Ermua

Jon Juaristi, ABC, 17/7/11

Rodríguez y Rubalcaba se despeñaron por el precipicio de las negociacionescon los terroristas

HAN pasado catorce años desde las grandes movilizaciones de julio de 1997, un movimiento que se inició espontáneamente en Ermua, al conocerse el secuestro de su vecino y concejal, Miguel Ángel Blanco, y se extendió en pocas horas a toda España, sin blogs ni redes sociales. No fue cuestión de consignas, sino de fina intuición democrática. Además de la liberación de Miguel Ángel, los manifestantes exigían que se terminara de una vez con la chulería y el matonismo de la ETA legal, Herri Batasuna, y se expulsase de los ayuntamientos vascos a los soplones de la banda.

Nadie pensó en montar acampadas permanentes, ni en perpetuarse como un partido por encima de los partidos. Las plataformas cívicas —el Foro de Ermua y ¡Basta ya!— surgieron un año después, cuando el PNV, Ezker Batua (la IU del País Vasco) y Eusko Alkartasuna se aliaron con la izquierda abertzale para excluir de la política vasca a las fuerzas constitucionalistas. El gobierno de Aznar respondió como se debía al desafío del nacionalismo, sellando con la oposición un acuerdo antiterrorista e iniciando el proceso de ilegalización de Batasuna.

El gobierno de Rodríguez podría haberse ahorrado la impugnación masiva por parte de las asociaciones de víctimas, con sus amplias y constantes manifestaciones, si hubiera mantenido los compromisos contra ETA que asumió el PSOE, desde la oposición, con el gobierno del PP. Si los hubiera respetado, es dudoso que todo el abigarrado paquete de sandeces políticas que desplegó para hostigar a la derecha y a la Iglesia católica hubiera mermado su crédito político en la medida en que lo ha hecho desde que la crisis económica puso de manifiesto la escalofriante falta de sustancia del Presidente y de sus equipos. El antiterrorismo era, en 2004, el significante de los consensos básicos y de las libertades constitucionales amenazadas por ETA. Ni Rodríguez ni Rubalcaba lo vieron así. Se despeñaron alegremente por el precipicio de las negociaciones con los terroristas, conchabándose de paso con el nacionalismo estúpido de ERC y con el nacionalismo gorrón del PNV. Fracturaron la nación, ni más ni menos. Deshicieron la urdimbre de las solidaridades políticas necesarias para que el pacto nacional funcionara, y los resultados están a la vista, con la izquierda abertzale en las instituciones vascas y ETA más contenta que nunca, atribuyéndose la mayor humillación que el secesionismo haya infligido en la Historia al Estado español. Ante esta evidencia, palidecen los méritos de las numerosas detenciones de etarras y descubrimientos de zulos. Aun olvidando el caso Faisán(que no se va a olvidar), lo que sería en otras circunstancias un brillante balance ministerial se ve fatalmente oscurecido por la incapacidad colegiada del gobierno para evitar la conversión de la derrota policial de ETA en una victoria política de la banda.

El último error del zapaterismo (o del post-zapaterismo) consiste en la interpretación de las movilizaciones del 15-M en clave de protesta democrática. Con independencia de lo que los indignados piensen de sí mismos, es obvio que el fenómeno de la indignación primaveral de 2011 tiene un parentesco directo con el acoso a las sedes del PP en la tarde del 13 de marzo de 2004, y ninguno con el movimiento que se inició en Ermua, aquel mes de julio de hace catorce años.

Jon Juaristi, ABC, 17/7/11