La civilización vasca según Maroto

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO – 20/07/14

Pedro José Chacón Delgado
Pedro José Chacón Delgado

· Con los magrebíes se puede ser electoralista, como dicen que hace Maroto, u oportunista, como hacen los nacionalistas.

Las declaraciones del alcalde de Vitoria y parlamentario del PP vasco, Javier Maroto, discriminando negativamente a ciertos colectivos de inmigrantes por su procedencia, en relación con la utilización que hacen de las ayudas sociales que la Administración vasca les ofrece, han sido desafortunadas, ya de entrada, porque no se corresponden con el liberalismo político que define a la derecha y que salvaguarda siempre la capacidad de cada individuo para distinguirse de su propio colectivo, tanto en lo social como en lo cultural.

Este político, que se permite darles la razón por la mañana a los antinucleares que piden que Garoña no se reabra y por la tarde a los recelosos de los extranjeros, sin recabar en que ambas posturas corresponden a culturas políticas muy distintas, ofrece con ello un ejemplo de populismo y, por tanto, de incoherencia ideológica, puesto que parece no importarle de qué modo contentar a un mayor número de personas aunque las formas de hacerlo chirríen entre sí. Y concede en este caso además, y de modo temerario, comprensión a quienes en todas partes, también aquí por supuesto, están siempre deseando oír algo contra los que, como rasgo distintivo, han tenido que abandonar su lugar de nacimiento para sobrevivir y darles futuro a sus hijos. Y si eso no es xenofobia, pongámosle prejuicio.

Pero en lo que rodea a este caso también se han dado, desde otras instancias, señales interesantes, o más bien inquietantes. Para empezar, tenemos las reacciones airadas de partidos y colectivos a las palabras de Maroto. Porque aquí la hipocresía ha salido a relucir que da gusto. Fíjense que algunos de los que le han reprochado al alcalde de Vitoria que se cebara con unos pobres inmigrantes, que buscan salir adelante a pesar de todas las dificultades, a veces hasta trampeando a la Administración, han definido su actitud como electoralista. O sea, que le conceden al primer edil de Gasteiz la baza de estar ganándose votos con su denuncia. ¿Qué pasa, que por decir que inmigrantes de ciertas procedencias son unos aprovechados la gente le va a votar más a quien lo diga? ¿Dónde está lo no políticamente correcto del caso? Obviamente, en que habría vitorianos, a saber cuántos, que estarían hartos de los pocos miles de inmigrantes, cuando son pobres, que viven en su ciudad.

Pues si así fuera, lo preocupante no sería solo la actitud del alcalde, sino también la de esa parte de sus convecinos que nos está diciendo que algo falla entre nosotros, si no sabemos aceptar que un porcentaje bastante pequeño de inmigrantes, en relación con el de otras latitudes bien próximas, pueda convivir entre nosotros. Recordemos que, según Ikuspegi, los extranjeros en Euskadi son el 6,4% de su población en 2014, porcentaje sensiblemente inferior al del total de España, y que para la CAV supone algo más de 140.000 personas, distribuidas entre sus tres territorios casi de modo proporcional a sus poblaciones respectivas, con cifras un poco mayores para Álava.

Reparemos en que, además, el regidor vitoriano diferencia entre procedencias y acusa a argelinos y marroquíes, que representan, del total de extranjeros en Euskadi, un porcentaje del 17,7%, algo más de 15.000 personas, bastante inferior al de los dos grupos mayoritarios, latinoamericanos y europeos, por este orden. Pero es que el rasgo singular que diferencia a los del norte de África, respecto de la mayor parte de inmigrantes, es el de su religión, con sus costumbres y sus hábitos relacionados, y que ha dejado derivaciones en la alta geopolítica, como el reciente caso del yihadista vizcaíno que cobraba, aun después de muerto en combate en Siria, la Renta de Garantía de Ingresos del Gobierno vasco. Y es la diferencia religiosa, marcador cultural por antonomasia, la que supone, tal como apuntan estudios solventes sobre extranjería e integración, uno de los mayores hándicaps para no aceptar a la inmigración, tanto o más que los otros dos grandes factores de rechazo: la competencia por un puesto de trabajo, en los niveles inferiores de formación profesional, y las condiciones de acceso a la sanidad y la educación.

Con lo cual, la actitud de Javier Maroto, alcalde de la ciudad que ejerce de facto la capitalidad vasca, entra de lleno en el terreno de la definición de nuestra identidad cultural. Dicho de otro modo: con su señalamiento de la comunidad magrebí, incluido el caso de la indumentaria de baño en las piscinas públicas, estaría definiendo una especie de ortodoxia civilizatoria con la que una buena parte de ciudadanos vascos se sentirían identificados y que, a juzgar por las reacciones de algunos de sus adversarios políticos, le reportaría muchos votos.

Y lo que resulta insólito es que el nacionalismo vasco, que desde 1975 ha marcado de manera indeleble nuestra vida pública, cultural, educativa, lingüística, deportiva, con sus representaciones, símbolos, celebraciones, memoria histórica, en definitiva, con todo lo que en cualquier parte del mundo constituye el elenco de rasgos civilizatorios que definen a un colectivo concreto, se inhiba en un debate que siempre monopolizó y, en su lugar, el protagonismo lo asuma el alcalde de Vitoria, del PP, que es quien está definiendo qué elementos culturales, del comportamiento de una minoría étnica que convive entre nosotros, forman parte de nuestra civilización vasca y cuáles no.

Entonces con los magrebíes se puede ser electoralista, como dicen que hace Javier Maroto. O se puede ser oportunista, como hacen los nacionalistas, quienes se ponen muy estupendos proclamando que a los magrebíes se les debe respetar o, lo que es lo mismo, pasar de ellos, a condición, claro está, de que se mantengan siendo pocos, como hasta ahora: una anécdota folklórica dentro de la civilización vasca.

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO – 20/07/14