Hecho diferencial navarro

Transcripción de la conferencia que con ese título pronunció el periodista y escritor Santiago González en Bilbao el 13 de octubre de 2008, en el Aula de Cultura de El Correo.

El Gobierno vasco aprobó hace casi exactamente un año, el 16 de octubre de 2007, el ‘currículo vasco’, una alternativa al actual sistema educativo basado en los modelos lingüísticos. La razón para el cambio era la insatisfacción de las autoridades porque los modelos no garantizaban que los escolares terminaran la ESO con el nivel de competencia en euskera que a ellas les parecía el adecuado

¿Qué hacer? Se preguntaron entonces y no encontraron mejor respuesta que la siguiente: Puesto que el sistema no garantiza el aprendizaje del euskera, hagamos de él la lengua principal de la enseñanza, es decir, la lengua vehicular, aquella que sirve para la transmisión del saber. He aquí un error extraordinario: si el sistema no sirve para que aprendan la lengua en grado suficiente, hagamos que estudien en dicha lengua. El precio es condenar a generaciones de escolares al analfabetismo práctico, al imponerles como lengua de aprendizaje aquella en la que son menos competentes. Esos escolares tendrán, inevitablemente, una limitación básica para acceder al conocimiento.

El asunto tiene una segunda y radical injusticia en lo que supone de desigualdad social. Es evidente que los niños de familias euskaldunes tienen, a igualdad de cociente intelectual y de esfuerzo, una ventaja inapreciable para el aprendizaje sobre sus compañeros no bilingües: el conocimiento del idioma en que se imparte la asignatura.

La tercera consecuencia negativa ha sido una vulneración de los derechos laborales del profesorado que no tiene otros precedentes que la purga de los maestros no adictos en los comienzos de la dictadura franquista. Cientos de profesores han sido obligados a cambiar de puesto de trabajo por carecer del perfil lingüístico adecuado, trasladados y, en última instancia privados de sus empleos. Hay otra cuestión previa: la libertad de elección, un derecho básico de los ciudadanos. Es el derecho de las personas a ser educadas o a educar a sus hijos en su lengua materna o en otra, si ese es su deseo. Volveremos sobre esta idea más adelante

Sucede que la política lingüística es el banco de pruebas de los nacionalistas para sus ensoñaciones melancólicas. La quimera de «vivir las 24 horas del día en euskera» y el error de tomar como esencia vital lo que es, básicamente, una herramienta de comunicación, llevan en los casos más graves a formulaciones imposibles como la de Pasqual Maragall cuando dijo, ya como presidente de la Generalitat que «La lengua es el ADN de Cataluña».

No es sólo un disparate. Esta mezcla inestable y explosiva de reivindicación, irredentismo, ideología sazonada con apelaciones a la biología, son el cóctel molotov del peor nacionalismo: Todo parte de algunos errores básicos del imaginario nacionalista que deberíamos aclarar: Los territorios no tienen lenguas, las lenguas no tienen derechos, los ciudadanos no tienen raíces.

En efecto, quienes tienen y hablan las lenguas, son los ciudadanos; los titulares de derechos no son las lenguas, sino sus hablantes y estos no tienen raíces que les sujeten a los territorios o las lenguas, sino pies que les permiten trasladarse de un territorio a otro. Se ha comentado muy a menudo el error sabiniano al escoger el nombre de su patria, Euskadi. Jon Juaristi explicaba en el bucle melancólico que los sufijos -ti o -di eran de naturaleza vegetal, (Lizardi, urkidi, pagadi, gorostidi, aristi) equivalentes al sufijo castellano -eda (alameda, avellaneda, pereda, manzaneda, etc.) y que Euskadi significaría algo así como ‘bosque de euskos’. Después de todo, quizá no fuese tanto un error como un concepto básico incapaz de asumir la libertad de los ciudadanos.

Los derechos de las lenguas… ¿Tienen las lenguas derecho a decidir? ¿Puede una lengua dictaminar quiénes de entre sus hablantes son dignos de expresarse en ella? Esta posibilidad habría podido ahorrar al español la vergüenza de ser calificado por Arzalluz como «la lengua de Franco». Otrosí pregunto: si la lengua propia de Galicia es el gallego, ¿por qué la lengua de Franco ha de ser el castellano? Hay un quinto rasgo en esta política lingüística: es también, en última instancia, una palanca que permite situar a los hijos propios mejor que a los de fuera. Una garantía del éxito profesional y social, algo que nos redima de aquella denuncia en forma de obra teatral que escribió Sabino Arana. «De fuera vendrá.» se titulaba.

