Europa sin pasión

 

Europa es una realidad reconocida por la mayoría de la población y, además, deseada con naturalidad, aunque sin pasión, porque falla la identificación de los ciudadanos con las estructuras políticas que dirigen la Unión Europea.

Una amplia mayoría de votantes se pronunció ayer en favor de la Constitución europea, pero otra mayoría superior de electores se quedó en casa y no ejerció el derecho de sufragio. En el País Vasco la abstención -no pedida formalmente por ningún partido- fue casi cuatro puntos más alta que la media española. Más significativo resulta el peso del ‘no’ en Euskadi, que dobla los resultados del conjunto estatal.

El desinterés reflejado a través de la alta abstención no reviste los caracteres de anti-europeísmo que existen en otros países como Gran Bretaña o en determinados sectores políticos franceses. La euro-fobia en España es un sentimiento minoritario. Incluso, muchos de los defensores del ‘no’ lo hacían en nombre de otro concepto europeo, no desde la oposición a la unión política del continente.

La Unión Europea y todo lo que supone está integrada en la vida cotidiana de muchos ciudadanos como una realidad de la que no se pueden sustraer. Agricultores y ganaderos, por ejemplo, saben que una parte no desdeñable de sus rentas viene directamente de Bruselas. Los pescadores no ignoran que en Bruselas se decide qué pueden capturar cada año, en qué caladeros y en qué cantidades. Miles de estudiantes se han acogido a los programas de la UE que les permiten pasar algún año en Universidades de otros países europeos. La mayoría de la población española tiene claro que una parte del desarrollo experimentado en las últimas dos décadas ha sido posible gracias a los fondos comunitarios que han financiado la construcción de infraestructuras de comunicación, redes de saneamiento, remodelaciones urbanas, proyectos de investigación, etcétera.

Europa es una realidad reconocida por la mayoría de la población y, además, deseada con naturalidad, aunque sin pasión, porque falla la identificación de los ciudadanos con las estructuras políticas que dirigen la Unión Europea, que son vistas como algo lejano, a pesar de que en ellas se toman decisiones que condicionan la vida cotidiana de la población. De ahí la falta de motivación de muchos a la hora de participar en las votaciones europeas.

Los comicios europeos, además, son percibidos por muchos ciudadanos como una oportunidad para ajustar cuentas, por causas internas, con el Gobierno nacional de turno sin esperar que de ello se deriven consecuencias adversas. A este comportamiento es atribuible, por ejemplo, el voto dado en las elecciones al Parlamento Europeo de 1989 que dieron dos escaños a la lista organizada por el empresario José María Ruiz Mateos. Por ello, detrás de una parte de la abstención de ayer puede haber también un deseo de mostrar distancia con el Gobierno, más que un rechazo al texto constitucional, rechazo que se expresaba con más claridad a través del ‘no’. Ha habido mucha abstención, pero probablemente poco anti-europeísmo.

Florencio Domínguez, EL CORREO, 21/2/2005