Fernando Savater: «Me duele que la izquierda adopte como progresista el nacionalismo»

El filósofo segura que «el mayor disparate hoy en el País Vasco es que se hable de mesa de negociación al margen del Parlamento».

Hay que partir de que todo lo que dice Savater lo dice con una sonrisa, que es probablemente lo más irreductible de su discurso y la manera de vencer el drama, no aceptando la derrota de la tristeza y el sufrimiento que impone el terrorismo vasco. Habla, además, mirando hacia el techo, no precisamente altivo, sino como quien husmea por encima de nuestras cabezas, tan correctamente puestas, algo de discordia e ingenio. Y aunque atado -a estas alturas…- a la causa de las libertades civiles en el País Vasco, defiende pensar por libre y la heterodoxia del maestro que se niega a dar grageas de conocimiento para la pereza intelectual. «El verdadero pensador no piensa por los demás, lo que hace en todo caso es despertar la vocación de pensar de los otros. En cambio, la gente lo que quiere no es que tú les hagas pensar, sino que le des el «kit filosófico» para llevarlo a su casa», dice soltando una carcajada que acelera lo que podía ser una lenta entrevista.

Pregunta. También habrá un consumismo moral, porque parece que ahora lo que funciona es lo prepolítico o, para que suene más antiguo, el consenso sobre todas las cosas.

Respuesta. Uno de los fenómenos más graves del panorama intelectual es la desaparición de la filosofía política y sustituirla por una filosofía moral. Intentar sustituir la política por la moral es como apagar un incendio con un hisopo de agua bendita. Cuando alguien quiere descalificar a un personaje público porque ha tomado una determinada decisión se dice que «lo habrá hecho por razones políticas».

P. ¿Por qué la izquierda sigue fascinada por el nacionalismo?

R. Es de una incuria mental absoluta. Existía un residuo antisistema y parecía que el nacionalismo tenía que ver con eso, que es todo lo contrario, y luego por luchar contra el PP y Aznar. Me duele que la izquierda haya adoptado como algo progresista al nacionalismo, que es lo más reaccionario y retardatario que existe como ideología política. El Estatuto de Cataluña es el último episodio, un asunto terriblemente desafortunado desde un principio. Primero, porque tal y como se ha planteado, es una especie de pseudoconstitución, inflada, arrogante y disparatada que creo que los mismos que la firmaron sabían que no iban a salir adelante y la presentaron como un programa de máximos. En segundo lugar, ha despertado un mundo de resquemores de tal modo que hoy es malo que salga el estatuto tal y como estaba y va a ser malo lo que salga porque va a crear un agravio en Cataluña porque parece que le han quitado algo.

Postura absurda

P. ¿No le ha parecido cómica la llamada angustiosa que algunas terminales del nacionalismo catalán han hecho para que los intelectuales defiendan el Estatuto?

R. Lo absurdo sería que a los intelectuales les pareciera bien el nacionalismo, porque hay gente que todavía cree que es una postura progresista, como pensar que esos grupos de niños fachas de las juventudes de ERC que en Barcelona van a estropear las conferencias de Ciutadans de Catalunya son progresistas, cuando son la partida de la porra típicamente facha, como los Guerrilleros de Cristo Rey.
P. Antes de que se nos eche la hora encima, quisiera plantearle una cuestión que no viene a caso. Cuando murió Julián Marías se produjo un fenómeno divertido: a lo largo del día se fue creando la biografía de un Marías represaliado por el franquismo, un perfil que prácticamente se había eludido a lo largo de su vida intelectual en España. ¿Le llamó la atención?

R. Yo conocía a ese Marías a través de su hijo Javier, del que soy muy amigo. En este país hay un mito, y es que todos los que eran republicanos y por lo tanto antifranquistas tenían que ser comunistas o socialistas y eso no es verdad, o que todo antifranquista fuese un demócrata, que ese es otro mito. Julián Marías fue una persona católica, conservadora, pero liberal, que fue represaliada y no pudo ni tener una cátedra. El problema es que luego hubo gente como Manuel Sacristán, que empezó con una camisa azul, o Aranguren, que está muy bien cambiar, porque luego nos beneficiamos de sus enseñanzas, pero tampoco no vamos a regañar a Julián Marías porque no era de izquierdas, porque tampoco es obligatorio ser de izquierdas.

P. Creo que la mayor condena que le ha impuesto el terrorismo vasco es obligarle a hablar de terrorismo y de nacionalismo.

