Hielo en la sangre

Tras de los depredadores, llegan las hienas

Aunque todos sabemos que el ser humano es capaz de descender a los abismos morales más tenebrosos, en las ocasiones en que nos vemos obligados a asistir a exhibiciones de maldad que sobrepasan lo imaginable la impresión recibida nos sorprende como un ataque imprevisto. Cuando el pasado lunes el eurodiputado de Batasuna Koldo Gorostiaga pidió la palabra después de la condena por el presidente Cox del asesinato de Joseba Pagazaurtundua, los presentes en el hemiciclo esperábamos su típica intervención en penoso inglés para hacer propaganda de sus planteamientos independentistas. Sin embargo, al escuchar cómo se permitía lamentar la muerte de la última víctima de ETA, expresar sus condolencias a la familia y hacer una exhortación al diálogo para traer la paz al País Vasco, un manto de gélido horror cayó sobre el salón de plenos de Estrasburgo. El nivel de cinismo que requiere semejante actuación a las pocas horas de un crimen tan execrable cometido por la banda terrorista de la que el partido de Koldo Gorostiaga es el brazo institucional, sobrepasa cualquier límite de perversidad abyecta.

Ni una hiena hambrienta mostraría la crueldad que este perfecto ejemplar de nacionalista radical desplegó ante los ojos y los oídos estupefactos de los representantes de la ciudadanía europea que ocupaban los escaños en ese momento de oprobio. El poder soltar un discurso así mientras el cadáver aún caliente del heroico miembro de «¿Basta ya!» yacía en el hospital revela la naturaleza profunda del mal al que nos enfrentamos en España desde hace un cuarto de siglo. Pero siendo repulsivo el comportamiento de semejante escoria, aún lo es más el de los que autocalificándose de demócratas propiciaron con sus decisiones sectarias que Joseba se viera obligado a volver a Andoain contra su voluntad y posibilitaron con sus votos en el Ayuntamiento que quedara a merced de un alcalde cómplice de sus verdugos. La carga de ignominia que pesa ya sobre el PNV es muy alta, pero la trágica interrupción de la vida de Joseba Pagazaurtundua ha añadido a su pestilente masa un peso adicional que sólo conciencias tan encallacidadamente envilecidas como las de Xabier Arzallus, Juan José Ibarreche y Joseba Eguibar pueden soportar sin romperse de arrepentimiento y de vergüenza. No es extraño que los hombres de bien que militan en la centenaria formación, porque alguno les queda, se hayan dado de baja o se hayan apartado de su actual cúpula, y la aceptación de su presencia en el velatorio por parte de la familia Pagazaurtundua ha reconocido justamente este testimonio de sensibilidad ética.

ETA ha apretado el gatillo que ha acabado con la noble existencia de Joseba, pero los proyectiles que perforaron su cuerpo desprevenido e indefenso hace tiempo que se venían fabricando por los seres de sangre helada que pululan por los despachos y pasillos de la Sabin Etxea.

Aleix Vidal-Quadras, LA RAZÓN, 12/2/2003