Hoja de ruta de la resolución del conflicto

MANUEL MONTERO, EL CORREO 03/04/13

· El ‘suelo ético’, que establece el principio de la responsabilidad y de una memoria colectiva no neutral, es un soplo de aire fresco en nuestra jerga, hasta ahora forjada desde fuera de la democracia.

Se les ve verdes. Será porque son nuevos en «la apuesta irreversible por las vías democráticas». Los chicos de Bildu han estado torpes en el Parlamento vasco: en el planteamiento de la cuestión (su moción sobre «la resolución del conflicto») y en las triquiñuelas de alcance cutre que han empleado. Les ha salido fatal, por mucho que intenten salvar la cara diciendo que así todos han podido hablar, como si eso fuese novedad. Propusieron el debate y salieron trasquilados, con el resto del Parlamento sacándoles las vergüenzas, votándoles masivamente a la contra. La gran hazaña. A este paso les costará sostener su imagen preferida, la de que todas sus gestas son pasos triunfales hacia la victoria final.

Primero, el planteamiento. «Un debate sobre los pasos que se deben dar para la resolución del conflicto político» y «definir una hoja de ruta integral en relación a la raíz del conflicto y sus consecuencias», eso escribió EH Bildu. Dejando a un lado que hablan en dialecto críptico –¿qué querrá decir lo de la ‘hoja de ruta integral…’?–, se les nota anclados en las antiguas recetas del pasado, que ni les sirvieron en el pasado ni cabe imaginar les funcionen ahora. Sus propuestas suenan a rancias, el mismo lenguaje de hace veinte años. Su inmovilismo amenaza con fosilizarlos.

Está, de entrada, la ‘resolución del conflicto’, un latiguillo que han empleado hasta la extenuación, cuyo contenido a estas alturas se diluye, si alguna vez tuvo algún sentido. Lo usan como algo inmediato, que se puede tocar. Sugieren que es corpóreo, definitivo y que está al alcance de la mano. Si no llega es porque hay quienes no quieren solucionar nuestros problemas, lo que permite culpar al prójimo si no alcanzamos el paraíso. Hay una dificultad: el concepto pertenece al argot del soberanismo radical. Quizás su uso reiterado les ha convencido de que es un lenguaje compartido, pero eso no le quita la pátina del ‘yo me lo guiso, yo me lo como’.

En los últimos tiempos gusta la fórmula ‘resolución del conflicto’ en vez de ‘solución’, que figura también en el argot vasco y que en tiempos se decía más. Quizás se prefiera porque resolución resulta rotundo: más resolutivo, como toca al vasco. Resolver alude a tomar una determinación fija y decisiva, mientras solución evoca la satisfacción de una duda o dificultad. No es lo mismo, entre otras razones porque la resolución sugiere un acto único y contundente.

El concepto implica el convencimiento de que existe un conflicto que se define en los términos de Bildu, que tiene una única resolución/solución y que inexorablemente debemos ir hacia ella. En este esquema, la política vasca tiene tal finalidad y todos debemos buscarla, no nos queda otra. No por el procedimiento de indagar en ‘el conflicto’, sino de comprender cuál será la resolución, que viene prefijada (por Bildu), a la luz de la cual será posible entender el conflicto. Tal es el correcto camino intelectual, en este esquema. Por eso el galimatías tiene poco recorrido fuera de la secta, pues exige compartir percepción y metodología: que todo el Parlamento se convierta al soberanismo de Bildu, de natural punitivo.

En este caso el dislate es mayor, al llegar adobado con la propuesta de un arrepentimiento general, en plan todos nos hemos equivocado, todos hemos creado el conflicto, todos hemos de hacer un esfuerzo. «Con nuestros discursos y posturas [todos] hemos alimentado una situación conflictiva». Pues no: la extorsión a la democracia ha venido de un lado y resulta un sarcasmo que escamoteen su culpa inventándose una responsabilidad general.

Luego está la artimaña de proponer mociones usando textos de otros tiempos firmados por el PNV, por ejemplo del Pacto de Lizarra, de hace media vida, con lo que ha llovido. La idea de que así –sacando textos de contextos y aislando del todo algunas partes– pondrían en un brete al Gobierno y abrirían fisuras y tensiones queda algo pueril. Como su intento de votar la propuesta democrática punto a punto, para rechazar lo fundamental y dar la imagen de constructivos votando lo que considerasen inocuo.

Además de la brillante intervención de Basagoiti, recordando una a una a las víctimas, que es lo fundamental, el debate ha tenido una consecuencia de primer orden. PNV, PSE y PP han aprobado el ‘suelo ético’, con el compromiso prioritario de defender los valores democráticos. ‘Suelo ético’: por primera vez en muchísimos años en el lenguaje político vasco entra un término que no ha sido creado por la izquierda abertzale, que nos ha inundado de ‘fases resolutivas’, ‘diálogo y negociación’, ‘escenario de paz’, etc. El ‘suelo ético’, que establece el principio de la responsabilidad y de una memoria colectiva no neutral, es un soplo de aire fresco en nuestra jerga hasta ahora forjada desde fuera de la democracia. El concepto y el texto que lo desarrolla no son novedad, pero su difusión resulta saludable, algo raro en la política vasca, más proclive a ponerse zancadillas.

Si el planteamiento que hizo Bildu sobre su moción ha sido precario, su reacción final tampoco ha tenido desperdicio. Ha optado por la acusación conspiranoica, aludiendo a intereses ocultos, expresada con metáforas ramplonas. El pleno del Parlamento ha sido «una pista de aterrizaje para el PP», puesta por PNV y PSE, y encima «rompen puentes con EH Bildu», pues Urkullu busca «sumas aritméticas y no acuerdos». Pistas de aterrizaje, puentes, aritmética: lo que nos faltaba. La retórica no es lo nuestro, pero los nuevos la llevan hacia el pedestrismo minimalista.

MANUEL MONTERO, EL CORREO 03/04/13