La nación ensimismada

JAVIER RUPÉREZ es Embajador de España, EL IMPARCIAL 29/03/13

· No hay harina y consiguientemente todo es mohína, según nos recuerda el refranero. Nadie pretendería que fuera de otra manera porque al fin y al cabo lo primero es lo primero y como también nos recordaba otro refranero, que por recurrir al latín tiene más vitola y antigüedad, “primun vivere deinde philosophari”. Y la vida del momento, qué duda cabe, está tan achuchada para muchos, una buena mayoría, que podrían hacer bueno aquello de que “viven sin vivir” en sí. Exclamación esta pensada para arrebatos místicos pero que hoy desgraciadamente cuadra con las angustias y las incertidumbres de los que han perdido su trabajo o no logran encontrarlo, para los que han visto drásticamente recortadas sus percepciones económicas, para los que apenas logran llegar a fin de mes, para los que, en fin, lo que fue la Jauja española de la facilidad verbenera se ha convertido en carrusel diabólico de incertidumbre y penuria. Y es que el aprendizaje de la austeridad resulta tanto más arduo cuanto largo ha sido el tiempo en que, de no practicarla, se ha llegado a su perder su noción elemental: la de que es arriesgado, por no decir abiertamente suicida, vivir por encima de las propias posibilidades, como si las comodidades del mundo y sus circunstancias fueran un derecho adquirido desde el principio de los tiempos o como si el dinero que facilita el acceso a ellas fuera, en frase inmarcesible, de origen público y consiguientemente de nadie. Faltó por añadir que surgía por generación espontánea. Y así anda el personal, cabizbajo, meditabundo y desesperanzado mientras los rectores de la cosa pública, como es su obligación, retienen permanentemente en su vocabulario nociones como sacrificios, impuestos, recortes y similares recuerdos oprobiosos.

Seguramente la España del 2013 no es la del 1898, cuando la Nación se acostaba imperial y se levantaba zarrapastrosa y el origen de los sentimientos de desánimo no son exactamente los mismos, pero en el resultado psicológico del colectivo andamos por los mismos senderos del ¿qué nos ha pasado? y ¿cómo hemos podido caer tan bajo? Con la inevitable secuencia del ¿podremos alguna vez salir de esta? Los que tienen el voluntarismo por obligación o por devoción —aunque de estos queden cada vez menos- responden con impostado optimismo que sí, que naturalmente, que saldremos, que en peores nos hemos encontrado, que faltaría mas, que el futuro es nuestro, pero poco saben ofrecer más allá de la dolorosa continuación por tiempo indefinido del “sangre, sudor y lágrimas” churchilliano. ¿Tiene esto remedio?