Vayamos con un caso práctico que ilustrará lo que digo: El 6 de diciembre de 2007 publicaba El Correo una noticia curiosa, que revela hasta qué punto esta sinrazón es conocida por las autoridades educativas: «El Gobierno vasco decidió que el 86,4% de los alumnos que fueron examinados para su evaluación en el Informe PISA hicieran las pruebas en castellano con el fin de obtener los mejores resultados posibles.» Como saben, el Informe PISA es un informe que con periodicidad trienal compara el estado de los sistemas educativos en los países miembros de la OCDE. El IVEI (Instituto Vasco de Evaluación e Investigación) había notado que los escolares del modelo D de familias no euskaldunes, obtenían peores calificaciones que si se examinaban en euskera que en su lengua materna, cosa natural. Se examinaron 3.929 alumnos, 2003 de los cuales pertenecían al modelo D, pero sólo 535 fueron examinados en euskera. Es decir que las tres cuartas partes de los alumnos del modelo D tienen rendimientos por debajo de sus posibilidades y la causa de ello es su escolarización en una lengua distinta de la materna. A ver cómo salimos del paso, piensan. Y en lugar de escolarizarles en la lengua que mejor conocen, les examinan en castellano para dar el pego en los informes. Y cuando deciden modificar el sistema es para añadir a esta desventaja a los escolares de los antiguos modelos A y B. Es extraordinario.

La subordinación de la racionalidad y la utilidad social a la sentimentalidad nacionalista acabará siendo un problema grave para la convivencia. Pero, contra lo que parecen creer quienes impulsan estas prácticas, es también una contraindicación para la imagen del euskera. Solo una política lingüística orientada hacia el interés social puede hacer de la extensión del euskera una aspiración desprovista de adherencias políticas indeseables y, por tanto, universalmente aceptada. La semana pasada hemos visto algo de esto. Como saben ustedes, el secretario general de los socialistas vascos comenzó a estudiar euskera durante la legislatura anterior, cuando fue designado por su partido candidato a lehendakari. Hace unos días, el PSE celebró una reunión de carácter preelectoral con personas del mundo del euskera.

La semana pasada, el partido-guía convocaba una rueda de prensa para descalificar a los socialistas vascos. El presidente del BBB, mi viejo amigo Andoni Ortuzar, calificó la reunión euskaltzale de «puestas en escena preelectorales» y exigió al PSE que «retire el maquillaje político», para mostrar «su verdadera cara en todo lo relacionado con la lengua vasca». Al descalificar al oponente por la lengua, el burukide está condenado a tener razón: O bien los socialistas no se preocupan por el euskera o cuando muestran la preocupación que se les exige, es pura cosmética, electoralismo, y más vale que enseñen la otra cara para que podamos partírsela (metafóricamente hablando) como veníamos haciendo hasta ahora.

Quiero hacer aquí una acotación. El presidente del BBB es un euskaldunberri que no se puso a estudiar euskera en serio hasta que le nombraron director general de EITB. El lehendakari Ibarretxe tenía más de 40 años cuando acometió el mismo esfuerzo y lo hizo en el momento en que su partido lo propuso como candidato a lehendakari. Exactamente igual que Patxi López. El que fuera presidente de la Academia de la Lengua Vasca, Luis Villasante, dirigió, hace ya bastantes años, unas sabias advertencias a los nacionalistas en el sentido que comentamos aquí hoy, que la incorporación de la política a la lengua, convierte a ésta en un artefacto: «Es absolutamente necesario que Euskaltzaindia y el euskera se mantengan al margen de las opciones políticas. Me perdonarán los nacionalistas si les hago una consideración: si aman de verdad el euskera y Euskal Herria que no los liguen a su ideología. Y eso, por el bien de eso que aman. Hay que estar ciego para no ver los riesgos de ligar ambas cosas. De ligar euskera y nacionalismo, se sigue entre otras cosas que los vascos que no aceptan esa ideología, rechacen el euskera. Con este comportamiento, finalmente, lo que es de todos, se convierte en algo de un partido.»

Voy a poner un ejemplo que resume extraordinariamente bien esta cuestión: un desprecio de la utilidad social que es causa de rechazo del euskera: Este papel que tengo aquí es una copia del BOPV correspondiente al 9 de noviembre de 2006. Se trata del «Baremo de méritos de la categoría de médico» para todos aquellos profesionales que quieran obtener plaza de tales en el Servicio Vasco de Salud – Osakidetza. Imaginemos un caso hipotético: un estudiante de Medicina. Durante los seis años que dura su carrera ha obtenido cinco matrículas de honor en cada curso. Eso basta para considerarlo un estudiante brillante y para pensar, con un alto grado de probabilidades, que será un profesional muy competente.

Si nuestro héroe imaginario quiere ser médico de Osakidetza, su currículum académico será valorado con 0,2 puntos por cada matrícula. Es decir, 6 puntos. Céteris páribus, un estudiante mediocre que ha apurado convocatorias y repetido curso, pero es euskaldun y puede acreditar el PL1, tendrá por ello 8 puntos, es decir, le madrugará la plaza al anterior. El Perfil Lingüístico 2 está baremado con 16 puntos. Haber sido catedrático en una Facultad de Medicina acredita 1,2 puntos. Cada ponencia presentada en un Congreso Internacional vale 0,2 puntos. O sea, que el de las matrículas de honor, después de ser catedrático en una Facultad y haber participado como ponente en congresos internacionales, consiguiendo el máximo de puntuación por cada uno de los tres conceptos, Alguien, en suma, con el currículum de Ramón y Cajal obtendría un máximo de 12,5 puntos para sentar plaza en Osakidetza. Nada que hacer frente al del PL2, que tiene 16 sólo por hablar euskera con título de la Escuela de Idiomas. ¿Qué tendrá la Escuela de Idiomas que no tenga la Facultad de Medicina, si de formar médicos se trata? ¿Tendríamos que ir a buscar buenos traductores a la Facultad de Ciencias Químicas?

