León en Swahili

ABC 01/02/14
DAVID GISTAU

· La elección de Manuela le ha supuesto al matrimonio Puyol una fuerte reprimenda por parte del nacionalismo

Hay que admitir que antaño resultaba más fácil imponerle un nombre a un hijo. Para empezar, porque no existía el afán algo esnob de distinción que, si acaso, ha de conseguirse más tarde por méritos propios con el apodo. No hacía falta que el recién nacido se llamara como un planeta de la Vía Láctea, o como un héroe mitológico, o como un barrio de Nueva York, o como un felino en swahili, o como una circunstancia climatológica, o como una canción de Eric Clapton. Nombres, éstos, que se hace necesario deletrear en la inscripción en el Registro Civil y que imponen a su portador una expectativa de originalidad que lo marcará de por vida: ¿quién podría conformarse con un destino menor, con una vida ordinaria, con trabajo de nueve a cinco, llamándose Dylan Leónidas García? Ese concepto de la moda, el de la ropa «ponible», también vale para los nombres, que son más fáciles de llevar cuando han sido extraídos del «prêt-à-porter» estadístico, que en España, en los tiempos de la nostalgia de El Ausente, fabricó una cantidad ingente de joseantonios.

Como tengo la experiencia reciente, sé que no es fácil escoger nombre. En casa hemos dedicado más horas a pensar en eso que en jugadas de ajedrez. En parte porque nos afectaba un conflicto cultural trasatlántico, y se me hizo difícil evitar tener gateando por el salón unos cuantos clichés lunfardo con nombre de tajo en la pollera. Yo me conformaba con aplicar la misma regla que con los perros: nombres de como mucho dos sílabas, casi onomatopéyicos, aptos para su asimilación rápida por el usuario y para los actos de autoridad. Debo confesar que, al tejer fantasías de futuro, también me interesaba que cupieran sin problema en el caso de terminar impresos en el ancho de una camiseta de fútbol.

Carles Puyol y Vanesa Lorenzo han hecho con el nombre de su hija una apuesta atrevida. Manuela. Es un nombre precioso, pero temperamental, ajeno a la discreción casi andrógina, desprovista de arraigo cultural, que suelen preferir los futbolistas y los artistas. Es un nombre de ser humano. Tiene hasta connotaciones castizas, pues en Madrid hay modismos procedentes del 2 de Mayo que derivan de la bizarría de manolear como lo hizo Manuela Malasaña, asesinada por auxiliar a Daoiz y Velarde durante los combates en el Parque de Artillería.

La elección de Manuela le ha supuesto al matrimonio Puyol una fuerte reprimenda por parte del nacionalismo, que tiene una facilidad insólita para encontrar indicios de traición hasta en los detalles más nimios de las existencias particulares. Apenas nacida, esa niña padece ya un intento de reprogramación de los custodios del canon. Qué no llegará a ocurrirle cuando se ponga a pensar y a hacer preguntas. Semejante exceso de odio a una simple resonancia española es atribuible al control exhaustivo de las personas en el que degeneran las sociedades militantes, demasiado cercanas a ciertos anacronismos europeos en los que perdura el secuestro del individuo obligado a servir una causa general. Cómo puede haber traición a una sociedad mentalmente militarizada por el solo hecho de que una pareja haya completado el proceso íntimo de elección de un nombre para su recién nacida. Cuántos síntomas más de intolerancia colectiva son necesarios. En un futuro distópico, tal vez ocurra que en Cataluña a los padres se les dé a elegir entre dos o tres nombres autorizados por vaya usted a saber qué tribunales de las buenas costumbres y el orden. Al menos, no haría falta dedicar tantas horas a pensar en héroes de Troya o leones en swahili.