Isaac Díez : Sacerdote y educador, subraya que las víctimas constituyen «el testimonio de la degradación moral de la sociedad»

EL CORREO 17/11/13

Ortega Lara, su mujer y su cuñado Isaac Díez.
Ortega Lara, su mujer y su cuñado Isaac Díez.

· El nombre de Isaac Díez cobró notoriedad pública en 1996, a raíz del secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, de quien es su cuñado.

Díez se convirtió en el portavoz de la familia durante los 532 días en los que Ortega Lara estuvo retenido a manos de ETA, en la penumbra de un zulo en Mondragón, hasta que fue liberado por la Guardia Civil el 1 de julio de 1997. Desde entonces, este hombre de humilde actitud y formado en la fe cristiana ha realizado una callada labor en favor de decenas de víctimas del terrorismo. A día de hoy, mantiene discretamente «el contacto» con muchas de ellas.

Isaac Díez, de 63 años, se presenta como un «educador». Ordenado sacerdote y con profundos vínculos con Euskadi por su trayectoria laboral y religiosa, dirige desde hace dos años el centro de enseñanza de los Salesianos de Deusto, en Bilbao, tras una etapa de colaboración en misiones en África y Latinoamérica. Su experiencia en la atención a «personas que sufren y lo pasan mal» le ha curtido como una especie de pastor que ha visto el lobo del terror en casi todas sus representaciones. Lo ha identificado al escuchar el testimonio de víctimas de ETA y de otras violencias que llamaron a su puerta en busca de paz interior. Y lo vio también en las necesidades de la población de Benin, en el Golfo de Guinea, o en el ambiente violento que empapa El Salvador, donde ha trabajado con jóvenes atrapados por las bandas criminales de las maras. Este fue su último destino antes de trasladarse a la capital vizcaína con una importante lección de vida: «He aprendido a tomar en serio el sentido de la persona, su desarrollo y sus derechos fundamentales». – ¿Qué es lo que más le impactó de la historia de supervivencia de Ortega Lara? – Recuerdo cuando íbamos camino del cuartel de Intxaurrondo de San Sebastián a encontrarnos con él (le acompañaba su hermana y mujer de Ortega Lara, Domitila Díez). Mi máxima preocupación era comprobar si una experiencia como esa le había roto el sentido del tiempo. Lo primero que me dijo al verme fue: ‘No te preocupes, que sé que día es hoy. Es 1 de julio’. Ante eso, yo me quedé tranquilo.

La secuencia cronológica de Isaac Díez comienza en un internado de Asturias, en el que se estrenó como trabajador educativo. Con apenas veinte años, trataba a 200 chavales huérfanos y becados del Ministerio de Trabajo, cuyos padres habían muerto o resultado lisiados en accidentes laborales en la cuenca minera, sobre todo en el valle asturiano de Aller, dedicado a la extracción de carbón. «Ese trabajo me decidió a ordenarme», relata. Se formó en la localidad alavesa de Zuazo de Cuartango y de ahí pasó a Urnieta, en Gipuzkoa. Corría el año 1977, en plena Transición y «ebullición» política y social. Completó su formación en Salamanca y Vitoria.

Siendo el responsable de los Salesianos en la Zona Norte, se trasladó a Benin, al oeste de África, para atender las misiones de la orden. Al regresar a España, se encontró con el secuestro de su cuñado. – Cuando se quedó a solas con Ortega Lara, ¿qué se dijeron? – Le dije: ‘Mira, yo no te voy a preguntar nada que tú no me quieras decir. Y no te voy a decir nada, aunque me lo preguntes, si considero que no te lo debo decir’. Eso es clave en la atención a las víctimas. En estos temas, el educador tiene que quedar siempre libre y dejar siempre a la otra persona en libertad.

«Ser libre y crear libertad»

El trato «afectivo» con personas «muy marcadas por el desastre» de la violencia requiere de una «gran sensibilidad», explica Isaac Díez. Se trata, apunta, de «ser libre y de crear libertad». De que el educador no quede tocado por el sufrimiento de la víctima ni de generar dependencias excesivas en ella. «Esto es algo básico, pero nada fácil de lograr». Lo dice un hombre que ha ayudado a recuperar «el sentido de la vida» a personas que quedaron tetrapléjicas en atentados y a chavales que vieron morir asesinados a sus padres. – Tras su experiencia como portavoz de Ortega Lara, ¿cómo se le acercaron otras víctimas de ETA? – No lo busqué. Vinieron por voluntad propia, incluso cuando era portavoz, y establecimos encuentros personales muy enriquecedores. De ahí surgió una relación y un seguimiento. Me introdujeron los entonces responsables de la Oficina de Atención a Víctimas del Gobierno vasco y del Ministerio del Interior. Ellos también se sirvieron de mí para entrar más en algunas personas concretas del País Vasco. Era realmente difícil empezar, conectar.

