La democracia real

Las revueltas populares que están transformando el mundo árabe pueden tener su proyección en Europa también. No olvidemos tampoco aquel otro mayo, el del 68, revulsivo social y político de magnitudes históricas. Ojalá que este mayo de 2011 desemboque en una revuelta popular de esa magnitud.

Un incipiente movimiento de protesta popular podría terminar galvanizando ese difuso pero intenso descontento que se palpa en nuestra sociedad con el mal funcionamiento de nuestro sistema democrático. Sabemos que nuestra democracia es mejorable, y mucho. Una democracia más participativa y popular es posible.

Para empezar, es imperativo reformar el sistema electoral. Las elecciones deben ser nominales, no por siglas de partidos. En la actualidad, en España la vida parlamentaria -el corazón y alma de la democracia- es una mera comedia política. Nadie va al Congreso a convencer ni a dejarse convencer de nada. Las decisiones son tomadas de antemano a puerta cerrada. Los amargos debates que tienen allí lugar son meros ejercicios teatrales.

El ideal fundamental de la democracia es que el pueblo elige a sus representantes. Y esa elección debe ser nominal. Debemos poder votar por individuos a los que después poder pedir responsabilidades. Lo de «escriba a su congresista» aquí es puro chiste. ¿Quién de ustedes sabe qué diputado le representa en el Congreso? Seguro que ninguno. Yo personalmente no tengo ni idea. A esto lo llaman democracia, pero no lo es.

Debemos tener la posibilidad de votar a personas concretas con nombre y apellidos, de modo que las que salgan elegidas sean responsables directas ante los ciudadanos, no ante los jefes de un partido, que después decidirán si les incluyen o no en la listas de las siguientes elecciones. Y, al igual que ocurre en otros países, esos representantes deberán tener oficinas de campo en las circunscripciones por las que hayan salido elegidos, de modo que el contacto con el ciudadano sea lo más directo e inmediato posible. Esos representantes se podrán encuadrar ideológicamente en uno u otro partido, pero su responsabilidad directa será siempre para con el ciudadano, no para con el partido. En la actualidad, nuestras opciones de voto se limitan a un puñado de siglas de partidos. A eso lo llaman democracia, pero no lo es.

En segundo lugar, se deben ampliar al máximo los canales de participación ciudadana facilitando las iniciativas populares. Otras reformas deben incluir la simplificación drástica de tantos trámites burocráticos innecesarios que abruman y oprimen al ciudadano.

Finalmente e igualmente importante, se debe acabar con el Estado policial en que, conscientes de ello unas veces y otras no, de hecho vivimos. Un país en que todo establecimiento hotelero está obligado a transmitir a diario los nombres y datos de sus huéspedes a la central de la Guardia Civil, un Estado en que un ciudadano no puede salir a la calle sin llevar consigo un documento oficial de identidad, como si de perros con chapa se tratara, es un país donde el ciudadano está en todo momento bajo control estatal. Se nos incita a pensar que en todos los demás países ocurre como en España y que, por tanto, no hay otro modelo posible. Pero eso es radicalmente falso.

Las revueltas populares que están transformando el mundo árabe pueden tener su proyección en Europa también. Y no olvidemos tampoco el eco de aquel otro mayo, el del 68, aquel revulsivo social y político de magnitudes históricas. No sabemos si este mayo de 2011 desembocará en una revuelta popular de esa magnitud ¡Ojalá que así sea!

(Juan A. Herrero Brasas es profesor de Ética y Política Pública en la Universidad de California)

Juan A. Herrero, EL MUNDO, 19/5/2011