El puenteo como problema de Estado

EL CORREO 06/10/13
PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, PROFESOR DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO EN LA UPV/EHU

Se ha producido un puenteo doble: el de los nacionalistas que puentean a sus homólogos del PP vasco y el de un dirigente del PP vasco (Alfonso Alonso) que puentea a su propia presidenta

Aunque la definición de puentear que aquí se utiliza solo aparece en la última edición del diccionario de la Real Academia, el hecho es conocido en la política española en general, y vasca en particular, durante toda la Transición: «Recurrir a una instancia superior saltándose el orden jerárquico». Y es tan conocido y, en sentido político, consustancial entre nosotros, que ya no nos sorprende. Los partidos nacionalistas en España buscan siempre los centros neurálgicos de los partidos de ámbito estatal, en lugar de entendérselas con los partidos sucursalistas de estos en sus respectivos territorios. Las razones del puenteo son múltiples.
Por una parte está la propia condición de los nacionalismos, que se entienden a sí mismos como los representantes políticos naturales en su concreto territorio que tienen que habérselas de igual a igual con la representación de otro país, como es para ellos España, que mantendría en el País Vasco una presencia como de prestado y provisional a través de sus partidos sucursalistas. Por tanto, la última referencia para un nacionalista con respecto de España es la de estos partidos sucursalistas: si trataran con ellos en exclusiva se quedarían sin la razón de ser de su política.
Tradicionalmente, y también es cosa archisabida, los gobiernos en España, cuando no han tenido mayoría suficiente en el Congreso, han necesitado de partidos minoritarios para estabilizar su gobierno. Y de ahí han surgido, al menos, dos consecuencias mayores para los nacionalistas. La primera es la que les ha permitido convertir una necesidad parlamentaria en virtud política, que acabó por identificar en toda España lo vasco o lo catalán con sus nacionalismos respectivos. La segunda, derivada de la anterior, les ha permitido la práctica a discreción del puenteo en sus territorios respectivos y sin limitación alguna, convirtiéndolo, con el tiempo, en seña de identidad de su política.
La reciente estancia de la vicepresidenta del Gobierno en Bilbao y el chusco episodio de su visita de cortesía a la sede del PP vasco, durante el tiempo justo para dejarse fotografiar por los medios y poder luego reunirse durante horas, en pretendido secreto, con la cúpula del PNV para tratar temas de Estado trascendentales, ha constituido el último ejemplo de puenteo conocido. Ejemplo de libro con dos agravantes añadidos: uno, que una mayoría absoluta del PP en las Cortes no haya podido prescindir del puenteo, lo que da idea de la inercia del fenómeno, y, dos, la presencia de Alfonso Alonso, líder del PP alavés, en la comisión que ha acompañado a la vicepresidenta, que produce un caso de puenteo doble: el de los nacionalistas que puentean a sus homólogos del PP vasco y el de un dirigente del PP vasco que puentea a su propia presidenta.
La otra razón, por tanto, para la persistencia del puenteo entre nosotros reside en las dinámicas internas de los propios partidos de ámbito nacional, tanto PSOE como PP, que son los que habitualmente están en el Gobierno. Y si fuera otro el partido político de ámbito nacional susceptible de gobernar sin mayoría absoluta, ¿cabe pensar que desdeñaría el apoyo de los nacionalistas si estuviera en juego el poder político? Al fin y al cabo, para que uno puentee tiene que haber otro que se deje puentear. Y así como el problema está identificado, otra cosa muy diferente es poder evitarlo cuando lo sustancial de la política, que es el manejo del poder, se pone al alcance de la mano.
¿Es el puenteo consustancial a la política española? Desde luego para los nacionalistas es tan necesario como el oxígeno que respiran. Sin él quedarían convertidos en partidos regionalistas. ¿Se dan cuenta los partidos de ámbito estatal de lo sencillo que sería convertir, a través de la simple y radical anulación del puenteo, a los partidos nacionalistas en partidos regionalistas? Pero claro, para conseguir esto los partidos estatalistas tendrían que introducir en sus estructuras un principio de delegación de poder interno que parece muy difícil de adoptar, por lo que se ve. Ni siquiera el PSE, desde su estructura federal, consiguió evitar el puenteo. Y es que el problema es algo más profundo que una estructura de partido: es entender de una vez que, tanto en Cataluña ahora como durante toda la Transición en el País Vasco, estamos ante dos regiones donde se juega definitivamente el futuro de España. Y si desde los centros de decisión en España no se ve esto, la independencia de estos territorios estará cada día más cerca.
Consustancial con el puenteo es la continua sangría de líderes políticos que han salido del País Vasco desde las filas de los partidos de ámbito estatal y que luego han alcanzado puestos destacados en la política nacional, como si aquí nos sobraran los recursos humanos para hacer frente al desafío nacionalista. Euskadi es una comunidad política tan baqueteada durante toda la Transición que sus problemas deben afrontarse de modo excepcional, porque excepcional es su situación y algo que es legítimo en otro sitio, como hacer carrera política en Madrid, aquí produce unos efectos demoledores y deja el campo expedito a la práctica política nacionalista y a su técnica depurada del puenteo, a la que solo cabe hacer frente con garantías desde la experiencia y la madurez políticas.Este último puenteo, en pleno ‘nuevo tiempo’, con un PP vasco necesitado de lanzar un mensaje político potente con un trasfondo cultural importante, que venga a rebatir con argumentos sólidos los clásicos remoquetes nacionalistas, no ha podido ser más sangrante. Y refleja un vicio político que cabe calificar como problema de Estado: si el PP nacional no es capaz de entender que en la reunión de Soraya Sáenz de Santamaría tendría que haber estado Arantza Quiroga a su lado, el futuro del PP vasco está seriamente comprometido.