El educador destaca la importancia del vínculo entre las víctimas. «Organizábamos grupos, pero no de terapia. Queríamos que se encontraran entre ellas», recuerda. Además de la atención «psicotécnica», Díez resalta el valor del encuentro porque, partiendo de una misma experiencia traumática, aflora entre personas que han sufrido el golpe del terrorismo «una empatía extraordinaria». «Hablan, comparten. Eso es extraordinariamente liberador». Y más en momentos como los actuales, en los que la excarcelación de presos de ETA amenaza con reabrirles las heridas. «Las víctimas son extremadamente sensibles. Cualquier detalle les puede abrir todo un proceso de regresión. Ellas lo están viviendo como una situación de provocación, pero nos corresponde a todos superarlo».

Un lenguaje «distinto»

Sacerdote. Formado en Zuazo de Cuartango, Urnieta, Salamanca y Vitoria. Nunca ha sido cura de parroquia ni ha vestido sotana.

Misiones. Ha liderado proyectos de desarrollo en Benin, en el oeste de África, y ha trabajado con chavales atrapados por las maras en El Salvador.

Educador. Es profesor en los Salesianos de Deusto, que cumplen 75 años. Sobre la posibilidad de exigir a los presos de ETA que reconozcan el daño causado, matiza que «no se puede jugar con las declaraciones». Son opiniones que revelan notables discrepancias con Ortega Lara, pero que, «en ningún modo», afectan a su relación, que sigue siendo «muy cercana». «Él también es creyente, pero cada uno tenemos nuestro camino. Mi lenguaje es distinto, más educativo y, otras veces, más teológico».

– ¿Qué nos están diciendo las víctimas?

– Que son el testimonio de una degradación moral de la propia sociedad, de toda la sociedad. Por eso estamos obligados a ser muy sensibles y diseñar caminos de compromiso ético para que nadie vuelva a ser objeto de una acción violenta. Necesitamos una sociedad humana, que supere todos los elementos traumáticos, en favor de la convivencia. Para mí, el hecho de que las víctimas se tengan que asociar como víctimas para luchar por sus derechos está expresando que la sociedad y los poderes públicos no están cumpliendo con su responsabilidad, que es que no haya víctimas y que las personas puedan convivir humanamente. Por eso el testimonio de la víctima es incómodo. Eso lo digo desde mi fe cristiana y mi ser educador.

– ¿Qué le parece que víctimas de abusos policiales ofrezcan su testimonio en las aulas?

– Depende muchísimo de las personas. Tendría mucho cuidado y habría, en mi humilde opinión, que personalizar al máximo. No a todas se las puede pedir eso. Las situaciones son muy, muy diversas.

– Decía Ortega Lara años después del secuestro: «Espero poder perdonar a mis secuestrados antes de morir».

– Hablar de perdón es muy complicado. Cada uno de nosotros tenemos un concepto de perdón. Y una vivencia. El perdón es desde luego la manifestación más profunda de amor. Te quieren y te quieres a pesar de todo. Eso es muy serio, por eso creo que no es bueno empezar a hablar de perdón y de cosas por el estilo. Para llegar a él, el camino es muy largo. Es más interesante hablar de reconciliación. Mientras una persona no esté reconciliada consigo misma, en equilibrio y con autoestima positiva, sería contraproducente en todos los sentidos hablar de perdón.

Al regresar a casa ese 1 de julio, lo primero que hizo Ortega Lara fue abrazar a su hijo Daniel. Después se sentó en el sofá a contemplar por la ventana los rayos de sol y ver cómo se movían los árboles fuera. Con esa imagen cotidiana, pero a la vez muy poética, reemprendió su vida tras 532 días en un zulo. «Eso es la vida y la libertad», describe Isaac Díez.

EL CORREO 17/11/12