Los verificadores de Manikkalingam

MANUEL MONTERO, EL CORREO 17/02/13

· Tiene su miga el nombrecito de verificadores. ¿Verificar qué? ¿Que ETA no mata o extorsiona como solía? No hacen falta alforjas: basta leer el periódico.

Existe un grupo al que llaman así! De los que se dedican a arreglar la cosa vasca. El periódico anuncia que vienen al País Vasco «los verificadores de Manikkalingam»: hemos entrado en otra dimensión. El ocaso de ETA está cogiendo un aire entre misterioso y de telefilm de serie B.

A juzgar por lo que se ve, los verificadores de Manikkalingam tienen un objetivo impreciso: proporcionar cobertura al intento de que la democracia doble, repartir culpas, hacer como que impulsan el cese de ETA, regañar al Estado por no estar a la altura de tanta generosidad, dar un aire de postín al sainete definitivo o predefinitivo (pues aquí la cualidad de definitivo es relativa)… O un poco de todo.

La prensa les llama así para distinguirlos de otros, pues hay más. No son los mismos que los verificadores de Currin, al que también le han dicho mediador y facilitador, pues da en más completo. Impresionan estas novedades lingüísticas y grupales. Cuando se haga la serie televisiva (‘Verificadores en Euskal Herria’) deberían de rodar un capítulo en el que compitan los de Currin y los de Manikkalingam por cual verifica mejor, verificándose los unos a los otros en el macizo de Aralar o en las playas donostiarras, hasta atraparse en Arantzatzu con las manos en la masa. Allí pondría orden Jonan, en funciones de gran verificador. Tendría un final feliz, pues los verificadores parecen de buen conformar y proclives a compartir mesa. Se habrán dado cuenta ya de que aquí hay ganas de ser verificados, por lo que tienen para todos.

Ram Manikkalingam es natural de Sri Lanka y ha fundado y dirige el DAG (Dialoge Advirsory Group) en la Universidad de Amsterdam, para ayudar «de forma discreta» en las mediaciones de conflictos. Tiene experiencia en la materia. Fue asesor en el proceso de paz de Sri Lanka, seguramente de éxito. Sin embargo, cuesta encontrar semejanzas entre la experiencia que le avala y lo nuestro. Al margen de que la represión y rebelión de los tamiles no se parecen nada, aquello fue una guerra civil de más de dos décadas, más de 600.000 muertos y 800.000 desplazados. Si este hombre consigue que el País Vasco se asemeje a aquello, conviene echarse a temblar. En vez de un grupo terrorista contra la democracia tendríamos una lucha encarnizada entre dos partes armadas. No el terror frente a una democracia sino una guerra en toda regla. Que el verificador nos coja confesados.

No se sabe qué asombra más. Si la osadía de los verificadores, facilitadores o mediadores metiéndose en berenjenales que a todas luces no entienden –sus recetas son siempre para conflictos con dos bandos enfrentados, no la barbarie unilateral– o su moral distraída, haciendo como que se ponen en medio para actuar de parte: de la que ha combatido a la democracia. No vale la excusa de que tal es la parte contratante. No cabe que alardeen de buscar la paz quienes intervienen por el lado de quienes la combaten.

Tiene su miga el nombrecito de verificadores. ¿Verificar qué? ¿Que ETA no mata o extorsiona como solía? No hacen faltan alforjas: basta leer el periódico. ¿Que llevan armas y no se han disuelto? Pues lo mismo. A los verificadores venidos de otros mundos habría que informarles de que en este país suele saberse lo que hay sin mucho esfuerzo. El ciudadano nota la amenaza sin que se lo digan los expertos. El vasco no es sutil en el terror ni tardo en captarlo.

Sin embargo, hay un punto oscuro. Nunca se verifica a los verificadores: quién los trae, para qué, a cuánto, quién los selecciona. Queda tenebroso. Deberían aclarárnoslo, aunque sea por deformación profesional. Si quieren credibilidad.

Por lo que se colige, los verificadores de Manikkalingam no sólo se dedican a verificar. En eso se parecen a los de Currin. Dicen que se entrevistan en Oslo con jefecillos de ETA y traen mensajes, lo que les hace más bien correveidiles. Tampoco suelen comunicar nada nuevo: que los terroristas están dispuesto a hacer gestos a cambio de modificaciones en la política penitenciaria. Algo así. El único valor añadido de estos verificadores: el aire internacional que dan a los reproches al Gobierno por no ceder a las reivindicaciones terroristas. Les sonará estimulante a los interesados.

Vale que la organización y compañía se crean sus estrategias del nuevo escenario de paz, el proceso, la fase resolutiva, el diálogo y la negociación como final de todas las batallas, así como la presunción de dos partes en la que una se va rindiendo por la presión popular. Pero no resulta serio que les den pábulo gentes que vienen con aura de relumbrón y pose de imparcialidad. Podría ser que les diesen ánimos a los terroristas, reconfortados con la comprensión. Los verificadores conseguirían así lo contrario de lo que quieren, pues no se duda de que buscan la paz, sólo faltaba.

Con estas escenas ridículas de verificadores, mediadores, facilitadores y pacificadores que nos han caído –no les toca toda la carga de la culpa, pues tienen sus hinchas locales– da la impresión de que se busca cambiar el sentido del final de ETA. Que se trata de imponer una interpretación del terror que lo legitime a posteriori. Está, primero, la idea de la internacionalización postrera ‘del conflicto’, que le da aliento. Y, sobre todo, en este discurso subyace la especie de una culpabilidad compartida, o peor. Quien cambia el pasado domina el futuro, ya lo sugirió Orwell. La paz negociada que seguiría a la que se dijo paz definitiva sería así una democracia condicionada.

O, si se quiere, una democracia verificada por verificadores sin verificar.

MANUEL MONTERO, EL CORREO 17/02/13