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Lorenzo Silva, EL CORREO, 21/6/11

Que a estas alturas algunos sigan ridiculizando al movimiento que ha dado en invocar como marca distintiva el 15M, también conocido como de los indignados, resulta tan miope como la actitud de quienes consideran que rotulando tres cartones, repitiendo tres eslóganes ingeniosos y acampando al aire libre, con la complicidad del buen tiempo, se puede imprimir al rumbo del país ese giro que no podemos postergar más.

Tienen motivo y es loable que después de tres años de inacción y silencio (o de rezongar en casa), miles de personas hayan salido a la calle a pedir a gritos esas cosas razonables que, con una praxis perversa, algunos se han empeñado en que consideremos ingenuas y/o disparatadas. Por poner dos ejemplos, que las decisiones públicas dejen de tomarse para proteger a una fracción ínfima de la población, a costa de hacer picadillo a tantos, o que, yendo a algo concreto, deje de gastarse un dineral en pagarles a los miembros amortizados de los partidos el sesteo en esa institución superflua y dilatoria llamada Senado. Quienes rechazan propuestas tales con el socorrido reparo representado por el adjetivo «imposible», acreditan su supina ignorancia de algo esencial: hoy convivimos, con toda normalidad, con cosas que un día algunos, o todos, consideraron imposibles. Muchas de esas cosas son, justamente, las que más nos satisfacen. Y están aquí porque un número suficiente de negadores de su imposibilidad luchó para que las tuviéramos.

La cuestión, llegados a este punto, es si el 15M, o lo que es lo mismo, quienes lo sienten e impulsan, se van a conformar con el papel de Pepito Grillo y con el gesto enfurruñado del disidente frente a las porras de los policías. Oponerse a lo establecido es una actitud tan digna, al principio, como confortable cuando quien la sustenta se instala en ella y renuncia a pasar de ahí. La verdadera y legítima indignación debe aspirar a movilizar la sociedad, o por expresarlo gráficamente, a estar detrás y no frente a los escudos de los defensores del poder público.

Se vienen encima unas elecciones. Como muy tarde, en marzo de 2012. Es verdad que mucha gente no acude a votar o vota desganada porque nadie le representa. Puede dejarse correr el tiempo para que en la próxima cita con las urnas toda esta gente vuelva encontrarse con el vacío. O trabajar para que en esa cita haya otras opciones. Nuevas y autónomas, o asumidas por los que ya están ahí, si se avienen a recapacitar y trabajar por los cambios necesarios. Tampoco esto es imposible, ni sería sensato descartar que uno o varios de los partidos actuales tomen conciencia del malestar y se apliquen a reducirlo. Después de indignarse, hay que encargarse. Si el 15M logra recorrer el trecho que media entre ambas reacciones, podrá hacer Historia. Si no, quedará en primaveral anécdota.

Lorenzo Silva, EL CORREO, 21/6/11