Elecciones para un tiempo de crisis

La historia se repite únicamente donde existe la voluntad de repetirla. La Unión Europea es la gran respuesta de Europa a los demonios del nacionalismo, la xenofobia, la depresión económica y la falta de solidaridad. La Unión debe rescatar del tesoro profundo de la historia y la cultura europeas los valores y las actitudes que pueden volver a dotarla de legitimidad y capacidad de acción.

Gran parte de los pronósticos sobre las elecciones europeas se han cumplido. Los resultados muestran un significativo avance del PP en España, un incremento del centro-derecha europeo con el derrumbe de los partidos socialistas en Europa y una inquietante mayor representación de partidos antieuropeístas y tendencialmente xenófobos en no pocos países, todo ello en el marco de una profunda desafección de los ciudadanos respecto a los partidos y la política en general. El fiel reflejo de una época de crisis, no sólo económica, sobre cuyas consecuencias finales no cabe en estos momentos todavía sino especular, pero cuya sombra de incertidumbre y morosidad se ha encarnado en estas elecciones en esa abstención, que obliga a plantearse muy seriamente cómo lograr la relegitimación del proyecto europeo. Nunca antes había sido tan palpable la necesidad de más Europa, y, en paralelo, también la obvia distancia de los electores frente a unas instituciones y unas políticas que han demostrado ser el instrumento más eficaz para solucionar el desequilibrio interno entre las potencias europeas que condujo a la continuada guerra civil del siglo XX, hasta acabar convirtiendo al continente en un erial. Las dudas actuales sobre la Unión Europea son dudas sobre la capacidad de Europa para seguir garantizando la prosperidad económica y social y el crecimiento económico de los últimos cuarenta años. ¿Quiere eso decir que la Unión Europea tras el fallido intento de lograr una Constitución que expresara con toda la carga jurídico-política de un texto constitucional los valores y la misión de Europa en el mundo, ya no es la adecuada para dar respuesta a las grandes preocupaciones inmediatas de los ciudadanos europeos: la crisis económica, la amenaza de la marginación social, la pérdida del sentido de pertenencia a una comunidad histórica y cultural, el miedo ante las exigencias de la globalización y la emergencia de nuevos focos de poder en el escenario mundial?

Los temores y frustraciones que han hecho que un número nada desdeñable de europeos y españoles hayan optado por quedarse en sus casas a la hora de votar o hayan expresado su protesta a través de siglas neo-nacionalistas, euroescépticas, o abiertamente partidarias de un desmantelamiento de los actuales organismos europeos son, en realidad, los mismos que condujeron al rechazo de los referendos sobre la Constitución europea en Francia y los Países Bajos -la inmigración, la mundialización, el deterioro de la cohesión social, la pérdida de identidad individual y colectiva-, agravados ahora por la crisis económica. La percepción de que la Unión Europea no ha sido capaz de actuar de forma concertada frente a la más grave crisis económica desde el crack del 29 y de que cuando han llegado las respuestas -cuyos supuestos efectos benévolos todavía están por verificarse- han sido crudamente nacionales, no ha hecho sino acentuar la sensación de relativismo y de individualismo. Como en la década de los años veinte y principios de los treinta, período con el que la situación actual presenta cada vez paralelismos más desasosegantes, una parte del electorado siente que los partidos políticos y el sistema que les da cobijo se degrada a grandes pasos. Cuando la política se convierte en la política de los escándalos y la corrupción, esa degradación erosiona a la democracia. Cuando los ciudadanos sienten que no merece la pena implicarse porque en cualquier caso todo a va a seguir igual, entonces la confianza en las instituciones se evapora. Como se ha escrito acertadamente en estos días, en no pocos ciudadanos se ha instalado la impresión creciente de que los Estados y los grandes partidos han secuestrado el interés ciudadano por Europa.

Nada más lejos de los orígenes del ideal europeísta que el cinismo, el escepticismo o la apropiación partidista. El poco respeto mostrado en algunos momentos por los partidos hacia lo que el Parlamento y las instituciones europeas significan, o el lamentable espectáculo de la cotidiana gresca partidista, son episodios todos ellos manifiestamente mejorables. Pero no nos engañemos. Es cierto que el esperpento acostumbra a ser un reflejo en el espejo -a veces deformado, en otras ocasiones despiadadamente fiel- de nosotros mismos. No deja de ser llamativo que el primer ministro italiano, posiblemente el dirigente político que más haya hecho por conseguir frivolizar estas elecciones, sea uno de los que mejor resultado nacional haya obtenido. Por lo que respecta al Parlamento Europeo, los resultados electorales auguran una mayor fragmentación interna y una notable dificultad para fraguar los consensos requeridos con el fin de actuar eficazmente como lo que esta Cámara desearía ser, un reforzado poder colegislativo junto con el Consejo de Ministros, una expresión articulada de la voz de Europa en el mundo, la representación del interés de los ciudadanos en un diálogo constructivo con la Comisión y el Consejo.

Se trata de un éxito importante del Partido Popular y, en particular, de su presidente, Mariano Rajoy, que se ha implicado muy personalmente en la campaña, así como del cabeza de lista, Jaime Mayor Oreja.

Sin duda que los resultados electorales pueden y deben también leerse en clave nacional, con lo que implica de consolidación esperada del Partido Popular y su dirección como alternativa sólida de Gobierno, y de confirmación de la inoperancia de Zapatero y el Partido Socialista en la crisis. Es el momento para que el Partido Popular actúe con capacidad de plantear de nuevo propuestas de salida de la situación actual, con iniciativas de reformas económicas, sociales, educativas y tecnológicas, que se adecúen de forma continuada a las diferentes dimensiones que va adoptando la crisis. Ante la magnitud del tsunami financiero y económico, no son pocos los españoles que hubieran esperado de los dos grandes partidos nacionales pactos ambiciosos en materia de educación, de investigación y desarrollo tecnológico, de política exterior y europea, de reforma en profundidad de la justicia y de mayor colaboración en la lucha contra el terrorismo y las amenazas internas y externas a nuestra seguridad. Se trata de seguir construyendo un país líder en el contexto mundial del siglo XXI, no de dejarse seducir por la retórica partidista del populismo.

La historia se repite únicamente allí donde existe la voluntad de volver a repetirla. La Unión Europea es la gran respuesta de Europa a los demonios del nacionalismo, la xenofobia, la depresión económica y la falta de solidaridad. La Unión debe rescatar del tesoro profundo de la historia y la cultura europeas los valores y las actitudes que pueden volver a dotarla de legitimidad y capacidad de acción en estos momentos. No caben las soluciones institucionales de parcheo ni la tentación de los subterfugios frente a sus ciudadanos. Debe de ser capaz de hablarles con convicción y con la seguridad de todos los muchos logros conseguidos hasta ahora. Si algo hace patente estas elecciones, es que la responsabilidad de los dirigentes políticos en Europa se ha acrecentado exponencialmente, y que los ciudadanos esperan más y mejor de ellos.

José María Beneyto, ABC, 8/6/2009