Filosofía jegueliana y nacionalismo asimétrico

Debate entre sindicalistas ilustrados, imaginado por Tellagorri, donde se esclarecen definitivamente los últimos conceptos del estado de las autonomías

No creo que nadie se atreva a negar que uno de los inventores más importantes de la Historia de la Humanidad fue Sabino Policarpo Arana Goiri, seguido del inventor del Federalismo Asimétrico y del Piparrechismo Asociado hispano. Todo lo que ha venido después, incluido el fonógrafo, son tortas y pan pintado ante tan descomunales hallazgos.

Así lo piensa, por lo menos, nuestro común amigo Salvador Ferrandis presidente hoy del sindicato nº 73.234 de los habidos en España, cuya cifra alcanza los 74.984 a las fechas en que escribo. Ante la descomunal cifra de sindicatos existentes, tengo la sospecha que más del noventa y cinco por
ciento de ellos lo componen el secretario y un afiliado, cuando no el secretario solo. Según mis informaciones el último sindicato anotado en la lista con el nº 74.985 es el de secretarios de secretarios de sindicato de podadores de árboles municipales.

En el debate filosófico de la última sobremesa en la que Ferrandis nos expuso con razonamientos cuasi metafísicos la importancia incontrovertible de los mencionados inventos humanísticos, serían incomprensibles sin sus acertadas explicaciones. Cómo ha podido sobrevivir el género humano sin estos hallazgos de la ciencia política es algo que, hasta ahora, no nos había sido desvelado.

Se hablaba durante la sobremesa de la desgracia que representan los nacionalismos no sólo para España, sino para todo el mundo. Fue una frase del profesor Vilanova quien disparó a Ferrandis. Dijo el profesor:

— Hasta el mismo Vargas Llosa reconoce la perversidad de los nacionalismos.
— ¡¡Qué sabrá ese imbécil!! – exclamó Ferrandis despreciativo – Para dos novelas que ha escrito ya se cree en posesión de la verdad absoluta, novelas
que, además, sólo han leído cuatro gatos. Sinceramente, Vargas no tiene la más mínima noción de la filosofía nacionalista. Si hubiera leído a Jeguel y
a los románticos del romanticismo no diría semejante disparate.
— ¿Los románticos del romanticismo? ¿Quiénes son esos? – preguntó Valera con media sonrisa que Ferrandis debió interpretar burlona porque se exaltó de inmediato:
— Que te voy a explicar a ti, pedazo de tablero, sino no sabes hacer más que dormitorios y comedores. Si hubieras leído, si te hubieras preocupado de estudiar en vez de amasar dinero, no harías una pregunta tan idiota. ¿Qué sabes tú de Jeguel? Dime, ¿qué sabes?
— Pues, la verdad, Salva, no sé quien es ese tal Jeguel, pero tampoco es para que te enfades tanto, al fin y al cabo sólo ha sido una pregunta. Tu eres más instruido que yo y sabrás decirme quien era ese tío – respondió Valera sin inmutarse.
— No me enfado, tengo mucha «prosapia» yo para enfadarme por tan poco – y, por primera vez se sacó la pestilente pipa de la boca para dejarla sobre el mantel antes de continuar – Pues has de saber que Jeguel fue el padre de la filosofía nacionalista y un filósofo inglés que, como Carlos Marx, vivió en Londres dedicado a estudios sobre el pensamiento absoluto, o sea, el
nacionalismo patrio que es un noble sentimiento que nace del amor a la tierra, la atmósfera y todo lo verde que nos rodea, y ahí está el profesor Vilanova que puede «colaborar» lo que digo.
— ¿Te refieres a Jorge Hegel? – preguntó Vilanova tocándose el lóbulo de la oreja.
— No, me refiero a su hermano Guillermo Jeguel profesor de la universidad Jindemburg de Extraburgo, Escocia, que sucedió al filósofo Ficha de cuyas enseñanzas participó también Eschallin y el mismo Can.

Vilanova, tirándose del lóbulo hasta casi arrancárselo, comentó con voz estrangulada:
— Creo que todos los «hermanos» Hegel eran alemanes y no ingleses.
— Serán otros Jeguel, puede que parientes – contestó impertérrito Ferrandis – Jégueles hay muchos, pero el que yo digo hasta escribió una Enciclopedia sobre la filosofía nacionalista. ¿Lo recuerdas ahora?

El profesor Vilanova negó con la cabeza; parece ser que había perdido un palillo y miraba insistentemente el suelo.
— Pues sí, por eso me repatea que se diga que los nacionalismos son perversos cuando en realidad es un sentimiento natural en el hombre. ¿O es que hay alguien que no ame a su patria? – preguntó desafiante y repitió —
¿Hay alguien?
— No hay nadie – comentó Ripollés – sólo quedamos nosotros en el comedor.

