La paz es el proceso

EL CORREO 31/05/14
ANA ROSA GÓMEZ MORAL

· En cuanto al relato, ahí tenemos el «¡uy, qué pregunta!» del recién elegido Josu Juaristi, de EH Bildu, a la demanda periodística de si estuvo mal el terrorismo de ETA

Ahora hace un año, Gesto por la Paz se despidió de la sociedad con un orgulloso adiós que nos dejaba el susurro de aquella experiencia de un grupo de gente que, como se dijo en el comunicado final, «supo levantarse de la postración ética que sufría nuestra sociedad para emprender el camino hacia el horizonte de la dignidad humana». De aquel susurro al oído, que aún se ofrece al mundo desde www.gesto.org, todavía podemos rescatar muchas propuestas útiles y beneficiosas para enriquecer nuestra convivencia en paz y para abordar los efectos de cinco décadas de cultura y práctica violenta, que constituyen auténticos borrones en el reverso de esta pretendida página en blanco titulada un nuevo tiempo. La primera de esas propuestas sería retomar, una vez más, la idea de Gandhi de que «no hay caminos para la paz, la paz es el camino», de manera que fuera sencillo inferir que no existe un proceso de paz, sino que la paz es el proceso.

Los adalides del proceso de paz parecen entenderlo como una serie de hitos y pasos que han de conducir a la paz, que sería el destino. El inconveniente es que este posicionamiento requiere una idea preconcebida de la paz y tiene el peligro de que muchos no se sientan en paz hasta que se cumpla ‘su’ paz, peligro que se acrecienta cuando se confunde la paz con el proyecto político propio. Por su parte, sostener que la paz es el proceso también necesita de una definición previa, pero, en este caso, paz significaría que vamos a emprender nuestras acciones y a dirimir nuestras diferencias, del tipo que sean, de una forma democrática y observadora de los derechos humanos. Es decir, la paz sería la manera en cómo hacemos el trayecto hacia nuestro destino, que, por otra parte, siempre es un lugar inalcanzable. Por eso, si la concebimos como un destino, nunca llegaremos a la paz, mientras que, si la convertimos en una manera de hacer el camino, la alcanzaremos cada día. En este sentido, la gran mayoría de la sociedad, bien sea por generosidad o bien por la prolongación de su endémica ausencia en la implicación para la resolución de este problema, tiene la sensación de estar ya en paz, puesto que la amenaza a la necesaria libertad para el ejercicio democrático y la agresión más grave a los derechos humanos, que es el asesinato, se han desvanecido.

Insistir en la existencia de un proceso de paz no tiene más sentido que volver a intentar extraer réditos del paso de ETA por ese purgatorio previo al infierno que le reserva la historia. Se trata de crear un clima de provisionalidad, avalado por esa amenaza difusa de una fiera aletargada, para imponer las urgencias y necesidades propias. Ahora, se trataría de obtener medidas colectivas para las personas presas y, sobre todo, la dilación de un relato propio y actualizado por parte de quienes han justificado y apoyado los crímenes. Y, aquí, es donde podríamos volver a recuperar alguno de los otros susurros que nos dejó Gesto por la Paz. Mientras que los mayores defensores del proceso de paz solicitan pasos en política penitenciaria a cambio de los pasos de ETA en su, hasta ahora, famélico desarme, las ideas de acercamiento y de reinserción constituyen reivindicaciones muy antiguas del movimiento pacifista. La diferencia es que no se pedían a cambio de nada más que del cumplimiento de los principios inspiradores de las propias leyes con las que gobernamos nuestra convivencia. Ese es el contraste entre practicar la paz con la guía de los derechos humanos en la mano y la paz del mercadeo entre las diferentes conculcaciones de derechos, esa que no duda en aceptar el intercambio de una bolsa llena de pistolas por el traslado de un puñado de presos.

En cuanto al relato, ahí tenemos el «¡uy, qué pregunta!» del recién elegido Josu Juaristi, de EH Bildu, a la demanda periodística (EL CORREO 22-05-14) de si estuvo mal el terrorismo de ETA. Muy lejos de querer contribuir a una memoria deslegitimadota de la violencia, la respuesta inane e, incluso, frívola de nuestro flamante europarlamentario es la de quien no tiene ningún problema para seguir viviendo en la postración ética. Pero los defensores del proceso de paz también tienen una solución mercantil para este tipo de actitud. Se trata, simplemente, de hacer inventario de las injusticias cometidas por otros que puedan servir de resta a las cometidas por nosotros mismos. El proceso de paz se convierte, entonces, en procesador de datos. Como decía alguien, que me tendrá que perdonar porque no dispongo de su referencia, «las grandes injusticias sólo se quedan pequeñas cuando se utilizan para intentar tapar otras grandes injusticias». Así, el intento de los procesadores de tapar unos muertos con otros no hace más que acrecentar aquella convicción de Gesto por la Paz de que las víctimas son la primera y fundamental razón contra la violencia. Por eso, tal y como también se dijo en su despedida, «a ellas siempre las pensaremos con amor y las querremos con razón».