Impávido

EL MUNDO 22/11/13
VICTORIA PREGO

Al presidente del Gobierno no parecen hacerle mella ni las críticas de la oposición, ni las de los medios de comunicación ni siquiera los malos datos de las encuestas. Él está plenamente convencido de que al final saldrá adelante porque le va a dar la vuelta a la situación económica o, por lo menos, a la peor cara de la crisis.
Oyéndole hablar, da la sensación de que, fuera de la batalla contra los datos de la economía, no le ocupa el futuro, ni siquiera el más próximo. Por eso dice «nosotros no estamos ahora [pensando] en las elecciones europeas, ni en las autonómicas, ni en las municipales». Parece que hace una apuesta única a vencer la crisis, como si creyera que, una vez conseguido eso, su electorado volverá por sus pasos y le dará de nuevo la victoria en la próximas elecciones. O puede incluso que no. Puede que ese no sea un escenario que le preocupe ahora lo más mínimo, y eso que ha llegado ya a la mitad del camino y le queda poco tiempo para enderezar la tendencia descendente de los votos. Puede que sea cierto lo que dijeron algunos importantes miembros de su Gobierno recién empezada la legislatura: «Venimos a hacer lo que hay que hacer aunque nos quememos en el intento».
Esa puede ser la razón de que no se le pase por la cabeza hacer una crisis de Gobierno, ni siquiera con los ministros peor valorados en la encuestas de opinión. Ése es el caso del ministro de Educación, al que defendió casi con vehemencia. Seguramente piensa que, pase lo que pase, a mitad de la tarea no vale la pena cambiar al titular y poner a otro de repuesto. «Son valientes», dijo de sus ministros, un calificativo sorprendente cuando se habla de un Gobierno. Calificativo que repitió otra vez. Va a quemar, en efecto, a todos los miembros de su equipo, como probablemente se va a quemar él. Impávido.
Hay una cierta épica en el relato de Rajoy que circula por debajo de su tranquilidad pastueña. Pero es dudoso que el aguantar la tempestad en el puente y permanecer en él hasta que el tiempo amaine vaya a reportarle réditos electorales. El tiempo lo dirá y dirá si le importa.
Por lo demás, navegó al pairo de cuestiones relevantes como el caso Bárcenas o la componenda de la elección de los miembros del CGPJ. Al margen de su apuesta decidida y de su previsión, o más bien su compromiso, de conseguir reducir el paro, sólo habló con contundencia de ETA y, especialmente, de Cataluña. Y explicó por qué hace lo que muchos le reprochan: no actuar con más firmeza frente al desafío independentista. Dijo: «Yo no voy a crear más tensiones».
Esa es su estrategia, ciertamente arriesgada. Él está parapetado detrás de la barricada de los artículos 1 y 2 de nuestra Constitución y no hace ningún movimiento más a la vista del público. Pero ese público está necesitado de un liderazgo más reconocible y más claro, para poder oponer al discurso de los secesionistas otro que desmonte sus patrañas. Y sólo con que aireara más frecuentemente y en más foros las cifras que desgranó ayer a propósito de Cataluña y del comportamiento del Estado hacia esa comunidad, ya haría un gran servicio a tantos españoles asediados.