Eric Laurent: La guerra de los Bush

Bernard-Henry Levy recomienda este libro a los que ven venir con creciente malestar la guerra anunciada en Irak, a todos los que no se contentan con discursos de conveniencia elaborados por los adversarios y por los partidarios de esta guerra.

Bernard-Henry Levy, a los que ven venir con un creciente malestar la perspectiva, cada vez más cercana, de la guerra anunciada en Irak, a todos los que no se contentan con discursos de conveniencia elaborados por los adversarios y por los partidarios de esta guerra, les recomiendo un pequeño libro que llega en el momento justo: La guerra de los Bush, de Eric Laurent, en la editorial Plon.

Un libro que tiene defectos.

Imagino que ha sido escrito a toda prisa y la forma del libro se resiente de ello. Pero tiene el mérito de articular las cuestiones que cada vez más personas nos planteamos y, sin caer jamás en la trampa del antiamericanismo y del pacifismo, se interroga en alta voz sobre los secretos de una estrategia cuyos efectos perversos estamos viendo precisarse cada vez mejor.

Por ejemplo, la génesis de la fijación casi neurótica de George W. Bush por Irak.

El momento en el que este mismo clan Bush, que, hace 20 años, durante la guerra Irak-Irán y ya bajo el impulso de un tal Donald Rumsfeld, armaba a Sadam contra Jomeini, cambia sus alianzas y señala a su antiguo cliente como enemigo público planetario número uno.

La lógica extrañamente cambiante y, además, poco convincente que preside este cambio de rumbo. Unas veces se nos dice (sin llegar a probarlo) que Irak detenta, o está a punto de detentar, armas de destrucción masiva. Otras veces se nos explica (para desmentirlo de inmediato) que algún terrorista del 11 de Septiembre mantuvo contactos con hombres de Sadam y que, por lo tanto, hay una ruta que pasa por Bagdad y conduce a Al Qaeda. En ocasiones se habla (a media voz, por miedo a disgustar a los aliados kuwaitíes o saudíes) de inocular, a través de Irak, el buen virus de la democracia en el gran cuerpo del mundo árabe. Otras veces se insinúa que, en este asunto, se trata también de asegurar nuestros aprovisionamientos petrolíferos. ¿Por qué, entonces, no decirlo claramente? ¿Es vergonzoso que las democracias piensen en la riqueza de las naciones y en las condiciones que aseguren su prosperidad?

El papel, en todas estas decisiones o falta de decisiones, de un pequeño grupo de hombres, al que el autor parece conocer a fondo y del que cuenta con minuciosidad su toma de poder en Washington.

El brío y la ingenuidad del más ideólogo de ellos: el influyente Richard Perle.

La mezcla, en el otro arquitecto de la nueva línea, Paul Wolfowitz, de un radicalismo newlook (es de los que creen ver el gran cambio de época en el que el totalitarismo verde sustituye al totalitarismo rojo que acaba de ser vencido) y de una extraña fijación en la dinámica del mundo antiguo. ¿Cuando evoca los estados delincuentes de hoy, cuando enumera a Irán, Libia y, lógicamente, Irak como países integrantes del eje del mal, no da la sensación de seguir siendo prisionero de una visión de la época de Bush padre o incluso de la era de Carter?

Y frente a eso, el agujero negro saudí. Y el inmenso y desconocido Pakistán.

Y la sensación de que la antigua lista negra debería sustituirse por otra que, con el añadido de Yemen, está integrada por países de los que da miedo pensar que son, los tres (Arabia Saudí, Pakistán y Yemen), aliados de EEUU y miembros -¡qué burla!- de la internacional antiterrorista.

Y la cuestión de saber si, al equivocarse de lista, al mantener la vista fija sobre la tríada Irak-Irán-Libia, cuando lo esencial se teje en el eje Riad-Sana-Karachi, no se está cometiendo un error cuya onda de choque puede ser terrible.

Dejo de lado las dudas respecto a la supuesta no resistencia de la Guardia Republicana iraquí, sobre la que Laurent sostiene que, esta vez, sus hombres se batirán como fieras, dado que, en caso de derrota, no tendrán la más mínima escapatoria. Porque lo esencial del libro es la clarificación que realiza de las discusiones internas en el Pentágono y en el Departamento de Estado. Y en el llamamiento que hace al debate público sobre los objetivos de un enfrentamiento que va más allá de la cuestión iraquí.

¿Abrir este debate no es el sentido de la posición francesa, tal y como la expresan el presidente de la República y su ministro de Asuntos Exteriores? Abrir este debate es ya avanzar un poco.

Hablar antes de atacar. Hacerlo todo, realmente todo, para no dejar que se forme al lado de un Sadam martirizado un frente de rechazo potente siguiendo la lógica del victimario y no la de la solidaridad ideológica. Esa es la buena política.

Y a eso contribuye este libro. Y por eso, invito a leerlo, una vez más, a los que desean con toda su alma la caída del régimen de Sadam Husein y no quieren, al mismo tiempo, correr el riesgo de hacerle el juego a Bin Laden.

EL MUNDO, jueves 13/2/2003