Espera

Ante la trascendencia de su proyecto político, el nacionalismo sigue con una sensibilidad limitada ante la tragedia de determinadas personas. Y considerando a ETA manifestación sustancial del ‘conflicto’ vasco. Uno de los elementos políticos que más ha deslegitimado a ETA ha sido la presencia y la propia palabra de las víctimas, no delegada en un portavoz de partido.

Aunque lo prudente sea aplazar el plan de Educación para la Paz a la búsqueda por el Gobierno de un acuerdo con más grupos, especialmente con el PNV, no cabe duda de que la importancia que el Ejecutivo concede a las víctimas de ETA se ha convertido en un serio escollo para que los partidos nacionalistas den un paso más allá del que dieran Ibarretxe e Izaskun Bilbao.

Ante esta propuesta es evidente que la sensibilidad nacionalista se enerva. Hemos podido ir observando que en normativas y en el discurso del PNV las victimas de ETA, el terrorismo originado y afincado en Euskadi, han sido amalgamadas con las de otros fenómenos violentos, como las del GAL, o referencias a las víctimas del franquismo. Como postre, la europarlamentaria Izaskun Bilbao, quien tuvo la inteligencia de abrir controladamente el Parlamento vasco a la presencia de las víctimas, acaba de indicar que «las víctimas de ETA no pueden ser la única referencia», pidiendo, como ejemplo, que se abarque la violencia de género. La cuestión es que la propuesta gubernamental trata de dar importancia a las víctimas del terrorismo, no al tratamiento de cualquier violencia para quitar importancia a éstas. La cuestión es que el nacionalismo sigue, ante la fuerza y trascendencia de su proyecto político, con una sensibilidad limitada ante la tragedia de determinadas personas, a la vez que rebaja la descalificación del terrorismo vasco.

Uno de los elementos políticos que más ha deslegitimado a ETA ha sido la presencia, cada vez más importante, y la propia palabra, no delegada en tal o cual portavoz de partido, de las víctimas. Que ellas entren en los colegios califica la iniciativa por el portavoz nacionalista de «reduccionista». Pero es que el nacionalismo más humano, que es capaz de tener sentimiento de solidaridad con las víctimas, que es hasta capaz de llorar junto a ellas en algún sepelio, quiere que estén calladas. Quiere que no influyan, que estén ausentes, y que aparezcan por las aulas puede tener el efecto más temido por el nacionalismo: el shock. Que de repente el alumno las observe como una realidad de carne y hueso, con sus sentimientos quebrados por el dolor, y no en un telediario -en el mismo aparato que cuenta las aventuras de Belén Esteban y aparece sangre a cubos en la última película de ficción-, le puede hasta conmover, producir empatía, y eso es más molesto que 50 desagradables funerales.

Quizás el Gobierno vasco con este aplazamiento espere peras del olmo, o simplemente sea que no quiere que le tachen de no haber sabido esperar el acuerdo. Pero de las duras palabras de los portavoces nacionalistas se deduce que el rechazo de la propuesta educativa va en serio, porque debe salvaguardar su doctrina. Al fin y al cabo, hay que mantener lo que acaba de decir la parlamentaria jelkide Eider Mendoza: «El principal conflicto que tenemos en Euskadi es que no podemos decidir nuestro futuro». ETA es manifestación sustancial del conflicto, y esto es lo importante.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 27/4/2010