R. Como comprenderá el tema del nacionalismo vasco me da para poco cuando, por ejemplo, el de la emigración es más sugestivo intelectualmente. Afortunadamente, hemos avanzado en muchas cosas, pero todavía queda muchísimo por avanzar. Ahora vivimos un momento que va a ser más sutilmente político y, por lo tanto, va a hacer falta más reflexión.

P. ¿En qué consiste esa sutileza política?

R. Cuando estábamos con cien muertos al año, la cosa tenía un carácter sangrante y no hacía falta hacer muchas florituras, pero que ahora, cuando la amenaza está en forma de sombra y hay unos abogados que hablan en nombre de esa amenaza sin reconocerla pero también sin negarla, y hay la tentación de convertir todo eso en un precio político a pagar… lo hace todo más complejo y conviene que se tengan las ideas claras. Hay que mantener una serie de principios: no es lo mismo un país donde quepan las actitudes de integrismo etnicista y otro que mantiene la idea de ciudadanía y tolerancia.

Jaleos políticos

P. Hubo un momento en que se echó a la calle para defender la democracia en el País Vasco, ¿en qué condiciones se retiraría a leer, a escribir y a cultivar sus vicios?

R. Yo que había estado metido en muchos jaleos políticos durante la dictadura y en la cárcel, sinceramente creí que había acabado lo de hacer militancia política de calle cuando llegó la democracia, pero desgraciadamente el tema vasco me ha mantenido ahí. Vi que era una cuestión que había estado abandonada por el pensamiento progresista del país y que hubo un tiempo en que prácticamente lo único que había frente a ETA y el nacionalismo era la Guardia Civil porque todo el mundo había dimitido y abandonado, por lo que había que volver a tener un discurso político, no religioso o moral, porque lo único que se opuso durante bastante tiempo a ETA eran grupos pacifistas que detestaban la violencia, a veces con mucho valor personal. Hacía falta introducir ese discurso y eso es lo que sigue siendo necesario. Ahora se tiende a olvidar o minusvalorar que fueron las manifestaciones ciudadanas que hicimos en el año 2000 las que provocaron que se hiciera el Pacto Antiterrorista, la Ley de Partidos y que se creara un discurso contra el nacionalismo etnicista. Hay quien se cree que todo eso se hizo por voluntad de los políticos, no. A los políticos los movimos nosotros. Seguimos siendo necesarios en el País Vasco, y lo vamos a ver enseguida, porque Batusuna tiene un movimiento detrás y hace falta otro movimiento ciudadano que sigua defendiendo unas ideas y no sólo pensar en cómo logramos una paz entendida como que la hegemonía del PNV no sea molestada por nadie. La paz, la ciudadanía en libertad, es diferente.

P. ¿Cómo se imagina Fernando Savater la paz en el País Vasco?

R. En el momento en que haya realmente un espacio político normal. Es decir, en el que la Constitución y las leyes del estado estén en funcionamiento de tal modo que cada uno pueda mantener sus ideas y sus posturas en igualdad de condiciones, todos y no sólo los nacionalistas.

P. Parece que al hablar, como se está haciendo, de una mesa de negociación se ha entrado en un estado terminal. ¿Lo cree así?

R. El mayor disparate que hay en este momento en el País Vasco es que se hable con normalidad de una mesa al margen del parlamento y los cauces políticos institucionales. Es decir, me parece muy bien que se intente recuperar para la política a los votantes y al mundo radical de Batasuna. Hay una forma muy sencilla: que renuncien y denuncien a la violencia y que se presenten a las elecciones y que en el parlamento debatan con los demás. Pero crear una mesa es crear un espacio que no es ni legal ni ilegal para permitir a Batasuna incorporarse a la legalidad sin renunciar a la ilegalidad. Hay que decirle muy claramente al mundo radical que estamos dispuestos a que se incorporen a la sociedad, pero a la sociedad que hemos defendido frente a ellos, por eso hace falta que haya gente que tenga ideas claras porque a veces los políticos lo lían un poco.

P. ¿Se ha sentido utilizado?

R. El político tiene del intelectual una idea parecida a la de esos perritos que se ponían antes en la parte de atrás del coche y que cuando se ponía en marcha movía la cabeza y decía que sí… Siempre han intentado tirar de nosotros por un lado y por otro, el PP y el PSOE, de mí y de otros, que te convirtieras en un símbolo de ellos frente a los demás. Desconfían de nosotros, los dos, lo cual es una buena señal, que no te consideren un personaje seguro.