No puede decirse que esta actitud impulse la causa del euskera, sea lo que sea lo que signifique esto. Lo van a entender fácilmente. Supongan que tienen que ser intervenidos quirúrgicamente. En el momento de entrar en el quirófano, el anestesista y el cirujano le hablan en euskera. Déjenme que fuerce el supuesto hasta el absurdo: ¿No preferirían que ambos fueran analfabetos en euskera? Estando así las cosas, sería una garantía de que han conseguido su plaza por otros merecimientos profesionales que son más de interés para el supuesto que les propongo.

«Las lenguas están hechas para entenderse», dijo el presidente del Gobierno en el Congreso el 8 de marzo de 2005, con una de esas frases que son como las pompas de jabón: aparentes, transparentes e irisadas. Basta con mirarlas un instante. Hacen plop! y desaparecen, dejando en su lugar una gota de agua. Rafael Sánchez Ferlosio habló del asunto en una carta que publicó ABC cuatro días más tarde: Con el semantema «lengua» el plural no admite más que un valor distributivo, y al decir, como él ha dicho, «las lenguas están hechas para entenderse» no cabe otra interpretación correcta que la de «cada una de ellas para entenderse sus hablantes entre sí»; nunca «para entenderse una lengua con otra», lo que es palmariamente falso: el latín no está hecho para entenderse con el griego. Cuando hablantes griegos y romanos hubiesen querido entenderse, o bien habrían recurrido, para comunicaciones muy elementales, al lenguaje de los gestos (.) o bien a un intérprete que supiese ambas lenguas, o bien a una tercera lengua por ambos conocida.

O sea, la lengua franca o koiné, que es la manera de decir común en griego sin que se alborote el gallinero. Los redactores de la Biblia conocían la falsedad del razonamiento: Si las lenguas están hechas para entenderse, cuantas más lenguas hablemos, mejor nos entenderemos. Esto no era así desde la Torre de Babel, basta con asomarse al Génesis: «Y descendió el Señor a ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de Adán, y dijo: ‘He aquí, el pueblo es uno solo y todos tienen un mismo lenguaje. Y han empezado esta fábrica y no desistirán de sus ideas hasta llevarlas a cabo. ¡Ea pues!: descendamos, y confundamos allí mismo su lengua, de manera que el uno no entienda el habla del otro’. Y de esta suerte los esparció el Señor desde aquel lugar por toda la faz de la Tierra, y dejaron de edificar la ciudad. De donde se le dio a ésta el nombre de Babel o confusión, porque allí fue confundido el lenguaje de toda la Tierra: y desde allí los esparció el Señor por todas la regiones». Hay qué ver. Miles de años para convertir una maldición bíblica en una conquista democrática y una expresión de pluralismo enriquecedor cuyo efecto más inmediato es mejorar la comunicación entre los pueblos.

¿Puede un consejero del Gobierno vasco entenderse con un chino cantonés? Podría ser si el chino hubiera estudiado euskera y el consejero también lo hablase, pero sería mucha coincidencia. El número de consejeros del Gobierno Vasco pasados y presentes capaces de expresarse con fluidez en chino es estadísticamente irrelevante. Si el chino es propietario de restaurante o de bazar se expresará en un castellano suficiente para que se entiendan. Si se trata de un chino que vive en Zurich, lo más probable es que tengan que entenderse en inglés, en caso de que el sailburu lo hable. Si el interlocutor de nuestro héroe fuera británico, la cosa estaría más clara. Los ingleses tienen la sorprendente creencia de que ellos no necesitan hablar ninguna de las lenguas cooficiales de España. De hecho, ni siquiera se creen en la obligación de aprender español. Piensan, con razón, que ya aprenderemos nosotros inglés, por la cuenta que nos tiene. Como en el ejemplo de Ferlosio del griego y el romano, o se recurre a intérprete o a la koiné, la lengua franca o común, dicho sea con perdón.

La cuestión lingüística se está convirtiendo en los últimos tiempos en un problema político de nuestro presente y parece que puede agravarse en adelante. Esto es un hecho tanto más notable, cuando no existía hasta hace cuatro o cinco años. No es un problema social, de momento, no supone dificultades para la convivencia por ahora, pero sí es objeto de discriminación para muchos ciudadanos por parte de los poderes públicos. Hace cuatro meses, un grupo de intelectuales escribió un texto, que llamaron: «Manifiesto por la lengua común», que fue ampliamente difundido por un periódico, el diario EL MUNDO.

