió la tregua, el ministro puso en marcha el famoso plan B que todavía sigue aplicando y que consiste en no dar ni agua a ETA ni a su entorno, en no confiar ya en las palabras y en exigir el abandono definitivo de las armas antes de hablar.

El plan A no funcionó, pero la estrategia alternativa fue fundamental para llevar a ETA a la situación de acorralamiento en que se encuentra y para abrir el conflicto de intereses entre la banda y su base social. Por eso, el ministro ha sido considerado por ETA en estos últimos años como su auténtica bestia negra, junto con el consejero Rodolfo Ares.

Fue el plan B el que, en gran manera, ayudó a Zapatero a salir del pozo en que había hundido con sus optimistas declaraciones de la víspera del atentado de Barajas, el que le sirvió para recuperar iniciativa política y el que contribuyó no poco a la victoria del PSOE en las elecciones de 2008.

El nuevo vicepresidente, uno de los miembros del reducido grupo de dirigentes del PSOE que marca la estrategia del partido, se ha esforzado por integrar a todos sus compañeros en la nueva línea frente a ETA, en especial a Jesús Eguiguren, protagonista principal del diálogo con la banda en 2006. En él pensaba cuando escribió el discurso contemporizador, con citas de la poetisa polaca Wislawa Szymborska, que pronunció al recoger el premio de la Fundación Ramón Rubial el pasado mes de junio. La mano tendida hacia Eguiguren no ha evitado que los dos dirigentes socialistas hayan expresado algunos desacuerdos en público y en privado. Estos últimos desarrollados con más vehemencia que los públicos.

Rubalcaba cultivó una relación especial con Josu Jon Imaz cuando este último era presidente del PNV, relación entre dos químicos que fue mucho más allá de lo político, hasta consolidar una sólida amistad personal. El ministro ha mantenido esa relación con el actual presidente nacionalista, Iñigo Urkullu, con quien conversa a menudo sobre la estrategia antiterrorista, empeñado como está en que el PNV se mantenga alineado con la actual política frente a ETA. Desde la sombra, ha tenido mucho que ver en el reciente acuerdo alcanzado con el PNV.

Desde que el Gobierno aprobó los drásticos recortes económicos para salir de la crisis, Alfredo Pérez Rubalcaba ha sido uno de los pocos miembros del Ejecutivo que han conservado su popularidad y su buena valoración social. Y eso que en los momentos más duros, recién anunciados los recortes, fue uno de los primeros que salió a dar la cara, a tratar de explicarlos ante los ciudadanos y, sobre todo, a dar argumentos a sus compañeros de partido para levantarles la moral en aquella situación.

Ahora, desde la Vicepresidencia Primera del Gobierno, tiene por delante el reto de volver a poner en marcha un plan B político que salve los muebles de un Rodríguez Zapatero hundido en las encuestas.

Florencio Domínguez, EL DIARIO VASCO, 21/10/2010