Tiene remedio si de verdad interiorizamos los excesos económicos que nos han conducido a esta triste situación. Tiene remedio si comprendemos que las cosas no podrán volver a tener el carácter alegre y confiado al que colectiva e individualmente nos habíamos acostumbrado. Tiene remedio si sabemos reducir a sus justas proporciones el alcance de nuestros derechos y elevar en proporción similar el de nuestras responsabilidades. Tienen remedio si todos los ciudadanos sin exclusión asumen la ejemplaridad como causa propia. Tienen remedio si la Nación y sus instituciones comprenden que la codicia está en la naturaleza humana y las leyes que la castigan en la naturaleza del orden social. Tiene remedio si aquellos sobre los que recae fundada sospecha de conducta impropia no esperan a que los tribunales —que ya sabemos lentos- pronuncien sentencia. Tiene remedio si el aroma pestilente de la corrupción se difumina por las acciones punitivas de la ley y por el mismo comportamiento exigente de la ciudadanía frente a los que la predican, practican o toleran. Tiene remedio si gobierno y oposición son capaces de explicar coherentemente el alcance y el sentido de los sacrificios a los que la ciudadanía se ve convocada. Tiene remedio si el ciudadano comprende que España no es un capricho ni su historia común una anécdota. Tiene remedio si el rechazo a los independentismos de Cataluña o del País Vasco se fundamenta en la riqueza de la vivencia secular y no únicamente, que también, en el respeto a la Constitución y a la ley. Tiene remedio si el personal comprende que la historia sangrienta del terrorismo de ETA no va a quedar diluido en una banal narración que iguale a las víctimas con los verdugos. Tiene remedio si los españoles saben que mientras los problemas económicos devoran nuestras entrañas el mundo sigue y que, aunque disminuidos en nuestras capacidades, no podemos ni debemos abdicar de nuestras responsabilidades internacionales o de la defensa de nuestros intereses. Tiene remedio si la política nacional recupera su dimensión de propuesta colectiva e ilusionante a la que invitaba Ortega y Gasset y no se limita a la práctica pulcra de contabilidades actuariales. Tiene remedio si los partidos políticos admiten que su papel no es el de sustituir a la sociedad civil sino el de representarla. Tiene remedio si sabemos acabar con la multiplicación elefantiásica de las administraciones públicas, sus niveles, sus castas, sus derroches y sus exigencias. Tiene remedio si aprovechamos la larga presencia entre nosotros de la crisis -maldita palabra- para imaginar una España más austera, más razonable, más unida, más realista, mejor. Tiene remedio si cada cual en su dimensión sabe aceptar los sacrificios que la coyuntura exige y los comportamientos que la colectividad demanda.

Una desgraciada constelación de acontecimientos, herencias y quejas, a las que naturalmente se han acogido los habituales pescadores del rio revuelto del nacionalismo secesionista, han colocado al país en la peor tesitura conocida desde hace al menos tres décadas y comparable a otros luctuosos momentos de la historia común. En la almoneda del desconcierto las dudas se hacen certezas y no son pocos los que, en la desesperanza, dudan de la capacidad de supervivencia del mismo país, de la solidez de sus instituciones o de la validez del texto constitucional. Propios y extraños se asoman con morbosa fruición al espectáculo, que ha dejado a la tan traída y llevada “marca España” en un fútil ejerció de relaciones publicas mientras la ciudadanía, ayuna de otros estímulos, se encierra en su ensimismamiento y reza, si sabe y puede, para que el cáliz pase de largo cuanto antes. Y ciertamente será difícil encarar la senda de la recuperación nacional si previamente no atinamos con las formulas económicas que garanticen crecimiento y empleo.

Pero en realidad de lo que estamos ayunos es de paradigmas morales que, sin ocultar la gravedad de nuestras tribulaciones, inviten al país y a la ciudadanía a salir del ensimismamiento paralizante y a motivar un impulso de renovación interior y exterior sin que el cual el país seguiría dando tumbos. O incluso peor, imaginando que una vez pasado el mal trago podemos volver a las andadas. Nunca será excesiva la comunicación, la prédica, la crítica o la conversación. Todos sirven, salvo los que apriori se excluyan, nadie sobra. Los del 98 hablarían de la regeneración, porque la pérdida del Imperio había puesto de relieve las carencias de la Nación. Los del 2013 tenemos el derecho y la obligación a exigir de nosotros mismos y de los que circunstancialmente rigen nuestros destinos la misma disposición, la misma voluntad, la misma entrega, el mismo sacrificio, la misma dolorosa lucidez. Graves son nuestros problemas económicos. Peores son las tentaciones de los que en el deseo de acabar con ellos olvidan otras e igualmente perentorias urgencias. Todo está en todo y la grandeza y la servidumbre del momento consiste en comprender que son varias las parejas de bueyes con las que arar al mismo tiempo. Las que demostró Abraham Lincoln al ganar la guerra contra los que pretendían la secesión, liberar a los esclavos de su yugo y mantener la regularidad constitucional. Un buen ejemplo para tiempos de tribulación.

JAVIER RUPÉREZ es Embajador de España, EL IMPARCIAL 29/03/13