La buena conciencia es mentira

ABC 06/01/15
HERMANN TERTSCH

· Si en Alemania se pisotea el derecho de expresión de los miembros de Pegida, en Francia es, además, el derecho de creación

LA canciller alemana Angela Merkel dedicó la parte más destacada de su discurso de fin de año a cultivar su buena conciencia con una buena regañina a los alemanes que se atreven a expresar su temor al avance de la influencia del islam en Europa. Vino a decir la canciller que los organizadores de manifestaciones que exigen respeto a la cultura europea por parte de las comunidades musulmanas son solo unos racistas provocadores. Y que nadie con buena intención se debería acercar a esas manifestaciones del grupo de «patriotas europeos contra la islamización de occidente», conocido por su acrónimo alemán Pegida. Nada dijo Merkel de las causas de los temores de estos ciudadanos. Todas las fuerzas biempensantes de la corrección política se han sumado a Merkel en la carrera por demonizar a los alemanes que se atrevan a manifestar esa inquietud. La catedral de Colonia apagó sus luces a la hora de la manifestación de Pegida en Dresde. Y todos rieron informaciones falsas sobre la inexistente suspensión de la concentración de Pegida en un intento de boicot por una revista satírica izquierdista. La izquierda también pretende allí esa patente de corso en todo lo que condenaría si la autoría fuera ajena. Ayer se negaba a los manifestantes de Pegida el derecho al respeto del que gozan todas las opiniones legales en Alemania. Al amparo de esa buena conciencia de los partidos mayoritarios y la opinión publicada, todo vale, mentira incluida, contra Pegida. Tachada de racista e islamófoba cuando sus dirigentes lo niegan y sus lemas solo reclaman para sí el mismo respeto de que gozan otros. El miedo a tener que salir del estado angelical los lleva a ignorar que, aunque pocos se atrevan a desafiar la inmensa presión contra Pegida, hay una mayoría de alemanes que, en silencio, muestran comprensión y simpatía para con ellas.

En la vecina Francia, en la que el Frente Nacional de Le Pen es ya primera fuerza, es ahora Michel Houellebecq quien cosecha todos los odios y diatribas por haber escrito una novela –que casi nadie ha leído aun– en la que presenta una Francia gobernada por un presidente islamista y los Hermanos Musulmanes. Si en Alemania se pisotea el derecho de expresión de los miembros de Pegida, en Francia es, además, el derecho de creación. Houellebecq será un provocador y podrá escribir lo pésimo y lo peor, pero ahora se le quiere linchar por racista cuando expone un panorama perfectamente realista de aquí a medio siglo. Las meras proyecciones demográficas lo revelan. ¿A qué viene tanto miedo a que un escritor provocador asuma esta cuestión? ¿Nos hemos impuesto ya una censura que responde a la que nos impondría el islamismo? ¿Es decir, tiene ya el islamismo indirectamente un derecho de veto sobre la libertad de manifestación, de expresión, de creación en Europa? ¿Y sobre el derecho a la información? Parece que sí. Lo vimos con las caricaturas de Mahoma, lo vemos a diario en incidentes puntuales en toda Europa. Cuando un ministro de Francia pretende que tres agresiones distintas en calles francesas al grito de «Alá es grande» fueron actos aislados de dementes, es que miente por miedo a los efectos de la verdad. Se multiplican los indicios de que, pese a todos los intentos de la política tradicional de ocultarlo, Europa se encamina hacia un «kulturkampf» que la política de avestruz no podrá impedir. Y que la convivencia pacífica en el futuro solo será posible si los europeos saben bien defendidos sus valores y costumbres frente a la pujanza de la demografía y la afirmación agresiva de valores y costumbres traídos de sociedades atrasadas y estados fracasados. Hoy se ven indefensos.