Las divisiones imaginarias

MANUEL MONTERO, EL CORREO 11/08/13

Manuel Montero
Manuel Montero

· Ahora estamos en la ambigüedad, como si ya se hubiese ensayado todo y nada hubiese salido.

La sociedad vasca suele verse a sí misma escindida en dos bandos incompatibles, sin espacios intermedios ni nadie que no esté en uno u otro. Cambian las particiones imaginarias, pero no la idea del antagonismo interno. El asunto viene de muy atrás –liberales-carlistas, vascos-maketos– y continúa.

Hay algunos antagonismos cruciales, que no suelen cambiar, pero según las coyunturas se expresan con distinta intensidad o formulaciones. Sin duda, en el imaginario nacionalista la escisión fundamental es la que opone ‘vascos’ y ‘no vascos’ como referencia identitaria. Adopta distintas expresiones en el habla nacionalista: vascos versus españoles; o también nacionalistas vascos-nacionalistas españoles (con la idea de que todos dan en nacionalistas, lo digan o no); ‘de obediencia vasca’ frente a ‘sucursalistas’, que evita los antónimos ‘fuerzas vascas’-‘enemigos de Euskal Herria’, una expresión más lacerante de lo mismo.

En el otro bando se dice (según las coyunturas) nacionalistas-no nacionalistas o nacionalistas-constitucionalistas. O no se dice nada, pues no necesariamente se comparte este esquema bipolar, o se asume sólo a la contra. No le atribuye la incompatibilidad que conlleva en el imaginario nacionalista. La parte no nacionalista nunca se reconoce en los términos ‘español frente a vasco’, pues entiende la división como una diferenciación política, sin atribuirle una incompatibilidad irresoluble.

Estas divisiones fundamentales no siempre han orientado la vida política, aunque sean telón de fondo o broten inopinadamente en el discurso. Junto a ellas han estado otras, que han ido reformulándose. En general, la política vasca ha girado en torno a tres imaginarios, que son incompatibles entre sí y que luchan entre ellos. ‘Fuerzas de progreso-herederos del franquismo’, ‘demócratas-violentos’, ‘nacionalistas-constitucionalistas’.

A fines de la dictadura el esquema predominante oponía al antifranquismo con los franquistas, o demócratas versus franquismo. El antifranquismo incluyó a nacionalistas, socialistas y comunistas. Socialistas y comunistas aceptaban presupuestos del nacionalismo e incluían nociones como autodeterminación dentro de su oferta. Se veían como una versión del nacionalismo, más racional y no independentista. El estereotipo ha dejado el imaginario ‘fuerzas de progreso’, que a veces se utiliza en el País Vasco y en toda España. Incluiría a la izquierda y a los nacionalistas, considerándose unos y otros (y entre sí) ideologías modernas y liberadoras. También deja secuelas en la noción antagónica, ‘herederos del franquismo’, genéricamente la derecha, entendida como de natural cerril, pues el mote se idea desde el otro lado.

Si el antifranquismo tuvo algún papel, desapareció políticamente con la llegada del Estatuto. El PNV entendió que éste era un paso hacia la realización de las aspiraciones del nacionalismo, no un lugar de encuentro con ‘los otros’. Comunidad nacionalista frente a los no nacionalistas: con este imaginario echó a andar la autonomía, entendiendo que su desarrollo nacionalizaría la sociedad vasca.

El esquema no funcionó, por la persistencia del terrorismo y la hostilidad del nacionalismo radical al Estatuto, así como por los problemas internos del moderado. Se impuso otro antagonismo (demócratas-violentos, demócratas frente al nacionalismo radical), una división clave que sin embargo sólo jugó un papel político entre 1988 (pacto de Ajuria Enea) y 1998 (pacto de Lizarra). Su soporte gubernamental, la coalición PSE-PNV, no gestó ninguna idealización. No rompió la identificación de la autonomía con el nacionalismo ni éste la justificó sino como un apaño de circunstancias.

Con el periodo soberanista el antagonismo nacionalismo-no nacionalismo lo presidió todo. Tuvo su secuela en el Gobierno del PSE con apoyo del PP, de factura frentista pero de formas que querían no serlo.

Ahora estamos en la ambigüedad, como si ya se hubiese ensayado todo y nada hubiese salido.

Ha quedado relegada la idea de que demócratas-violentos (o posviolentos, para ponernos al día) definía una buena línea divisoria. Todos se aprestan a contentar a los conversos. Pero éstos se aferran a lo de siempre, vascos y no vascos, en su versión vascos y antivascos. Le guste o no la idea –aunque no la de seguir a rastras del hijo pródigo–, al nacionalismo moderado le pasa que tiene que gobernar, por lo que hace de tripas corazón y está dispuesto a pactar con todos: cada uno en lo suyo. Pero no hay imaginario que contenga tal galimatías –excepto la idea de trasversal, que viene de la época de los pactos PNVPSE–, que diluye la idea de enemigo, por desgracia toda una guía de nuestra historia política.

El País Vasco no ha caído en la tentación de reconstruir el antifranquismo, ideario de moda en España. Y eso que hay materia prima. La doctrina del PNV alude con frecuencia a los herederos del franquismo como responsables de los males vascos y se sobreentiende que se refiere sobre todo al PP. Para los socialistas es el adversario a batir, ‘la peor derecha de Europa’. Y para el resto funciona ya –y para alguno de los mentados– el vituperio ‘enemigos del proceso’ (de paz), fáciles de identificar. Este esquema bipolar no es viable, entre otras razones (electorales) porque el nacionalismo radical es incapaz de repudiar su historia violenta y a los dictadorzuelos que lo tutelan.

La parálisis que vive la política en el País Vasco tiene que ver con la imposibilidad de basarla hoy en las incompatibilidades y escisiones profundas. A lo mejor es el momento de seguir las lógicas democráticas.

MANUEL MONTERO, EL CORREO 11/08/13