Iglesia vasca y grey abertzale

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO 17/04/14

Pedro José Chacón Delgado
Pedro José Chacón Delgado

· La Iglesia católica ha salido siempre a relucir en la política vasca como un factor mayoritariamente basculado hacia posiciones nacionalistas.

Por eso llama tanto la atención que los partidos que representan al nacionalismo vasco, con todo el derecho a gestionar la órbita civil que les atañe, marquen distancia con la Iglesia en temas tan sensibles para la ciudadanía como es el del aborto, con la adhesión inicial, en el caso del PNV, a la ley de plazos socialista, y su actual rechazo de una modificación propuesta por el PP que cuenta con la aquiescencia desde el Papa hasta el último de los obispos.

La izquierda abertzale, por su parte, también se apunta ahora su gesto de autonomía respecto de la Iglesia, hasta el extremo de que el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha advertido que está dispuesto a denunciar, tras estudiarla con detenimiento, la medida adoptada para esta campaña de la renta por la Hacienda Foral guipuzcoana, de quitar la casilla de ‘Ambos’, que supondría un claro perjuicio para la Iglesia, a juicio del prelado, ya que quien la elige suma, en su aportación al 0,7% para otros fines de interés social, otro 0,7% para la Iglesia. En su lugar, se ofrece una tercera casilla para ‘fines gestionados por el sector público’, una redundancia, puesto que, sin marcar nada, de hecho ahí va todo lo que cotizamos, pero que los de Bildu justifican «para seguir avanzando hacia una administración aconfesional».

Se trata de gestos de autonomía política respecto de la Iglesia católica que reflejan, por otra parte, una progresiva e innegable pérdida de influencia de la institución en la vida social vasca, en consonancia con lo que viene sucediendo en otras latitudes. La mayoría de la gente solo va a la iglesia a actos concretos, y más por compromiso social que por verdadera fe. Y los que habitualmente van a misa presentan una media de edad en consonancia con la de los oficiantes: de sesenta y tantos años para arriba. Así es que el desconocimiento de sus actividades llega al punto de que muchos confunden una institución asistencial diocesana como Cáritas con una ONG.

Pero este distanciamiento, que determinados gestos de los partidos nacionalistas parecen mostrar respecto de la Iglesia vasca, se contradice de modo flagrante con lo que dicha Iglesia ha significado en la trayectoria del nacionalismo, desde el mismo origen de esta ideología y durante toda la Transición. Incluso en el caso de la izquierda abertzale, esa supuesta aconfesionalidad que preconiza ahora cuesta no relacionarla con un profundo desagrado por la crítica del verano pasado del obispo Munilla al anuncio de la conferencia de paz del alcalde Izagirre, cuando dijo aquello de que la paz, para ser auténtica, debía estar basada en el perdón y el arrepentimiento por los crímenes cometidos.

Probablemente fue la polémica pastoral de los obispos vascos ‘Preparar la paz’, de 29 de mayo de 2002, la que marcó el cénit de la influencia eclesiástica sobre la política vasca. Ese documento advertía de las consecuencias perjudiciales para la convivencia que traería consigo la ilegalización de Batasuna. Pero la admonición fue errada, puesto que la Ley de Partidos vino a marcar un distanciamiento entre la rama política y la rama militar del entramado del MLNV que acabó en el anuncio del fin del terrorismo en 2011.

En estos últimos años, la Iglesia vasca ha ido cambiando sus cabezas visibles, particularmente al frente de las diócesis de Bilbao y San Sebastián, en un sentido sensiblemente menos nacionalista que antes, pero la siembra realizada por los regidores anteriores sigue dando sus frutos. Por señalar algunos evidentes: el lehendakari Ibarretxe contó con Setién a su lado en plena elaboración de su proyecto de reforma del Estatuto de Gernika y el actual lehendakari Urkullu tiene a Jonan Fernández como gran consejero en su plan de paz y convivencia, una de las tres patas de su Gobierno. Recordemos que Fernández, tras Elkarri y hasta llegar donde ahora está, fundó Baketik en Arantzazu, con el plácet, consejo y estrecha amistad del predecesor de Munilla, el obispo Uriarte, adalid de toda la doctrina inspiradora del plan de paz de Urkullu, que incluye considerar a todas las violencias en su justa medida, pero a todas, así como la preocupación por los presos de ETA y la investigación sobre las torturas.

Como detalle nada baladí en cuanto a la influencia de la Iglesia en el nacionalismo durante toda la Transición, desde la primera edición de los Premios Sabino Arana de 1989 para Aita Barandiaran, han sido continuos los personajes de la Iglesia vasca que lo han recibido: curas represaliados por Franco, como Zubikarai y Esnaola, Mauro Elizondo, biógrafo del fundador del nacionalismo, el influyente cardenal vascofrancés Roger Etchegaray y, por supuesto, los obispos Setién y Uriarte.

Estos últimos le han proporcionado al nacionalismo en su conjunto la cobertura intelectual necesaria durante la Transición. Y en particular José María Setién, sin parangón en cuanto a capacidad teórica y dialéctica en la Iglesia española, cuya crítica radical del terrorismo no fue capaz de ver y menos de denunciar que el nacionalismo se aprovechaba objetivamente de la violencia para extender su manto de influencia sobre toda la población vasca, agrandando con creces su ya de por sí importante ascendiente histórico sobre la misma. Con el actual plan de paz de Urkullu, que necesita sanar las heridas del terrorismo para proyectarse decididamente hacia el soberanismo, nadie, en comparación a Uriarte o Setién, le puede ofrecer al nacionalismo el argumentario que necesita y eso es algo que, por muchos gestos aparentes de distanciamiento que haga respecto de la Iglesia, siempre estará en el debe del nacionalismo vasco.

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO 17/04/14