Cortó rápido Mouriño:
— No creo que haya nadie que no ame a su patria.
— Si exceptuamos a los nacionalistas – insistió Ripollés.
— Desde luego, Juanjo, eres un «boratate» y un estúpido, porque si no lo fueras no dirías tantas sandeces – se exaltó Ferrandis mordiendo la pipa
— Como no tienes más que serrín en la cabeza, no puedes discurrir y, por lo tanto, es inútil explicarte los principios de la filosofía «jeguelianista».
— A ver, pues, explícamelos tú.
— ¿Para qué, si no los vas a entender?
— Lo que no entienda te lo preguntaré.
— ¡¡Ni en cien años lograrías entenderlo!! – exclamó despreciativo Ferrandis – porque para entender algo primero hay que leerlo y estudiarlo.
Sabrás mucho de protección y de incendios porque con la práctica hasta los burros aprenden, pero de filosofía nacionalista… ni puñetera idea.
— Lo que yo sé de la filosofía nacionalista es que, por lo menos en España, sólo dan quebraderos de cabeza los más inofensivos, porque los más agresivos
aplican la filosofía del tiro en la nunca y la bomba lapa ¿Te parece eso bastante filosófico? – preguntó el muchacho sin hacer caso de las señas de Mouriño.
— Creo que se está desviando la conversación del tema principal – advertí intentado frenar a Juanjo – de lo que se trataba era de la filosofía nacionalista ¿No es eso, Salvador?
— Eso era. Cosa muy distinta es los métodos que se apliquen – aseveró mientras de la pipa se elevaban dos nubecitas de humo casi seguidas.
— ¿Cuál es entonces esa filosofía nacionalista? – preguntó Beltrán
— Ya lo he dicho… el amor a la patria – respondió mientras la pipa seguía
haciendo señales de humo — La filosofía de Jeguel o el jeguelianismo como
suele denominarse, tiene dos «vertederos»… uno natural, que es el amor a
la tierra y a la atmósfera y al entorno verde, y el otro moral que viene
«metasificamente» explicado por la forma y la conducta de los individuos. La
«metasífica» parte del principio y fin de las cosas mundiales, porque todo
el mundo, menos algunos mentecatos, sienten amor por su tierra, por su
patria, en definitiva, por su nación. Claro que las naciones se dividen
geométricamente a su vez en pequeñas y grandes…
— Quizá de esa geometría – interrumpió Beltrán — provenga la Federación
Asimétrica de Maragall.
— Pues no vas descaminado, Ramón – convino Ferrandis – Geométrica y
«matasíficamente» hablando, la asimetría quiere decir que no son
asimétricas, es decir, que tienen asimetría y de ello se desprende que
Cataluña es mucho más asimétrica que el País Vasco y, por lo tanto, estas
dos naciones tienen asimetría. Creo que está claro ¿O no?
— Pero ¿qué es la asimetría? – preguntó Lina Gálvez con timidez.
— Pues está muy claro, jovencita, es una palabra compuesta de «así» –
Ferrandis se detuvo para beberse medio vaso de vino antes de continuar – que
como todo el mundo sabe quiere decir que no es de otro modo sino «así», y
por lo tanto, si le añades «metría», quiere decir que es asimetría y no de
otro modo. ¿Aclarado, señorita?
— Hombre, explicado así de claro lo entendería hasta un niño de la teta –
comentó Juanjo con toda seriedad – pero lo que no entiendo es lo de que
Cataluña y el País Vasco sean dos naciones, yo creí que eran dos regiones de
España.
— ¡!Ya estamos!! – exclamó Ferrandis que iba ya por el quinto vaso de
vino – Si después de que Jordi Pujol, que de Historia sabe la de todo el
Mundo, haya dicho que España no existe como nación, es que no existe ¿O es
que tú le vas a discutir a Jordi Pujol de Historia?
— Ni se me ocurriría, como tampoco le discutiría de Geometría a Pascual
Maragall – respondió el muchacho.
— A vosotros lo que os pasa es que os molesta el nacionalismo – arguyó
Ferrandis — sentís una «animaversación» congentita contra él y no lo podéis
evitar, y que no os sepa mal, pero en el fondo os quedan muchas
«inflorescencias» del fasismo de la dictadura, y de ahí vuestra
«animadversación».
— ¿Es que tú no sientes animadversión contra los que asesinan a gente
inocente? – quiso saber Mouriño.
— Que quede claro que no lo apruebo, pero no siento «animadversación»
porque esa forma de lucha es «congentita» al carácter del «jeguelianismo»
filosófico del método – y se zampó tan tranquilo otro vaso de vino.

Así que ya estáis enterados, el «congentito» carácter de la filosofía
«jegueliana» con que nacen los asesinos nacionalistas es lo que les obliga a
dispararles en la nuca a sus adversarios políticos por amor a la atmósfera
del entorno verde de su patria.

Me da en la nariz que los nacionalistas radicales también han leído al tal
Jeguel, o pasado por alguna ikastola en donde han conseguido algún título
ikastólico universitario parecido al de Ferrandis.

Tellagorri
http://www.el-espacio.de/vasconia/

Recibido de Tellagorri, el 12/3/2003