Estatuas derribadas

ABC 27/05/14
IGNACIO CAMACHO

· El último servicio de Rubalcaba al PSOE dinástico puede ser, si lo permite Susana Díaz, el de evitar las primarias

ARubalcaba lo han derribado los cascotes tardíos del zapaterismo, desplomados sobre su cabeza cuando trataba de encontrar vida entre los escombros del PSOE. A España le ha entrado un furor bíblico contra todo lo que tenga que ver, persona, animal o cosa, con la gestación y desarrollo de la crisis, y esa vehemencia arrebatada de cólera se ha llevado por delante al último hombre que pretendía poner cierto orden en la catarsis de la izquierda. Su virtud más lúcida y ponderada, la del sentido del Estado, se ha convertido en su ruina porque el voto del cabreo y la desesperación exige una purificación ígnea del sistema que pocos representan como él: un tipo que ha pasado treinta años subido a un coche oficial y es como el eslabón perdido del tardofelipismo. En la nueva escena pública española, rugiente contra el bipartidismo, emergente de coletudos y descorbatados, se ha vuelto sospechoso de institucionalismo cualquier político de cuello alicatado o embutido en un traje. Y a Rubal, por más esfuerzos de informalidad impostada que haya hecho durante las campañas, le sientan francamente mal esos tejanos de fin de semana.

Él soñaba con ser como Rajoy, un tozudo resistente capaz de alcanzar el poder al trantrán por mero desgaste, pero la política ha enfermado de impaciencia y desasosiego. Le preocupaba organizar la transición de la socialdemocracia desde una legitimidad dinástica que ya no es posible porque estamos en un tiempo convulso de derrocar estatuas. Puede que su último servicio al viejo PSOE sea el de evitar con su sacrificio unas primarias, si lo permite una Susana Díaz que como buena aparatchik también recela de los procesos incontrolados. A los socialistas de pata negra les inquieta que el candidato lo puedan elegir los chicos de Pablo Iglesias –el de ahora– en una convocatoria abierta fuera de la influencia del aparato. Eso se evita con un congreso en el que los jefes de las tribus del partido puedan seleccionar por cooptación, como han hecho siempre, el nuevo liderazgo.

Político de raza e instinto, Rubalcaba ha entendido a su pesar que el PSOE tiene un millón de votos guardados en el bolsillo de un nuevo líder con la condición de que no pase de los cuarenta años (y se parezca a Eduardo Madina). Solo con cambiar de rostro volverá buena parte del electorado en fuga. Se aproxima un giro a la izquierda del antiguo partido posibilista y mesocrático de González, el del gato blanco o gato negro. El centro que nunca existió se ha vuelto a volatilizar en la España de los desahucios. La clase media de derechas está cabreada con Rajoy y la de izquierdas simplemente ha desaparecido por empobrecimiento. El rubalcabismo era un dinosaurio herido que pretendía sobrevivir en la era de las nuevas glaciaciones. Los suyos no le echarán de menos, pero su terminal sentido de la responsabilidad merecía el honor de unos funerales de Estado.