Era un manifiesto bastante sensato. -Partía de la consideración de todas las lenguas oficiales como igualmente españolas y merecedoras de protección institucional, y subrayaba que solo una es común a todos los españoles y puede suponérsele a cualquier ciudadano. -Establecía que son los ciudadanos los que tienen derechos lingüísticos, no los territorios, ni mucho menos, las lenguas mismas. -Se mostraba respeto por el impulso al bilingüismo en las CA, aunque se matizaba: sí al estímulo, no a la imposición. Y los abajo firmantes reclamaban al Parlamento español una norma legal que estableciera: -El derecho de todos los ciudadanos a ser educados en lengua castellana o española, fuera cual fuese su lengua materna. -En las Autonomías bilingües, los ciudadanos tienen derecho a ser atendidos en cualquiera de las dos lenguas oficiales. Eso quiere decir que habrá un número suficiente de funcionarios bilingües, no que todos deban serlo. -Es recomendable que la rotulación sea bilingüe, pero no obligatorio para los particulares -Los representantes políticos usarán la lengua común en sus funciones que desborden el marco autonómico. En los parlamentos autonómicos podrán emplearse indistintamente las dos lenguas oficiales.

He querido hacer este breve resumen para contraponerlo con las cosas que se han dicho contra el manifiesto, que han tenido un rasgo común: la falta de argumentación y el exceso de consignas. Y de sectarismo. Ha habido gentes que han negado o retirado su firma a posteriori por ser una campaña apoyada por un periódico determinado. No importa que en el primer párrafo, los autores hayan dejado claro que su desazón no es cultural: «Nuestro idioma goza de una pujanza envidiable y creciente en el mundo, sólo superada por el chino y el inglés, sino de una inquietud estrictamente política: se refiere a su papel como lengua principal de comunicación etc. etc.»

Tampoco importa que, a continuación, el citado manifiesto explique con razonable precisión que: Todos los ciudadanos tienen derecho a ser educados en lengua castellana, sea cual fuere su lengua materna. Las lenguas cooficiales autonómicas deben figurar en los planes de estudio de sus respectivas comunidades en diversos grados de oferta, pero nunca como lengua vehicular exclusiva. En cualquier caso, siempre debe quedar garantizado a todos los alumnos el conocimiento final de la lengua común.

Quédense con los conceptos básicos: A) el castellano goza de una envidiable pujanza. B) Todos los alumnos tienen derecho a educarse en lengua castellana. ¿No les parece que son relativamente asequibles? Pues al parecer, no. Un montón de personalidades, intelectuales, profesores, articulistas y profesionales pluridisciplinares varios han entendido que el manifiesto dice: A) Que el castellano o español está en peligro. B) Que los escolares no aprenden la lengua castellana. Vamos a ver algunos casos eximios: La ministra de Educación, Mercedes Cabrera, dijo un par de días después de la publicación del manifiesto: «Yo no tengo que apoyar nada, sólo tengo que decir lo que me corresponde como ministra de Educación y nada me hace dudar sobre la enseñanza del castellano en España» Inmediatamente después, la consejera de Cultura del Gobierno balear, Bárbara Galmés: «El uso social del castellano no corre peligro».

El pasado 27 de agosto aparecían en la prensa escrita unas declaraciones de Jordi Pujol sobre el asunto que nos ocupa. Decía: ”No es cierto que el español esté perseguido en Cataluña. No hay ni un niño de seis años que no hable castellano. Y en los exámenes del final de ciclo el conocimiento del castellano es algo mayor que el del catalán. Le invito a usted misma, como una obligación patriótica y cívica, a salir a la calle en Barcelona y hablar con cualquier niño que se encuentre. Que en Cataluña se persigue al español es mentira. Repito, salga a la calle y compruébelo” . Si hubiera querido responder a lo que se le preguntaba realmente y al texto real del manifiesto, debería haber dicho: «No es cierto que la lengua española esté marginada como lengua de aprendizaje en el sistema escolar de Cataluña. No hay ni un niño de seis años que no estudie en castellano, si esa es la voluntad de sus padres. Le invito a usted misma, como una obligación patriótica y cívica (sic) a salir a la calle en Barcelona y hablar con cualquier padre o madre que se encuentre. Encuéntreme uno solo que pueda quejarse de que en Cataluña no consigue educar a sus hijos en lengua castellana.”

El presidente del Gobierno sí se atrevió a decir eso. Fue en abril de 2006, en una entrevista periodística: «Aunque haya un solo caso (de padres que no puedan educar a sus hijos en castellano) hay que intervenir.» El pasado 28 de septiembre se manifestaron en Barcelona entre 4.000 y 5.000 personas, según la Generalitat y según los organizadores, respectivamente. Se trata de un caso extraordinario, en el que una serie de ciudadanos se dirigen a su Gobierno, en este caso la Generalitat de Cataluña en petición, no de un privilegio, sino de que se cumpla la Ley. Exactamente la Ley de Política Lingüística, 1/98, elaborada por Jordi Pujol en los buenos viejos tiempos de la mayoría absoluta y aprobada por el Parlament de Cataluña el 7 de enero de 1998, que en su artículo 21.2 dice: ”21.2.-Los niños tienen derecho a recibir la primera enseñanza en su lengua habitual, ya sea ésta el catalán o el castellano. La Administración ha de garantizar este derecho y poner los medios necesarios para hacerlo efectivo. Los padres o tutores lo pueden ejercer en nombre de sus hijos instando a que se aplique.»

