La aportación de Sabino Arana

El portavoz del Gobierno vasco y probable sucesor de Arzalluz al frente del PNV intenta rescatar la buena imagen de su fundador a base de mostrar aberraciones racistas dichas por otro, casualmente español. El argumento de siempre: «Sí pero ¿y ellos? ¿eh?»

Se cumple estos días el centenario del fallecimiento de Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco. Un político que, a pesar de haber fallecido con apenas 38 años de edad, fue capaz de legar un conjunto de aportaciones que, cien años más tarde, no dejan indiferente a nadie. Se podrá o no estar de acuerdo con Sabino Arana, pero al lector le costará recordar otro político de finales del siglo XIX que siga tan vigente como Arana en la vida diaria del conjunto de la sociedad vasca.

Para aproximarse con un mínimo de objetividad a la polémica figura de Sabino Arana son precisas, previamente, tres condiciones. En primer lugar, sacarlo del rifirrafe político actual. Después, contextualizarlo en la sociedad en que vivió. Y, finalmente, no limitar sus aportaciones al ámbito exclusivamente político.

Sacarlo del rifirrafe político supone no utilizarlo para dirimir disputas partidistas puntuales y pegadas a una coyuntura concreta. Ni el deseo de sublimar la figura histórica de Sabino de Arana ni el intento de demonizar su recuerdo, para así justificar o condenar interesadas estrategias del presente, pueden facilitar un mejor entendimiento de su verdadero perfil humano, político y social.

Contextualizarlo en la sociedad en que vivió significa no sólo no juzgar sus supuestos errores de antaño con criterios actuales, sino, además, ser capaces de valorar sus aciertos de entonces con mayor contundencia que lo que correspondería si los hubiera tenido ahora, dado que bien pudiera tratarse de un pionero que se adelantó a su tiempo. Tal es el caso de su ferviente defensa de las minorías y su acérrima crítica de la esclavitud y del colonialismo europeo que preconizaba la superioridad de los anglosajones sobre los latinos y de éstos sobre los africanos e indígenas americanos.

Sin embargo, frente a este perfil de Arana favorable a los pueblos más marginados y desheredados, sus enemigos lo acusaron de racismo. Es preciso recordar al respecto que, en vida de Arana (1865-1903), la España oficial era racista. La esclavitud se abolió definitivamente en España en 1880, aunque en 1896 el presidente del Gobierno español, Cánovas del Castillo, seguía permitiéndose en público opiniones como ésta: «La esclavitud era para ellos (los negros de Cuba) mucho mejor que esta libertad que sólo han aprovechado para no hacer nada y formar masas de desocupados. Todos quienes conocen a los negros os dirán que en Madagascar, en el Congo, como en Cuba, son perezosos, salvajes, inclinados a actuar mal, y es preciso conducirlos con autoridad y firmeza para obtener algo de ellos». Todavía en 1931, el republicano Manuel Ayuso negaba a la mujer el derecho a votar y, en todo caso, no antes de los 45 años de edad. Según manifestó el diputado español: «Los científicos estiman que antes de esa edad crítica las mujeres latinas no están perfectamente capacitadas».

Sí es cierto que Sabino Arana se mostró como un implacable hispanófobo. Tras la pérdida de las instituciones forales y en pleno proceso de industrialización, Arana sintió que tanto el País Vasco como el euskera estaban en riesgo de desaparición y reaccionó ásperamente. El imperialismo español, que veía perder sus últimas colonias, confundió España con el mundo y calificó aquella reacción de racismo, cuando no era más que antiespañolismo. Es significativa al respecto la opinión de un vasco nada sabiniano y tan reconocido en la España oficial como Unamuno: «En ese hórrido Madrid en cuyas clases voceras se compendia toda la incomprensión española se le tomó a broma o a rabia; se le desdeñó sin conocerle o se le insultó. Ninguno de los desdichados folicularios que sobre él escribieron algo conocía su obra y menos su espíritu».

Finalmente, no limitar su perfil al ámbito político supone reconocer que Arana trabajó también otros campos nada desdeñables. Es evidente que Sabino Arana formuló una ideología (nacionalismo); dotó a su país de nombre (Euskadi), bandera (ikurriña) e himno (ereserkia); fundó un partido (EAJ-PNV) que cien años más tarde es determinante; y estructuró una organización en red (batzoki) que sigue aún vigente. Pero, además, aprendió euskera, promovió una academia de la lengua, escribió tratados sobre temas históricos, lingüísticos y culturales, y creó media docena de publicaciones y un periódico. Un investigador reconocido y ajeno al mundo político como Resurrección María Azkue escribió de él: «Arana Goiri, para quien en una conferencia pública tuve el honor de pedir una estatua por haber proporcionado sólo él a nuestra lengua más lectores y escritores que todos los demás vascólogos juntos ».

En el ámbito social, pocas personas saben que Sabino Arana fue el autor de la nomenclatura onomástica que hoy consideramos ‘como de toda la vida’. Quizá convendría recordar que las Nekane, Edurne, Miren, Josune, Jaione, Agurtzane, Alazne, etcétera, así como los Gaizka, Gorka, Iñaki, Jon, Joseba, Andoni, Koldo y tantos otros deben sus nombres de pila a la creatividad de aquel joven publicista. Luis Villasante, presidente de Euskaltzandia y nada dado a posicionamientos políticos, dijo de Arana: «Ha aportado sobre todo una fuerza que se siente realmente presente y que ha sacudido hondamente la conciencia del país. Fuerza que se siente operante aún en los que le combaten».

Josu Jon Imaz, EL CORREO, 30/11/2003