Euskoaburrimiento

El euskoaburrimiento amenaza con provocar, a medio plazo, más muertes (por suicidio) que ETA o el tabaquismo. Pero los nacionalistas no se aburren. Lo que a los demás nos deprime a ellos los excita, lo que nos mata es su complejo vitamínico. No hay más que ver el numerito municipal de Mondragón para comprobar que todos ellos se lo están pasando pipa.

SUCEDE cada vez que me desmadro y la emprendo a porrazos dialécticos con la Vasconia de mis entretelas. Me llueven, en estos casos, las llamadas de los amigos que aún me quedan por allí (que no son muchos, como es lógico). Desde hace dos semanas, no para el goteo. Algunos me remiten a un blog de larga singladura antinacionalista, donde uno de los habituales -probablemente joven e inexperto- me niega a mí y, de paso, a los doscientos mil vascos que han emigrado en los últimos veinte años, el derecho a pronunciarnos sobre el país que cobardemente abandonamos.

Cierto: huir de la quema no fue una temeridad por mi parte, aunque, para dar lecciones de heroísmo, hay que haber saltado alguna vez sobre el parapeto del nick, cosa que nuestro valiente detractor se resiste a hacer (sentados ante el ordenador, todos aniquilamos comandos terroristas con la tecla). Y además, el argumento es una bobada. Uno no escribe sobre la Euskadi tibetana del Comité Olímpico Internacional por motivos de amor, sino porque la gangrena etarra repercute en la salud pública de Alcobendas, donde vine a ocultar mi vergonzosa cobardía. Si Euskadi fuera una nación aparte -la Cuba del Cantábrico que quería la ETA fundacional, o la Kosovo de los Pirineos, como parecen soñarla los nacionalistas actuales-, podríamos despreocuparnos de su gradual extinción (salvo que la sangre comenzara a salpicar los alrededores). Pero como no es así y como ETA sigue matando españoles en nombre del proyecto nacionalista llamado Euskadi o Euskal Herria, lo mismo da, los fugitivos de ayer, hoy vecinos de Alcobendas o de Barbate, podemos seguir mostrando un razonable desacuerdo con esas manifestaciones de la cultura vasca.

Otro amigo y colega, amén de vasco y socialista, aunque con culposa residencia en la Comunidad de Madrid, me reprocha -muy amablemente, eso sí- que lo vea todo negro precisamente ahora, después de que Patxi López haya barrido en las pasadas elecciones del nueve de marzo. O sea, me pide que no les amargue la fiesta y que dé esta vez a los suyos un voto de confianza. No será, efectivamente, porque Patxi López no se lo haya merecido. O Eguiguren. O Rodolfo Ares. O el mismo Rodríguez, el político más popular de Europa. Todos ellos han hecho lo posible y lo imposible para que los doscientos mil cobardes de la diáspora les firmemos un cheque en blanco. Y me lo pensaría, de verdad, si no recordara que en otra ocasión también fue el PSE el partido más votado en la Comunidad Autónoma, y que se comportó entonces con menos sentido de responsabilidad del que habría tenido, en su caso, la Peña Filatélica de Aravaca.

Finalmente, un pariente de los que todavía no me ha retirado el apellido observa que me equivoco, porque la mayoría de los vascos se ha aburrido del nacionalismo. Tiene su parte de razón. Probablemente el paisito donde feliz nací sea hoy la zona más aburrida del planeta. El euskoaburrimiento amenaza con provocar, a medio plazo, más muertes (por suicidio) que ETA o el tabaquismo. Sin embargo, hay un problema. Los nacionalistas no se aburren. Lo que a los demás nos deprime a ellos los excita. Lo que nos aburre les divierte, lo que nos mata es su indispensable complejo vitamínico. No hay más que ver el numerito municipal de Mondragón para comprobar que todos ellos, los de ANV, los del PNV, los de EA, los de IU, etc., se lo están pasando pipa. Empezando por Egibar, que a los dos meses del asesinato de Miguel Ángel Blanco ya andaba preparando el Pacto de Estella. De Ibarretxe podrán decirse muchas cosas, pero no que se aburra. Incluso la pinta de aburrido incurable de Urkullu es engañosa. Están viviendo, en su delirio, los tiempos más exultantes de la historia de Euskadi, las vísperas sicilianas de la nación vasca. Y yo temo aburrir a mis lectores repitiéndoles lo archisabido: que el nacionalismo vasco siempre pierde para ganar, porque el nacionalismo vasco no es el organismo, sino la enfermedad. Crónica, por cierto.

Jon Juaristi, ABC, 6/4/2008