El «proceso» vuelve al punto cero de partida

Ya sabemos que ETA no se disuelve y que se replantea pasar a mayores. ¿Vamos a volver a los atentados con muertos? De momento, le basta con recordar su existencia. Más adelante las cosas podrían cambiar. Lo importante es que el proceso está de nuevo en el punto de partida. ETA no va a desaparecer de nuestras vidas sólo porque Zapatero pida confianza.

El presidente Zapatero acaba de rearfimar su fe en que el proceso –dejémoslo así- no tiene vuelta atrás. Seguramente porque tampoco ha llegado a ningún sitio y ha vuelto al punto de partida.

Hace unos meses, dudábamos si ETA había decidido renunciar a la violencia y pasar los trastos al partido heredero de Batasuna. No parecía muy probable, pero como la incuestionable eficacia del Pacto Antiterrorista y de la Ley de Partidos había llevado a ETA-Batasuna a un punto muerto sin precedentes, también era aceptable esperar decisiones sin precedentes. Por ejemplo, que ETA eligiera desaparecer para salvar su tinglado político-social. En cualquier caso, la disolución tendría que ser pactada y con garantías de impunidad y permanencia para la trama de complicidades llamada “izquierda abertzale”.

Tal posibilidad era la que, como sospechábamos y luego se ha confirmado, ofrecieron a Otegi y compañía Jesús Eguiguren, Francisco Egea y algún otro emisario autorizado de Zapatero. Que dichos ofrecimientos se hicieran mientras estaba vigente el Pacto Antiterrorista y eran asesinados militantes socialistas no era, claro está, gran impedimento para políticos dispuestos al sacrificio de todos por su causa. Al contrario, las actuaciones policiales y las grandes movilizaciones sociales contra ETA eran el palo que añadía fuerza de convicción a la zanahoria del arreglo definitivo liderado por el PSOE. Todo indica que ETA aceptó un principio de acuerdo consistente en la formación de dos mesas extraparlamentarias, una con el Gobierno para los asuntos “técnicos” (desarme, presos y esas cosas), y otra Batasuna-partidos para imponer la autodeterminación y la territorialidad. Es indudable que los socialistas pensaban solucionar el envite con fórmulas como la que declara nación a Cataluña en el nuevo Estatuto de esa comunidad. Por ejemplo, introduciendo en el preámbulo del nuevo Estatuto vasco algo así como que “la mayoría de los vascos tienen derecho a decidir libremente su futuro dentro de la legalidad y de acuerdo con sus iguales de Navarra y otros territorios limítrofes”. Y todos tan contentos. Quién sabe: Patxi lehendakari y Zapatero por muchos años.

La suposición de que algo así pudiera no ya satisfacer a ETA, sino empujarle a la disolución, era un disparate entonces y ahora. La banda ha dejado muy claro en los sucesivos comunicados emitidos estos meses que no renuncia a sus exigencias de autodeterminación y territorialidad como derechos mínimos cuya aceptación por la otra parte es requisito para hablar de paz. Por si acaso, el breve y contundente comunicado del “Gudari-eguna” reitera que sus objetivos son los de siempre y que no depondrá las armas hasta lograr la independencia y el socialismo a la vasca -sea éste lo que sea.

ETA dice no

Al menos, ya sabemos que ETA no va a disolverse, y que ha establecido un plazo que concluye el 15 de octubre para replantearse la tregua. Si para entonces no hay fecha fija para constituir las mesas extraparlementarias y no se dan pasos para legalizar a Batasuna, el proceso podría volver al punto cero inicial. La lógica de la banda es de una simplicidad aplastante: quien cede una vez, y más cuando iba ganando, cederá ciento si se le aprietan bien las clavijas. ETA ha roto su propio alto el fuego con la extorsión económica y la kale-borroka, pero el Gobierno prefiere mirar a otro lado para no quedar obligado a dar por rota la tregua y actuar en consecuencia. Algo más sensato en todo caso que la estólida reiteración de los socialistas vascos pidiendo a la “izquierda abertzale” que “tenga la valentía” de condenar delitos que organiza, justifica y encubre.

Todo sugiere que el Gobierno piensa que ganará quien resista más tiempo sin inmutarse, repitiendo hasta las mismas consignas con la esperanza de obtener el desestimiento del rival. Táctica de probada eficacia en ciertas negociaciones entre gobiernos o partidos, pero equivocada con ETA. Primero, porque la banda no es un interlocutor ordinario. Segundo, porque el Gobierno soslaya que los terroristas sí se toman en serio las palabras, sin que les dé lo mismo autoderminación y territorialidad que nuevo Estatuto a la catalana y algún chanchullo en Navarra. Tercero, porque desde el momento en que aceptó la exigencia de las mesas extraparlamentarias, perdía sus mejores bazas para negociar con ventaja. Y cuarto, aunque no en último lugar por importancia, porque al marginar a la oposición y romper en la práctica todos los pactos suscritos con ésta, perdía la rotunda autoridad que da representar no a un partido, sino a un Estado apoyado por las instituciones y la sociedad.

Es cierto que la oposición del PP ha facilitado de modo extraordinario la estrategia zapaterista. En lugar de establecer un marcaje férreo a los hechos, ha preferido instalarse en el Muro de las Lamentaciones del “España se rompe” y “ETA ha ganado”, sin mucho más respaldo que sospechas y juicios de intenciones.

Así las cosas, el famoso proceso ha quedado completamente paralizado. Ya sabemos que ETA no se disuelve y que se replantea pasar a mayores si las concesiones son insuficientes. ¿Significa esto que vamos a volver a los atentados para producir muertes? No necesariamente. De momento, ETA calcula que le basta con recordar su existencia mediante la kale borroka y actos de impunidad como el vergonzoso espectáculo del Gudari-eguna. Más adelante las cosas podrían cambiar. Todo indica tambien que el Gobierno irá a las mesas que crea necesarias con la fe en que el tiempo, que todo lo cura, acabe también con esta plaga. Si pese a todo saliera mal, no habrá ningún escrúpulo en ofrecer la cabeza de los emisarios socialistas vascos, de mucha menor talla que la del sacrificado Maragall, acusando a la oposición de boicotear un proceso que el Gobierno tenía la obligación de intentar. Y podría colar. Pero lo importante es que el proceso está de nuevo en el punto cero de partida. ETA no va a desaparecer de nuestras vidas sólo porque Zapatero pida confianza.

Carlos Martínez Gorriarán, BASTAYA.ORG, 25/9/2006