Emilio Pérez Touriño, también lamentó que el líder de los populares gallegos, Alberto Núñez Feijóo, «calle como un muerto» cuando «circulan manifiestos contra la lengua gallega». La ministra de Defensa, Carme Chacón, también confunde las preposiciones. Da por hecho que en Cataluña se enseña ‘el’ catalán y es partidaria de que también se imaparta la enseñanza del castellano, del euskera y del gallego. Sostiene Chacón que la lengua ha sido «un segmento de convivencia como ningún otro en Cataluña». Y sostiene más: «Un empresario, si puede contratar a un chico que habla castellano y habla catalán y a un chico que sólo habla castellano, pues contrata al que habla castellano y catalán».

Todos los jóvenes al finalizar la educación general obligatoria conocían el catalán y el castellano «al margen de lo que se hablara» en cada casa, y estaban preparados para «acceder por supuesto a todos los puestos de la Administración pública y trabajar en cualquier lugar». ¿Cuál es la función de la Educación para la ministra de Defensa? Enseñar la lengua. ¿Cuál es el pasaporte a la clase dirigente en Cataluña? El conocimiento del catalán. ¿Cree la ministra que los empresarios catalanes no preguntarán a quienes aspiran a un puesto de trabajo: «Y usted, además de hablar catalán y castellano, ¿qué más sabe hacer? Es que yo necesito un analista financiero». Es probable que incluso en la Generalitat necesiten funcionarios con saberes y habilidades específicas. Todo el PSOE, constituido en Congreso, aprobó en julio una ponencia en la que se afirma que el castellano no está en peligro. Josep Lluis Carod Rovira les dio la razón unos días más tarde: ”No es serio defender que el español está amenazado” .

En efecto, el Partido Socialista aprobó en su primer día de Congreso una resolución titulada «El pluralismo lingüístico en España: Defensa del modelo constitucional», un catalogo de falacias de las que voy a destacar tres: Ese bilingüismo [el del modelo educativo catalán] es el que garantiza la igualdad plena de derechos ciudadanos. En ningún caso se ha dejado de garantizar el conocimiento del castellano. Ningún niño o niña de Catalunya desconoce la lengua común. Estas otras lenguas, también españolas y por lo tanto, patrimonio de todos, necesitan en paralelo una proyección y una protección. No tiene sentido pensar que el castellano debe defenderse de ellas. Igualdad plena de derechos a los niños escolarizados en una lengua que no es la propia. Esto es Orwell: «guerra es paz. Libertad es esclavitud. Ignorancia es fuerza. Respecto al segundo punto, ¿quién le puede poner puertas al campo?¿Quién podría desconocer la lengua común? El español se ha abierto paso en Internet y en los Estados Unidos. Ni siquiera Carod Rovira podría conseguir desconocerla. El lema «Vivir las 24 horas del día en euskera» (o en catalán) es una estupidez notable. Nadie puede vivir así. Aunque se niegue a salir de casa y su familia padezca la misma discapacidad intelectual. El problema es que los ciudadanos que salgan mañana de los sistemas educativos catalán y vasco no serán iguales. Evidentemente, habrán adquirido más conocimientos aquellos cuya lengua materna fuese el catalán o el vasco. «No tiene sentido pensar que el castellano debe defenderse de ellas (las lenguas cooficiales)» dice el papel en el tercer punto que he seleccionado. Extraordinaria prosopopeya, cuando no simple tontería. Las lenguas no luchan unas con otras, no atacan, no se defienden, no son acosadas, perseguidas, ni se sienten amenazadas, no están enfermas, ni mueren, por más que en un abuso de la metáfora haya lenguas a las que llamamos muertas. Quienes sí se han muerto son sus hablantes. Las lenguas no tienen derechos, ni hipotecas, no les afecta el euríbor, ni padecen migrañas, alopecia o disfunción eréctil.

Parecen éstas ideas bastante simples como para no ser asimiladas por gentes que han cursado, en el peor de los casos, estudios de nivel medio. Sí lo entendieron, el portero de la selección española de fútbol, Iker Casillas, que firmó el Manifiesto y explicó sus razones para ello: «Me adhiero porque no quiero que ni un sólo niño en mi país no tenga derecho a educarse en nuestro idioma común» De eso se trataba, justamente. También lo entendió Kirmen Uribe, un escritor euskaldun, nacido hace 38 años en Ondárroa, que, entrevistado en la Última de El País y preguntado al respecto, dijo: «Leí el famoso Manifiesto por la lengua común y creo que no se entendió bien. Creó demasiados rechazos en vez de plantearlo como la preocupación de muchos padres que quieren que sus hijos estudien en castellano. Una preocupación real y por tanto muy a tener en cuenta».

