El pasado

El problema de las opciones políticas que no reconocieron la Transición ni la Constitución, o de quienes ahora parece se quieren desenganchar, no es que estén anclados en el pasado; es que el pasado -recreado con un victimismo fantasmal- es para ellos el presente. Cuidado con jugar con las vidas de nuestros antepasados. Ojo con esa caja de Pandora.

Marx dijo, y creo que lo copió de algún otro, que el pasado pesa sobre los vivos lo que las losas sobre las tumbas de los muertos. Supongo que con esta fórmula retórica que asusta un poco nos quería decir que dependemos demasiado de las cosas que ocurrieron en el pasado, sobre todo de las que tenemos en la memoria. Precisamente en este año declarado de la memoria, tras el primer sofocón se empieza a tomar el asunto con serenidad y a darse pasos con la objetividad necesaria, como que haya un nombre para Indalecio Prieto en la estación del Norte de Bilbao o que la Diputación Foral de Alava haya hecho un homenaje al diputado general republicano, Olarte, asesinado en plena contienda civil. Un homenaje promovido nada menos que por el PP, cosa, me temo, que no se lo va a agradecer nadie, ni los ajenos ni mucho menos los propios.

Pero gestos de esta naturaleza se tenían que hacer, cosas sensatas que favorezcan la verdad y que alrededor de ellas se reafirme la reconciliación. Ayuda que aquí la gran manipulación política de la memoria histórica no se hace en el enfrentamiento entre republicanos y nacionalistas españoles, sino que -y eso favorece a que los demás seamos más sensatos- se hace con martillo pilón, forzando la realidad, intentando mostrar que fue una guerra entre vascos y españoles.

Pero hay sectores políticos donde el pasado sigue siendo el presente, quizás porque no fueron conscientes de lo que supuso la transición democrática y su hija la Constitución, un tajo bastante severo respecto al pasado. Quizás se anclen en el pasado para intentar demostrarse a sí mismos que nada ha cambiado, que el cambio real es la soberanía. Cuando algunas veces queramos ser un poco perversos y juguemos con el pasado como aprendices de brujos, descubriremos que hay quien nos gana en ello y nos larga el pasado con la losa de mármol del mismísimo muerto en pleno rostro.

El delegado del Gobierno, Paulino Luesma, tras las duras declaraciones del portavoz del PNV en la Cámara vasca Xabier Agirre sobre la Guardia Civil, «en cuyo seno -declaró- hay grupos de personas que se han dedicado a la tortura, los golpes de Estado, el contrabando de drogas, las mordidas o el secuestro de olentzeros«, hizo público un comunicado en el que acusó al nacionalista de vivir «con rencor anclado en el pasado». Seguramente es una redundancia en la política española, porque el pasado es el campo abonado de los agravios, y los ramilletes de agravios producen un enfebrecido rencor. Todo este disparate al que me refiero fue causado por una moción del PP en la que pedía el agradecimiento al grupo de rescate de montaña de la Guardia Civil por los montañeros vascos salvados.

Desde hace años un elemento de separación entre la comunidad nacionalista y el resto, es decir, los no nacionalistas, era la apreciación que tenían hacia los cuerpos de seguridad del Estado. Poco a poco esa distinción se fue suavizando, quedando clara la del mundo de Batasuna, cuya opinión de la Ertzaintza no es mucho mejor que de la Guardia Civil. Hasta que, de nuevo, el nacionalismo se volvió a radicalizar y la opinión sobre este cuerpo se vuelve a convertir en un referente identificativo de su comunidad. Es decir, la Guardia Civil paga el pato.

El problema para las opciones políticas que no reconocieron la Transición ni la Constitución, o de algunos que ahora parece se quieren desenganchar, no es que estén anclados en el pasado, es que el pasado -un pasado muy particular recreado con un victimismo fantasmal- es para ellos el presente. Por eso hay que tener especial cuidado con jugar con las vidas de nuestros antepasados. Ojo con esa caja de Pandora. Dejemos que los del pasado sean los que lo quieren ser, porque así se demuestran que nada cambió. Mirémoslo nosotros, por el contrario, con objetiva benevolencia y preocupémonos por el presente, donde los agravios, si los hay, no parecen tan tremendos, porque la realidad es siempre más asumible y manejable que las falsedades inventadas con barnices añejos. Y dejémosles claro que el pasado, desde la Constitución, ya no es lo que era, porque en ella radica la convivencia.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 25/10/2006