La calle

Si tuviéramos 25 años seguramente estaríamos ahí. La pregunta de si va a servir de algo y cuánto va a durar es ingenua. Ya ha servido de algo. Ya ha triunfado. Y están surgiendo los primeros contagios. La calle está viva. Los jóvenes están intentando no comerse nuestro miedo, eso es todo.

La calle es peyorativa. La calle mancha. Lo que pasa en la calle pertenece, lógicamente, a la categoría de lo callejero. Y siempre es algo turbulento, algo mezclado. En la calle hay todo tipo de gente rara por la sencilla razón de que en la calle tiene derecho a estar cualquiera. Y de hecho, los que más están son los que menos tienen. Es evidente. Por eso, a los bienpensantes siempre les da un poco de miedo la calle. ¿A quién me refiero cuando digo los bienpensantes? Bueno, es fácil, los bienpensantes son esencialmente quienes se autodefinen así: los que a sí mismos se consideran gente de orden. En ese sentido, claro, la mayoría somos bastante bienpensantes, nos guste o no. Somos obedientes. Seguimos las instrucciones. Tendemos a creer de un modo inerte (aunque a la postre ése es, me temo, el mejor modo de hacerlo) que hay un orden. Que puede que no sea el mejor de los órdenes posibles, de acuerdo, pero que funciona. Y que alguien lleva el control. Alguien a quien (por si acaso) no hay que enfadar. Somos así. Temerosos por naturaleza. Por eso, cualquier intento de poner en cuestión ese orden o pedir responsabilidades, nos asusta. Nos parece subversivo y peligroso. En fin. Siento decirlo, pero creo que estamos todos no asustados, sino lo siguiente. Ya me entienden. Y en el fondo, bastante desmoralizados: no sólo desengañados sino también desprovistos de una verdadera fuerza moral. Por eso, tal como van las frustraciones, tal como van los fracasos y tal como campan a sus anchas los abusos que con paciencia infinita nos estamos acostumbrando a soportar un día sí y otro también, yo entiendo cabalmente que los jóvenes (y todos esos otros descontentos que les acompañan) se sienten en las calles y hagan ruido, y griten y canten y repartan pinchos de tortilla o inventen eslóganes poéticos o lo que sea. Entiendo que les dé rabia y les indigne verse obligados a aceptar las funestas perspectivas que el poder (y fíjense que no digo el Gobierno, sino el poder, que es otra cosa) les presenta como inevitables. Es muy posible que este movimiento a favor de la dignidad ciudadana y en contra de la corrupción política y la abyección financiera no sea, como determinados sectores bien instalados pretenden hacernos creer, la manifestación de los hijos del infierno, sino sencillamente la de nuestros propios hijos. Si tuviéramos 25 años seguramente estaríamos ahí. La pregunta de si va a servir de algo y cuánto va a durar es ingenua. Ya ha servido de algo. Ya ha triunfado. Y están surgiendo los primeros contagios. La calle está viva. Pero no hay violencia. Los incidentes son mínimos. Los jóvenes están intentando no comerse nuestro miedo, eso es todo. Y lo que piden es que se lleve a cabo una reflexión verdadera. Eso es lo que en el fondo asusta a algunos. Me parece a mí.

F. L. Chivite, EL CORREO, 21/5/2011