El mundo roto

Entre cualquiera de las versiones del pensamiento único y el limbo de la buena conciencia se encuentra el mundo real roto y escindido.

Alguna de las definiciones más al uso del postmodernismo apunta a la dificultad de las personas que viven en las sociedades actuales para construir un mapa de la realidad social en la que viven que les sirva de orientación suficiente: la mayoría nos movemos con fragmentos de mapas, dada la imposibilidad de hacernos con una imagen unitaria del mundo en que vivimos. Escribe Claudio Magris, hablando de la literatura de las tres primeras décadas del siglo XX, que dicha literatura refleja una realidad en disolución a causa de la especialización de las ciencias.

A esa disolución de la realidad, a esa dificultad de hacerse con una imagen unitaria y total de la realidad le responde una forma de comportamiento de las personas en las sociedades actuales igualmente rota, escindida y necesitada de unificación. No es absurdo pensar que muchas de las propuestas éticas que imperan en estas sociedades responden a la necesidad de encontrar algún elemento sobre cuyo eje pueda ser reconstruida una imagen de realidad potencialmente entera y unitaria. Se trata de las éticas llamadas de tema único, aquellas éticas que no resultan de una cosmovisión completa, sino que asumen una única cuestión de forma unilateral, en torno a la cual pretenden forzar una ética completa.

Sabiendo que ya no es posible poseer una imagen completa de la realidad, se invierte toda la capacidad de sentimiento ético en una única cuestión, con la esperanza de que a partir de esa inversión exclusiva será posible construir toda una realidad ética del mundo. Contra el aborto, contra el tabaco, contra la contaminación, contra la pérdida de la diversidad de las especies, contra el agujero de ozono, contra la guerra, contra el terrorismo… En todos estos movimientos se encierra la esperanza de poder superar la deconstrucción de la realidad a la que ha abocado el desarrollo de la cultura moderna.

En el campo del arte, el minimalismo, la abstracción absoluta, el serialismo en música, la mímesis sarcástica de determinado realismo representan modos de enfrentarse a la imposibilidad de construir una imagen entera de la realidad, de responder a la ruptura de la imagen de la realidad. En literatura, la deconstrucción del tiempo de la narración y del sujeto de la narración también ha pretendido reflejar esa misma dificultad de construir una imagen completa de la realidad.

Todos los esfuerzos por reconstruir a partir de un único tema la unidad de la realidad albergan peligros de totalitarismo. Todos esos esfuerzos, no sólo algunos -el pensamiento único nunca viene solo; siempre viaja con su doble-, conllevan una carga de violencia contra la diversidad de la vida y de la realidad. A veces la forma más adecuada de responder a esa pluralidad irreductible de la realidad es reflejándola por medio de lecturas, ideas e imágenes sueltas, sin pretensión de conformar una estructura unitaria, sin pretensión de conformar un argumento capaz de englobar el conjunto de la realidad.

En una entrevista concedida por una de las hermanas de Hans y de Sophie Scholl -ambos miembros de un grupo de resistencia antinazi en Múnich, ejecutados por Hitler después de un juicio sumarísmo el año 1943, paradigma de la muy minoritaria pero posible resistencia antinazi-, dice lo siguiente: «Sophie estaba ya antes (de la Segunda Guerra Mundial) totalmente en contra de los nazis. Un día antes de la declaración de guerra por parte de Inglaterra fuimos ella y yo a pasear a lo largo del Danubio. Le dije: ‘Ojalá no haya guerra’. Y ella me respondió: ‘Al contrario. Ojalá haya guerra ahora. Espero que alguien declare la guerra a Hitler’. En esto era mucho más decidida que Hans (su hermano)» (Der Spiegel, 7-2003).

Uno de los mejores analistas de la historia de Alemania que conduce a Hitler, uno de los mejores analistas del régimen nazi y de Hitler mismo, Sebastian Haffner, coloca como cabecera de su ‘Historia de un alemán. Recuerdos, 1914-1933’ la siguiente frase de Goethe: «Alemania no es nada. Un alemán es mucho». El mismo Haffner dice que una de las raíces del régimen nazi y de Hitler se halla no tanto en la experiencia de quienes participaron en la Primera Guerra Mundial y en sus ansias de revancha, o en su glorificación de la guerra, sino en la experiencia de la guerra como un juego de quienes eran niños a lo largo de la contienda del 14: aquellos niños acostumbrados a pensar en términos de juego sobre la terrible realidad de la guerra (como quienes entre nosotros aprenden en la escuela, como si de un juego se tratara, el conflicto de Euskadi con España) son los cimientos del régimen hitleriano.

Uno de los elementos que más llama la atención en el análisis de Haffner sobre Hitler es el paralelismo con el que, según él, identifica Hitler su propia biografía con Alemania. Hitler no da ninguna constitución propia a Alemania. Hitler no pretende apuntalar su poder con apariencias constitucionales, con apariencias de creación de algo que se pueda parecer a un Estado. Hitler vive Alemania como su propia biografía. Hitler quiere resolver el destino de Alemania en su propio tiempo vital. La realidad de una sociedad, la realidad institucional de una sociedad, queda reducida a una biografía, a un tiempo de vida. Hitler implica la destrucción, no al final de la tragedia, sino en sus mismos comienzos, de toda institucionalización, de todo lo que implica ser Estado. Las instituciones y los Estados existen, sin embargo, porque se separan de la subjetividad de las biografías y de los tiempos vitales, y por eso pueden ser marco de garantía del derecho y de la libertad.

Otro fragmento de Magris: «Ningún sistema es una garantía total contra la corrupción y la componenda, pero cuanto más amplio sea el contraste -y desvinculado de las relaciones inmediatas- tanto más fáciles de eliminar son las escorias e incrustaciones que tienen relieve sólo al estar circunscritas. Ninguna lavandería asegura una limpieza auténtica y absoluta, pero si se lavan los trapos sucios en familia el riesgo de volverlos a encontrar manchados es mayor.

Toda endogamia -toda pretensión de identidad pura- es asfixiante e incestuosa… En una astilla puede estar el mundo, pero ésta es algo si no es sólo una astilla sino el mundo».

Recientemente nos ha dolido nuestra astilla. Hemos reaccionado contra el cierre judicial provisional de ‘Euskaldunon Egunkaria’. Es lícita la pretensión de ver en esa astilla el mundo. Pero tan lícita es la sospecha de que entre esa astilla y el mundo se interpone la incapacidad de condenar explícitamente la violencia de ETA, la voluntad de ver en la astilla del euskera el mundo a condición de que éste se deje redefinir desde la subjetividad absoluta que reina en el mundo de la astilla euskera.

¡Qué torpeza la de quienes desde la distancia madrileña han terminado ordenando el mundo sobre el eje exclusivo y único del terrorismo de ETA! Pero torpeza sobre todo porque no se dan cuenta de que hasta qué punto con ello lo único que hacen es ofrecer una coartada fácil a los que no pretenden otra cosa que renegar de su responsabilidad política y refugiarse cómodamente en el limbo de la buena conciencia, un espacio en el que ni el nacionalismo ni el euskera tienen nada que ver con lo que realmente sucede en la sociedad vasca, en la que todo está contaminado por la violencia.

Pero entre cualquiera de las versiones del pensamiento único y el limbo de la buena conciencia se encuentra el mundo roto y escindido, difícil pero humano de las responsabilidades políticas. Pero ahí no quiere estar nadie.

Joseba Arregi, EL CORREO, 28/2/2003