¿Es posible que lo que no alcanzaron a entender el presidente y la vicepresidenta del Gobierno, las ministras de Educación y Defensa, un surtido de responsables de Política Lingüística en distintas Comunidades Autónomas, la Federación de Asociaciones de Escritores de Galeusca, el Congreso del PSOE, Carod Rovira, Alfredo Bryce Echenique y una decena de gentes de variadas actividades profesionales que han dejado testimonio de su incomprensión en sendas tribunas periodísticas, sólo haya sido entendido por un escritor de Ondarroa y un futbolista profesional? Así parece. Sin embargo, aquellos de ustedes que sean votantes del Partido Popular tampoco se regocijen en exceso con las ocurrencias del adversario político. Alicia Sánchez Camacho, presidenta del PP en Cataluña, también se apuntó gozosamente a la confusión de las preposiciones y, después de explicar dicho texto en los términos que no son, explicó su no razón el 17 de julio, en una entrevista en La Vanguardia: «Yo he defendido, defiendo y defenderé el derecho a usar y a aprender el castellano en Cataluña, pero no firmaré el manifiesto, no es necesario».

Necesario, necesario. Tampoco es necesaria en sentido estricto su presencia en la vida política catalana o española, por poner un ejemplo. Mariano Rajoy declaró este verano que su partido presentará una propuesta en el Congreso para garantizar que los españoles puedan expresarse en español, si así lo desean, porque: «Las personas tienen que tener derecho a hablar el idioma que mejor les parezca y yo soy partidario en eso de la libertad y del ejercicio de los derechos individuales». El presidente del PP había anunciado dos meses antes que su partido suscribía el Manifiesto por la lengua común. Desde que fue presentado el Manifiesto por la Lengua Común, que había recogido hasta aquel momento 136.555 firmas de apoyo. El partido de la oposición, que obtuvo el 9 de marzo pasado 10.169.973 votos, se adhirió sentimentalmente al texto, pero no aportó ni una sola firma. Hagamos números: en el muy improbable supuesto de que todos los firmantes hubiesen votado al PP el 9 de marzo, el manifiesto habría sido apoyado por el 1,34% de dichos votantes. El último disparate que he podido detectar sobre este asunto, lo escribió un hombre que hasta hace muy poco tenía todo mi afecto personal y mi respeto intelectual, el profesor Gregorio Peces-Barba. Bueno, el afecto personal no se lo he retirado.

En una tribuna publicada el pasado 4 de octubre en El País, titulada «Buen sentido y debate lingüístico», partía de una observación improbable para llegar a ningún resultado interesante: Si bien las expresiones ‘lengua común’ y ‘lengua propia’ podrían ser razonables en un contexto no conflictivo, no lo son aquí y ahora, donde lengua común y lengua propia son conceptos que se disparan contra el diferente, apreciación en la que no carece del todo de razón. Lo malo es que propone este lugar de encuentro: que el castellano sea el vehículo único de comunicación en las comunidades no bilingües y las lenguas autonómicas sean «formas de comunicación vehiculares de la educación» en las comunidades bilingües, si bien habría que contemplar alguna excepción para los transeúntes. Realmente impresionante. Uno de los padres de la Constitución, presidente del Congreso, catedrático de Filosofía del Derecho, rector de universidad, y nos sale con esto. Me recuerda la perplejidad de un labrador de mi pueblo que le decía a su hijo, próximo a recibir las órdenes sacerdotales: «Hijo mío, cinco cursos de Latín, tres de Filosofía y cuatro de Teología y ni siquiera sabes aparejar la burra».

Es muy notable pedir que en las comunidades no bilingües, o sea, aquellas en las que solo se habla castellano, sea el castellano la lengua de la enseñanza. Hombre, también pudiera ser que cualquier día exigiera ERC que si el Gobierno quiere aprobar sus presupuestos, declare que el catalán es la única lengua oficial de la comunidad de Extremadura, pongamos por caso. Pero no parece que tal propuesta tenga posibilidad alguna de prosperar. La otra parte de lo que nuestro hombre considera la solución moderada, es sencillamente, el plan de Montilla y el nacionalismo para Cataluña y el que el Gobierno vasco tiene para Euskadi. Es verdad que a finales de septiembre, coincidiendo con el Debate de Política General, el PNV hizo pública su oposición al currículo vasco. El hecho de que no hubiera dicho una palabra en el año transcurrido desde que se aprobó en Consejo de Gobierno hace pensar que se trata sólo de una moratoria. Estamos en precampaña, el PNV muestra fatiga electoral en las encuestas y no quiere dar bazas al PSE para que les desaloje de Ajuria Enea. Pero el artículo de Peces Barba tiene un punto de mucho interés y es el considerar los sintagmas ‘lengua común’ y ‘lengua propia’ como simétricos y equidistantes del espacio de la moderación que él reclama. No son disparates equivalentes. El castellano o español es la lengua común de todos los españoles, incluidos, para que no queden dudas, todos los gallegos, catalanes y vascos. Es, repitámoslo, la ‘koiné’, término de origen griego que quiere decir exactamente ‘común’. Imaginemos a un catalán y un vasco tratando de comunicarse en sus respectivas lenguas autonómicas. Sería posible que éste comprendiese a aquél por la similitud del catalán con castellano, pero sería bastante improbable que el catalán entendiese al vasco y lo más seguro es que ambos pasaran a expresarse en castellano, porque las lenguas están hechas para que se entiendan entre sí sus respectivos hablantes, como decía Sánchez Ferlosio en el ejemplo que les ponía antes.

