Los límites del héroe

LUIS VENTOSO, ABC – 31/05/14

· Madina se jugó la vida por la libertad. Pero hoy está lejos de lo que necesita España.

SI fuésemos el país que soñamos, todas las personas que perdieron la vida frente a ETA y las que padecieron su amenaza estarían reconocidas como héroes. ¿Por qué? Pues porque se sacrificaron por la libertad de todos. Suena manido, grandilocuente, pero fue así. En un mar de silencio, donde lo fácil era silbar –ay, aquellos silencios de los cracks vascos de los fogones…–, ellos se significaron exponiendo sus vidas en el escaparate. A sangre y fuego, ETA quería imponer la independencia y el totalitarismo del pensamiento único.

Ellos dijeron no. A un millar los mataron. Otros respiraron angustia, o resultaron heridos. Muchos son hoy personajes de nuestro patio mediático. Ya ni los asociamos con el terror, pero Carlos Herrera, Savater, Ezkerra, Edurne Uriarte… y tantos otros que aquí no caben, se la jugaron por plantarse contra la barbarie. Mención especial merecen los concejales anónimos de PSE y PP, náufragos de las libertades constitucionales en pueblos ásperos; o las familias de las víctimas, humilladas con un muro de silencio vecinal.

Uno de aquellos héroes de la libertad, al que siempre habrá que honrar por ello, es Eduardo Madina. El 19 de febrero del 2002 tenía 26 años y una vida bonita. Inteligente, licenciado en Historia por Deusto y deportista de élite en un equipo de voleibol de Primera Nacional, donde aprovechaba la atalaya de su 1,91 de estatura. También dirigente de las Juventudes del PSE, en las que por tradición familiar había ingresado a los 17. Eduardo se sentó en su coche y estalló la bomba. Le arrancó la pierna izquierda. En realidad se salvó de milagro: «Si la bomba hubiese estado bien colocada estoy muerto». Eduardo ha sabido mirar al frente.

Pero la sombra es perenne: «Se queda contigo para siempre, tiene un impacto brutal, inverbalizable», ha explicado. Hijo único, su madre murió de un infarto a los diez meses del atentado, machacada por la depresión. En el 2006 llegó el juicio. Dos chavales guapetones de imagen borrokilla (la que hoy nos hace tanta gracia en «Ocho apellidos vascos») se desternillaban en la pecera de la Audiencia mientras Madina rememoraba el atentado.

Madina es y siempre será un héroe. ¿Pero lo exime esa condición de toda crítica o tenemos derecho a explicar cómo piensa quien aspira a dirigir el socialismo «Español»? Lo honesto es la verdad y Madina, a día de hoy, no es la persona adecuada para el momento de zozobra separatista que nos atenaza. A su juicio, nuestra nación es una idea arcaica, pues «vivimos en un momento postnacional». Tampoco presenta un perfil propicio para buscar acuerdos de Estado, debido a su visceral animadversión hacia el PP.

En la crisis de Navarra, abogó por un pacto con Bildu, la secuela política de ETA. Cuando PP y PSE gobernaron en coalición el País Vasco, Madina explicitaba su repelús. Su hostilidad hacia el PP es llamativa, porque jamás destila tal inquina cuando habla del entorno político que jaleaba a la gente que lo mutiló de por vida. A Madina no le agrada España ni cree en ella. Y eso es una extraña tarjeta de presentación para aspirar a presidirla.