Entrevista a ibarretxe en Libération

Juan José Ibarretxe, nacionalista anti-ETA, presidente del Gobierno regional vasco, 51 años, se revuelve para que la separación con Madrid sea total.

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Ha decidido que los vascos decidirán sobre su futuro. Y eso se hará un día, cualquiera que sea la adversidad, a fe del nacionalista anti-ETA Juan José Ibarretxe. Dirige al Gobierno regional desde hace diez años. Pero el tiempo no importa si termina con la misión que parece haberle sido confiada, como el Moisés del pueblo vasco, resistiendo frente al “invasor” español.

Desencadena las hostilidades en 2001. Es el ‘plan Ibarretxe’: Euskadi, el País Vasco español, debe separarse de Madrid, sin estrépito, para convertirse en un “Estado libre asociado”. En ese momento Ibarretxe piensa en Québec. En 2005, el Parlamento español desestima su proyecto. Pero la fe desplaza montañas, y el responsable nacionalista prepara su “hoja de ruta soberanista”, un ‘plan Ibarretxe II’. No se sabe a ciencia cierta si piensa en la independencia o en una cosoberanía. Una cosa es segura: Euskadi es tan poco soluble en España como Kosovo en Serbia. Olvidando precisar que autonomía vasca es una de las más fuertes de Europa.

Este 27 de junio -mide sus palabras- “será un momento histórico”: el Parlamento vasco debería aprobar su proyecto de consulta popular, prevista para el otoño. Es decir, la puesta en marcha de un referéndum de autodeterminación de aquí al 2010. A priori es imposible, Juan José Ibarretxe lo sabe bien. Todo referéndum debe ser aprobado por Madrid. Ahora bien, para José Luis Rodríguez Zapatero (como sus antecesores Aznar y González), dos obstáculos se interponen: la existencia del terrorismo de ETA y el hecho de que una mitad de los vascos, no nacionalistas, se sienten ligados al seno español. Cuando proceda, Zapatero ha previsto recurrir inmediatamente al Tribunal Constitucional. ¿Entonces, por qué nuestro hombre se obstina tanto?

Este viejo zorro de la política pretende movilizar a sus tropas, mientras las elecciones se van acercando. Pero no es sólo eso. Ibarretxe cree en su destino. La de guía espiritual que debe conducir los vascos hacia la luz de la soberanía. El no lo dice, prefiriendo la lengua de madera de los políticos expertos, pero eso se lee en su mirada penetrante, en sus ojos de águila rapaz y en su paso de monje a la búsqueda del Grial. “En el fondo, está convencido de la legitimidad de sus pretensiones”, dice el analista vasco Patxi Unzueta. ¿Sobre qué bases? Él también crítico, el politólogo Antonio Elorza, suministra su versión: “Ibarretxe y los suyos creen en la existencia de un pueblo vasco milenario, dotado con una soberanía original que legitima la autodeterminación.”

El interesado no tiene ninguna animosidad, más bien al contrario. Juan José Ibarretxe es un hombre afable, muy afable, de risa honesta, que toma a uno por el brazo con efusión para compartir una buena palabra o un recuerdo de ciclismo, su pasión. Por todas partes, se lo representa como un líder obstinado, trabajador, de gran corazón. Dice gustarle Madrid y no tener nada contra España. Nada que ver con el antiguo responsable nacionalista Xabier Arzalluz, de jubilación política anticipada, heraldo sin pudor de una superioridad vasca basada en la raza y la sangre, y no lejano de justificar el recurso a las armas. “Habría que estar loco para oponerse y criticar a España -dice Ibarretxe-. Es absurdo y contraproducente, la asociación es necesaria.” Realmente, y en eso se basa todo su discurso, es conveniente establecer buenas relaciones de vecindad con Madrid. Y es que Juan José Ibarretxe no se siente parte de la casa España. Su punto de vista es otro, es exterior. No es como la de los dieciséis jefes restantes de comunidades autónomas del país. Es lehendakari, el título con el que se viste al jefe del ejecutivo vasco. El suntuoso salón donde recibe, decorado de una decena de telas que hacen mención a un País Vasco mítico, recuerda a la sala de recepción de un Estado, no de una región. Igual que el cercano Ajuria Enea, elegante residencia del lehendakari rodeada de un parque, en pleno centro de Vitoria, la capital vasca. Ibarretxe transmite la sensación de ser la cabeza de una patria amputada. Dice: “Soy vasco. Pertenezco a uno de los más viejos pueblos de Europa. Un pueblo que habla un idioma de orígenes misteriosos, el euskara.» Habría podido añadir: por lo tanto no puedo ser español.

Como buen nacionalista vasco, Ibarretxe es un amo de la ambigüedad “¿Es usted independentista?” “¿Piensa en la secesión?” “¿Cómo consumarán la ruptura?” Tantas cuestiones eludidas. Este enamorado de la bicicleta aprecia mucho a Alberto Contador, último vencedor español de la Vuelta de Francia. “¿Lo admira tanto como a Indurain [corredor navarro de raíz vasca]?» No hay respuesta, pero su sonrisa dice mucho. Tampoco hay opinión sobre el castellano, su lengua materna. Se puso a estudiar euskara con ánimo ya adulto. Semanalmente sigue cursos para hacerlo más fluido, y estudia en paralelo inglés que usa para hablar de política internacional, en particular de Irlanda y Escocia, dos de sus referentes políticos. En este tiempo de la Eurocopa, no le pidan por supuesto que apoye al equipo nacional. “El modelo británico es bueno. Yo sueño con una selección de Euskadi en las competiciones internacionales, en fútbol y en otros deportes.” ¿Y la situación económica? “Nuestro PIB por habitante [el de Euskadi, por supuesto] es el segundo más elevado de la UE, detrás de Luxemburgo. Somos una locomotora.” Así va la cruzada de Ibarretxe, jefe carismático apoyado por una corriente de su partido, contestado por otra, más moderada, persuadido de que todo avance político no puede hacerse hasta después la desaparición de ETA. Ibarretxe sigue siendo sordo a este argumento: “No puedo consentir que ETA condicione nuestra agenda y nuestras iniciativas. Los terroristas deben cerrar a la tienda y retirarse, eso es todo.”

Se le siente impermeable a la crítica. Fiel a sus amigos de infancia y a los del círculo ciclista de su juventud en Llodio, su ciudad natal donde pasa todos sus fines de semana y donde ha previsto instalarse tras su jubilación, con su mujer Begotxu. Es en este lugar industrial que, joven alcalde de 26 años, este economista comenzó su carrera política. Es allí donde, durante las terribles inundaciones de 1983, se puso las botas y se ganó sus galones de buen Samaritano, junto al pueblo. Simpático, currante y concienzudo, ascendió los escalafones del PNV hasta entrar al Gobierno regional en 1995, para pasar a ser el lehendakari tres años más tarde. Todos estos años, se ha dicho, su fe soberanista ha crecido a medida que su capacidad de escucha ha caído, hasta el matrimonio con una suerte de autismo ideológico.

La entrevista toca a su fin. En la puerta, su jefe de prensa nos pasa un recorte de periódico. Alain Touraine defiende el derecho de “todo pueblo a pronunciarse sobre su futuro”. Por si no hubiéramos comprendido.

LIBÉRATION, 26/6/2008