El mal ya está hecho

LIBERTAD DIGITAL 16/11/12
Antonio Robles

Gane o pierda Artur Mas en las elecciones del día 25, el mal ya está hecho. Aunque el sentido común de la mayoría neutralice el proceso a la independencia, el envite habrá sembrado miedo, aumentado la división familiar, cultural, lingüística y nacional, roto los lazos afectivos entre partidarios y detractores de España y alimentado una frustración en dos generaciones de jóvenes educados en el odio a España imposible de disolver.

Ese será el primer triunfo del independentismo, haber creado las condiciones emocionales para hacer irreversible el desentendimiento entre españoles. Quienes han inducido a aquéllos a creer que el sueño de la independencia depende de su sola voluntad, sin riesgos ni esfuerzos, sin trabas constitucionales ni oposición internacional, olvidaron recordarles que en democracia el respeto a la legalidad lo es todo. Se les olvidó recordarles que en un Estado democrático de Derecho no hay atajos, ni sus fundamentos jurídicos se cuestionan con manifestaciones masivas ni elecciones ordinarias, por mucho que se crean que sus sueños son la democracia misma y España el mal contra el cual vale todo. Ya no es posible metabolizar esa frustración alimentada de emociones, y más pronto que tarde el niño consentido se hará insoportable. Incluso para su padre Arturo.

Me ha sorprendido que los argumentos de los secesionistas se hayan centrado únicamente en los beneficios económicos de la ruptura con España. Si así fuera, ¿acaso alguien podría alegarlos para quedarse con la mejor parte del botín sin estafar los legítimos derechos del resto de los ciudadanos españoles? La viabilidad económica no demostraría nada, sólo el egoísmo más reaccionario de los que más tienen.

Lo paradójico es que ni siquiera los argumentos económicos le son favorables. Todo indica que, al menos en una generación (15 años según Ortega y Gasset), viviríamos mucho peor. Para los que ya tenemos una edad, el resto de la vida. Pero lo que me sorprende aún más es que sus detractores se hayan dejado llevar a ese terreno de discusión, como si la cuestión se redujera a la viabilidad económica y no al respeto al Estado de Derecho y a la soberanía compartida, que en último extremo es una racionalización jurídica de millones de sentimientos culturales, familiares, lingüísticos e históricos, cuya destrucción provocaría inevitablemente desgarros.

Es duro haber asistido a lo largo de los últimos treinta años a la invención de este enfrentamiento, sin que los responsables de evitarlo hicieran nada. El camino inverso que, en Sudáfrica, llevó a Nelson Mandela a renunciar a la venganza contra los responsables del apartheid, para construir una nación de ciudadanos libres e iguales sin importar el color de la piel, el idioma o los abusos del pasado. Él tenía todas las razones para levantar trincheras y exigir responsabilidades, y no lo hizo; él utilizó los sentimientos deportivos para unir corazones, llenó estadios para diluir rivalidades, excitó emociones para disolver viejos rencores; al contrario que el nacionalismo catalán, dispuesto siempre a utilizar el Camp Nou para inventar diferencias y excitar odios. Es la diferencia entre quienes creen en la humanidad y quienes la utilizan para levantar muros y parcelarla en tribus.

Afortunadamente, el independentismo de Artur Mas no logrará la mayoría absoluta; suerte tendrá si consigue consolidar los 62 diputados que actualmente tiene. Pero, desgraciadamente, la estrategia tramposa de la Cataluña eternamente ofendida bastará para asegurar el poder a las 400 familias burguesas que, según el corrupto Félix Millet, dominan Cataluña.