Examinemos el otro platillo de la balanza que usa Peces-Barba. La lengua propia. ¿Qué quiere decir ‘propia’? Pues como en este país cultivamos con tanto mimo las paradojas, con ‘lengua propia’ queremos señalar la que nos resulta más extraña. El pasado mes de julio, exactamente el día 13, la prensa vasca publicaba dos artículos sobre este asunto. El autor del primero decía: Mi lengua es el castellano. En ella aprendí a expresarme, a través de ella me formé y en torno a ella he establecido mis principales relaciones de convivencia. Pero, dicho esto, no puedo dejar de añadir que, respecto de aquella otra que llaman ‘propia’ de mi país, mantengo dos sentimientos tan arraigados que nunca he podido ni querido erradicar. El primero es de añoranza. El segundo, de culpa nunca del todo expiada.

No entremos en el cenagoso territorio de la culpa, que esos son terrenos más propios para el psicoanálisis. Pero sí es interesante la añoranza que manifiesta el autor por una lengua que nunca habló. ¿Se puede sentir nostalgia de lo que nunca se tuvo? Iñaki Viar y Jon Juaristi escribieron hace casi 20 años un artículo en el diario El País, bajo el título El nacionalismo vasco, entre el duelo y la melancolía, idea que Juaristi desarrolló posteriormente con fortuna en El bucle melancólico. A partir de los conceptos freudianos en torno al sentimiento por la pérdida del objeto amado, los autores planteaban exactamente esta cuestión como la clave de la sentimentalidad nacionalista a la que me refería antes: duelo y melancolía por la pérdida de algo que no se ha tenido nunca. Dos días después, un catedrático de la UPV que ejerce como asesor del lehendakari Ibarretxe, insistía en parecidos mantras con un artículo cuyo título era una impresionante declaración de principios sobre el tema: “El derecho a conocer la propia lengua”.

¿Podemos desconocer la lengua que nos es propia? Sí, en la medida que sólo somos capaces de expresarnos con fluidez y solvencia en la lengua que consideramos ‘extraña’. Ya he contado antes que el jefe del autor, sin ir más lejos, se pasó los primeros 41 años de su vida expresándose en una lengua extraña, el castellano. Fue en 1998, cuando su partido lo designó como candidato a lehendakari, cuando empezó a aprender su lengua propia, que es, naturalmente, el euskera. Hay casos más notables. El presidente de la Generalitat que impulsa la inmersión escolar en catalán fue acusado por el diputado Felip Puig de no ser «capaz de hablar la lengua propia con propiedad». Parece grotesco llamar lengua propia de Montilla a la que el president no sabe hablar con propiedad. ¿Son suficientes los 37 años que lleva en Cataluña para aprender el catalán? Así, a ojo, es tiempo más que sobrado para que cualquiera convierta en lengua propia el chino cantonés. O el euskera. Cuanto más una lengua romance como el catalán. Cabe pensar que el honorable no ha puesto mucho empeño y pretende que el interés lo pongan otros, obligando a la inmersión lingüística a todos los niños en edad escolar, sea cual sea su lengua materna. «Estoy dispuesto a recibir lecciones de catalán, pero no de catalanidad», respondió el president a la crítica de Puig, una pamema propia de un tiempo en el que gobiernan los becarios. La presidencia de un Gobierno, aunque sea autonómico, no es un master. Si el catalán es la lengua propia de Cataluña, según el Estatut -otro logro del PSC-debería llevarlo aprendido al cargo.

Ibarretxe aprendió a definir la lengua propia con algo más de sutileza: El euskera es una de las principales señas de identidad de esta sociedad, nuestra lengua propia, no porque sea la única que tenemos, sino porque nuestro pueblo es el único que la tiene, una seña de identidad positiva, un elemento de integración y cohesión. Es más ingenioso, pero falaz. Si aceptamos esta definición de lengua propia, habremos de aceptar que la lengua de Cataluña, la propia, no es el catalán, sino el aranés, porque el catalán se habla en otras comunidades, como Baleares o el Pasís Valenciano. Emilio Guevara negaba el concepto de una lengua propia (única) para Euskadi: «Este pueblo tiene dos lenguas propias, si seguimos manejando este calificativo. Porque si el castellano es la lengua que se habla en este pueblo desde hace siglos y que es realmente la lengua materna de la gran mayoría de los vascos no se puede negar el carácter de lengua propia que tiene el castellano en este país. Este país se diferencia de los otros no sólo por tener como lengua propia el euskera, sino porque tiene dos lenguas propias, una que se comparte con otros pueblos, que es el castellano, y otra que es la originaria, que efectivamente hay que preservar, mantener y recuperar y equiparar a la otra.»

