El inexistente ‘modelo confederal’ del PNV

EL CORREO 08/05/14
JAVIER TAJADURA TEJADA, PROFESOR TITULAR DE DERECHO CONSTITUCIONAL EN LA UPV-EHU

· Todo nacionalismo, basado en una patológica exaltación de la diferencia, reclama un tratamiento singular

El PNV ha anunciado recientemente su voluntad de abrir un «proceso de diálogo, negociación y acuerdo» para reformar el Estatuto político de la comunidad autónoma y ha señalado, expresamente, el «modelo confederal» como referente para articular la relación del País Vasco con el resto de España. El nacionalismo vasco aspira así a lograr el reconocimiento de una nación vasca en el marco de una «España confederal». Sobre esta propuesta cabe hacer dos observaciones.

En primer lugar, hay que subrayar –y aplaudir– que frente a la deriva del nacionalismo catalán, embarcado en una operación de desestabilización del Estado y de la Unión Europea, el PNV rechaza emprender vías unilaterales, que en el mejor de los casos sólo pueden conducir a un callejón sin salida, y en el peor a conflictos cuya gravedad e intensidad no podemos prever. El PNV opta por la negociación y por el diálogo, por el respeto al Estado de Derecho, y excluye así cualquier tipo de desbordamiento de la legalidad.

En segundo lugar, es preciso advertir que el supuesto modelo de referencia, el ‘Estado confederal’ ni existe ni ha existido nunca en ningún lugar y en ninguna época. Lo que han existido y existen son ‘confederaciones de Estados’. Pero la confederación no es un Estado sino una organización internacional que se crea en virtud de un tratado internacional. Los miembros de la confederación conservan su soberanía y su independencia y, por ello, pueden salirse de ella si lo creen oportuno, de la misma forma que un Estado puede abandonar cualquier organización internacional de la que forme parte. El objetivo de la confederación se limita a la cooperación en las materias previstas en el tratado, normalmente de tipo económico y militar.

Los modelos históricos de ‘confederación de Estados’ son tres: la Unión de las trece antiguas colonias norteamericanas desde el 5 de noviembre de 1779 hasta la puesta en marcha de la Convención de Filadelfia; la Confederación Helvética desde 1803 a 1848; o la situación de los ‘länder’ alemanes hasta la creación del imperio guillermino y la aprobación de la Constitución de 1871. Y digo modelos históricos, porque las tres confederaciones desaparecieron para ser reemplazadas en las fechas indicadas por auténticos Estados federales. ¿Por qué? Porque los miembros de la confederación se dieron cuenta de las insuficiencias, limitaciones, y contradicciones del modelo confederal. Un modelo que, por estar basado en el derecho internacional, en la exigencia de unanimidad para su reforma y en la provisionalidad permanente, no permitía el grado de centralización necesario para resolver los problemas de la época. Ello determinó que se tomara la decisión de sustituir el tratado fundacional de la confederación por una constitución que creara un Estado único, pero de naturaleza federal, esto es, que reconociera la autonomía política de los Estados integrantes. Estados que conservaron este nombre pero dejaron de ser soberanos e independientes. Mediante la aprobación de la constitución federal, los Estados miembros renunciaron a su derecho de secesión puesto que todo Estado, incluido el de tipo federal, es una ‘unión perpetua’. La guerra civil norteamericana resolvió de una vez y para siempre las dudas que sobre el carácter indisoluble del Estado federal pudieran existir. Ni Estados Unidos ni Alemania habrían alcanzado nunca sus niveles de desarrollo político y económico de no haber reemplazado la ‘confederación de Estados’ por el ‘Estado federal’. Lo mismo cabe decir de Suiza, que aunque por tradición conserva la denominación oficial de Confederación Helvética’ es un auténtico Estado federal.

La experiencia histórica es concluyente. La confederación de Estados es una organización internacional que, o bien acaba transformándose en un Estado federal como ha ocurrido en los tres casos señalados, o bien termina disolviéndose, desapareciendo así del escenario de la historia. Esta es precisamente la encrucijada en la que se encuentra la Unión Europea, que es una confederación de Estados. La Unión Europea está mucho más centralizada de lo que lo estuvieron las confederaciones históricas pero no ha dado todavía el paso de convertirse en un Estado federal.

Desde esta óptica hay que recordar al PNV que España no podrá nunca –ni siquiera mediante una reforma constitucional– convertirse en un ‘Estado confederal’ porque tal tipo de Estado no existe. Que, a pesar de ello, la Constitución de 1978 ya reconoce la existencia de un vínculo confederal entre el País Vasco y Navarra y el Estado. Vínculo limitado al ámbito tributario, pero cuyo potencial desestabilizador del Estado en su conjunto por la sensación de agravio comparativo que genera no puede ser obviado. Como ocurre en las Confederaciones de Estados, Navarra y el País Vasco tienen competencias para establecer y recaudar sus tributos y únicamente transfieren al Estado una parte de su recaudación para contribuir a las cargas del Estado (como si fuera una confederación). Que, al margen de ello, sus legítimas demandas de autogobierno tienen encaje en el marco de un Estado federal dentro del cual el País Vasco dispondría de estructura de Estado.

La razón por la que el nacionalismo vasco rechaza el modelo federal –y apela a un inexistente modelo confederal– es su rechazo al principio de igualdad federal. La ideología de todo nacionalismo, basada en una patológica exaltación de la diferencia, reclama siempre un tratamiento singular. La búsqueda de una fórmula que permita un reconocimiento de esa singularidad que sea suficiente para el nacionalismo vasco (y catalán) y aceptable por el resto de los españoles es tarea muy complicada, pero debe ser afrontada sin dilación.