P. Lo cierto es que estaba en un punto en el que parecía que era imposible que Savater criticara al PP o al PSOE.

R. Me han regañado por las dos cosas: por convertirme en un instrumento de Aznar y por ser un tonto útil de Zapatero. Pero como son acusaciones contrapuestas, me tranquiliza en cierta medida. Pero cuando algún día contemos la génesis, por ejemplo, de la manifestación de septiembre del 2000 por el Estatuto y la Constitución se entenderán algunas cosas: en principio no quería ir nadie, pero nadie, nadie. Ni unos ni otros, ni el PP ni el PSOE, que te decían que era demasiado político o arriesgado, o haber si no va a ir nadie… Siempre hemos tenido que vencer recelos, es inevitable, tampoco vamos a ir ahora en plan sartriano con las manos limpias.

P. Primo Levi dijo que, como víctima del holocausto, él defiende solo su memoria. ¿Quién tiene derecho a defender a las víctimas del terrorismo?

R. Todos somos víctimas del terrorismo vasco, y si usted se ha preocupado de esto porque le han matado al padre o al hijo y yo llevo veinticinco años haciéndolo sin que me hayan matado a nadie, no vayamos ahora a que el último llegado al asunto por una desgracia familiar se convierta en pontífice.

P. De nuevo, un grupo de intelectuales asumen la oposición al nacionalismo. ¿Le augura futuro a Ciutadans de Catalunya?

R. Si te quieres dedicar a tus libros y poesías, es complicado… No se trata de sustituir a los partidos clásicos, pero si ofrecieran una posibilidad de voto no nacionalista, progresista, laico… sería muy importante en Cataluña y sería importante en el País Vasco, aunque todavía allí parece que hay instancias claramente no nacionalistas.

«Se necesita un pacto en educacion»

P. Si salimos de nuestras fronteras ¿cuál es el tema de nuestro tiempo?

R. Sin duda, la educación, y creo que la filosofía contemporánea debería partir un poco a partir del «dictum» de John Dewey que dice que la filosofía es una reflexión general sobre la educación, porque la educación impone a su vez un estudio sobre la cultura, es decir, sobre qué debe ser trasmitido, qué debe ser perpetuado, cómo debemos distinguir entre las destrezas y los valores… Hace veinte años, lo que funcionaba era la línea foucaultiana de que había que acabar con las escuelas como un tentáculo del poder, que en gran medida era un disparate, porque a la larga se ha demostrado que lo que hacía falta eran más escuelas.

P. Algunos sostienen que el error viene cuando se deja de hablar de educación y se empieza a hablar de pedagogía.

R. Es fácil parodiar a los pedagogos, pero es verdad que la búsqueda de una especie de tecnología de la educación ha perdido de vista el que la educación es también una reflexión sobre la cultura. Lo que es imprescindible en España es hacer un gran pacto educativo porque no puede estar al albur de los cambios políticos. Hoy hablamos ya de patrullas policiales en las escuelas, en Francia la violencia en los colegios no viene de ahora y es sangrante, y Tony Blair acaba de sacar la ley para el respeto…, es decir, todo eso no se resolverá sólo con una ley, sino con un modelo educativo, financiado a largo plazo.

En primera persona

Confesó Fernando Savater en su biografía «Mira por dónde» (2003) que «en el comienzo estuvo siempre mi firme propósito de no trabajar». Claro está, no lo ha conseguido, pero sí que es cierto que esa «improductividad» le ha llevado a hacer una obra, lejos de ser sistemática, sí con la voluntad de abrir vías de fuga divertidas y amenas para sobreponerse al orden de lo cotidiano. De ahí que prefiera a Cioran antes que a Kant y a Stevenson antes que al costumbrismo fúnebre español. Nacido en San Sebastián en 1947, actualmente es profesor en la Facultad de Filosofía de la Complutense de Madrid. Como filósofo, su trayectoria se ha centrado sobre todo en el campo de la ética con una perspectiva heterodoxa. Su obra es ingente, entre traducciones, ediciones, teatro, novela o ensayo. Entre éstas últimas, se cuentan «Panfleto contra el todo» (1982), «Tarea del héroe: elementos para una ética trágica» (1982) o «Ética para Amador» (1992). Entre sus novelas están «Caronte aguarda» (1981), «Diario de Job» (1983) y «Jardín de dudas» (1993)

LA RAZÓN, 16/1/2006