Era casi inevitable que en esta carrera de originalidades, el abuso de lengua propia contagiara el concepto de lengua materna, que alguien se pasara en la frenada y fue Alicia Sánchez Camacho en la ya citada entrevista de La Vanguardia: «En esta tierra conviven con normalidad dos lenguas. Algunos, como es mi caso, tenemos el castellano como lengua materna y le damos a nuestros hijos otra lengua materna, que es el catalán.» Lo cantaba aproximadamente Antonio Machín: Yo no puedo comprender/ cómo se pueden tener/ dos lenguas maternas a la vez/ y no estar loco. Y no estar loco. En la primavera de 1992 se produjeron unas conversaciones entre el PNV y Herri Batasuna en un hotel de Bilbao. La delegación del PNV estaba integrada por Joseba Egibar, Juan Mª Ollora y Gorka Agirre y en el otro bando formaban Floren Aoiz,, Iñigo Iruin y Jon Idigoras. El bando abertzale se empeñó en que el diálogo fuese en euskera, aunque había un problema. Seguramente porque había un problema. Los seis comensales tenían una lengua común, que hablaban los seis, y una lengua propia, que sólo comprendían y hablaban cinco. El sexto, Juan Mª Ollora, únicamente era capaz de expresarse en ‘la lengua extraña’, que es la que mejor habla en Euskadi la inmensa mayoría de los bilingües.

La cosa transcurrió así: hablaba el portavoz de Batasuna y esperaba a que Gorka Agirre tradujera al español sus palabras con el fin de que fuesen entendidas por Ollora. Éste respondía, naturalmente en castellano, mientras Aoiz miraba al infinito y ponía cara de ‘mí no comprender’ en espera de que Egibar tradujese las palabras de su compañero al euskera para darse por enterado. Así estamos, entre lenguas fieramente humanas y lenguaraces que, o bien se sirven de ellas de manera ventajista o las usan con el único carácter instrumental que les reconocen: como piedra para descalabrar al adversario. Creo que los nacionalismos y el partido a quien los españoles confiaron la tarea de gobernar el pasado mes de marzo deberían pensar por qué empieza a ser un problema de convivencia lo que antes no lo era.

Ganaríamos mucho terreno si los nacionalistas empezaran por desacralizar la lengua, quitarle ese exceso de sentido del que hablaba Jon Juaristi en ‘El bucle melancólico’ y su carácter autorreferente: «Para qué sirve la lengua nacionalista sino para enseñar y difundir la lengua nacionalista, negando al mismo tiempo en obsesiva simetría la lengua del otro?» Esta no es una particularidad de los nacionalismos españoles. Hace casi 70 años un periodista irlandés llamado Brian O’Nolan firmó una deliciosa novelita con el seudónimo Flann O’Brian, que un amigo me ha prestado este mismo fin de semana. Se titula ‘La boca pobre’, que es una frase hecha en gaélico para denotar lo que llamamos ‘victimismo’.

Les voy a leer un párrafo, en el que el presidente de una Asociación gaelicista abogaba por imponer la lengua celta, el gaélico, como lengua propia de la nueva Irlanda: «¡Gaélicos! -dijo-, mi corazón gaélico se llena de alegría al estar hoy aquí dirigiéndome a vosotros en gaélico en esta fiesta gaélica en el centro del territorio gaélico. Dejadme decir que soy gaélico. Soy gaélico de pies a cabeza, gaélico por los cuatro costados. Asimismo, todos vosotros sois verdaderos gaélicos. Todos nosotros somos gaélicos de puro linaje gaélico. Quien es gaélico, siempre será gaélico. Yo nunca he pronunciado (ni vosotros tampoco) una sola palabra que no sea gaélica desde el día en que nací, y lo que es más: todo lo que he dicho, ha versado sobre el tema de la lengua gaélica. Si somos verdaderos gaélicos, es necesario que nos ocupemos siempre de la cuestión del gaélico y de la gaelicidad. De nada sirve saber gaélico si lo empleamos para conversar de cosas que no son gaélicas. Quienes hablan en gaélico pero no se ocupan de la cuestión de la lengua, no son verdaderamente gaélicos en el fondo; personas así no benefician nada al gaelicismo, pues lo único que hacen es burlarse del gaélico e insultar a la gente gaélica. No hay nada en este mundo tan hermoso y tan gaélico como los verdaderos gaélicos verdaderamente gaélicos que hablan en verdadero gaélico sobre la gaélica lengua gaélica. ¡Por tanto proclamo gaélicamente inaugurada esta fiesta! ¡Arriba los gaélicos! ¡Larga vida a nuestra lengua gaélica!»

Nada más por mi parte. Buenas noches gaélicas a todos ustedes. Y a todas, naturalmente.

Santiago González, EL CORREO, 24/10/2008