Menos épica

EL CORREO 04/10/14
KEPA AULESTIA

· ¿Quién se hace cargo de Cataluña a partir de ahora? Es la cuestión que se soslaya en la efervescencia soberanista

Las referencias a la abolición de la Generalitat en 1714, como consecuencia de la guerra de sucesión en la Monarquía española, y su conmemoración en un clima de movilización soberanista han convertido en epopeya la narración de cuanto sucede en Cataluña. Mucha gente parece vivirlo así en las concentraciones ciudadanas, e incluso en la expresión más íntima de sus sentimientos y anhelos. Formar parte de una nación que estaría a punto de romper amarras con España para hacerse plenamente dueña de lo que le pertenece ha despertado tradiciones e instintos aletargados que ni siquiera asomaban en las encuestas de opinión. Un nacionalismo constitucionalista que se vuelve independentista, un republicanismo que toma la delantera a los convergentes, una corriente libertaria que ya prescinde de repudiar el estado propio, un postcomunismo reverdecido y hasta el catalanismo de socialistas convergidos en su día. Pero lo que resulta chocante es que el Palau de la Generalitat se convierta en el escenario encorbatado, con algún toque de camiseta, de una eclosión cuyos organizadores son todo menos espontáneos. Como si el ‘patio de los naranjos’ se hubiese convertido en lugar de acampada para los resistentes, unidos en torno a la consigna de «queremos votar el 9 de noviembre».

El último sondeo del centro demoscópico de la Generalitat indica que el 70,8% de los catalanes es partidario de la consulta convocada para el 9-N con las dos preguntas. Dicho apoyo es prácticamente unánime entre quienes se sienten ‘solo catalanes’ o ‘más catalanes que españoles’. Los que se dicen ‘tan catalanes como españoles’ se parten en dos. Y solo se oponen mayoritariamente a la consulta aquellos que se consideran ‘más españoles que catalanes’ o ‘solo españoles’. Tres ‘Diadas’ consecutivas –2012, 2013 y 2014– han acabado arrinconando a las opciones contrarias al 9-N –PSC, Ciutadans y PP– mientras que ERC supera a CiU en expectativa de voto, situando a ICV y la CUP en una posición residual por la aparición de Podemos. Sería simplista concluir que la ventaja que obtiene ERC sobre CiU se debe al escándalo Pujol, porque las señales del ‘sorpasso’ son anteriores a la confesión del expresidente el 25 de julio.

En la política democrática, la épica es la manifestación extrema de la demagogia, máxime cuando forma parte del relato del poder establecido. Sencillamente porque el héroe es aquél que pone en peligro su integridad o su libertad, y no merece tal consideración quien dice arrostrar riesgos políticos en un entorno de estabilidad institucional y de confort material. Es significativo que la heroicidad fabulada en torno a la patria se desvanezca a la hora de afrontar los casos de corrupción que se han ido destapando. Si la épica tiene que ver con el combate contra la injusticia, nada podía resultar más indignante que el recurso a la epopeya del que hizo gala Jordi Pujol en su comparecencia parlamentaria. Hubiese sido mejor que rehusara acudir a la cita o se mantuviera en silencio.

La expresión más elocuente de la épica soberanista es la conversión del 9-N en un icono inmutable. En una seña de identidad que compromete a todas las formaciones pro-consulta porque está sujeta al escrutinio de las entidades –Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural– a las que la democracia representativa ha concedido la portavocía del pueblo catalán. En el común denominador que permitió ayer explicar al consejero de la Presidencia, Francesc Homs, que la reunión entre Artur Mas y los líderes de las formaciones partidarias de la consulta que lleva esa fecha la confirmó tras tres horas y media de encierro, y que el cónclave podría continuar durante el fin de semana.

La otra manifestación de la épica soberanista está en la doble pregunta. Un embudo disuasorio para quienes preferirían pronunciarse en torno a otras opciones, como pudiera ser el establecimiento de un pacto fiscal para Cataluña o la defensa de la literalidad del Estatut rebajado por el Constitucional. Porque la épica es esencialmente reduccionista. La dialéctica del ‘nosotros y los otros’ depura la comunidad de aquellos elementos que le resultan ajenos a la epopeya nacional. Las formaciones políticas que –por lo que las encuestas indican– acaban peor paradas tras la centrifugación soberanista son tachadas de extemporáneas, de opciones propias del pasado autonomista, que reciben un castigo merecido por su obstinación.

Lo que distinguiría a un estado catalán independiente de la actual autonomía es que el primero solo podría ser gobernado por independentistas. De hecho es muy probable que los no independentistas acabasen fuera del juego parlamentario. El castigo electoral no es un acto de justicia divina. Obedece a una conducta inducida por el rumbo que toman los acontecimientos políticos que, en buena medida, se desarrollan a voluntad de quienes mandan en cada momento. Es el triunfo del mientras tanto, que permite a las formaciones dominantes situarse en las mejores condiciones para las próximas elecciones autonómicas que, paradójicamente, nadie –excepto Ciutadans– quiere adelantar.

Tras el secretismo con que el gobierno de la Generalitat preserva sus improvisados planes, y la opacidad que reina en cuanto a sus complicidades y divergencias con el resto de grupos pro-consulta, no solo se oculta la manera de prolongar los beneficios del 9-N como icono. Pesa el cálculo electoral de cada formación, que denota hasta qué punto la épica se contrae cuando se asoma al abismo. Mientras los ciudadanos ocupan calles y plazas reclamando la celebración de la consulta el 9-N se produce un enorme vacío político. Su reflejo más significativo es el cónclave permanente en que se ha convertido el gobierno de la Generalitat. Hasta anteayer todos sabíamos quiénes dirigían Cataluña. La épica ambiental no puede eludir un interrogante crucial que las formaciones soberanistas intentan soslayar: ¿quién se hace cargo de Cataluña a partir de ahora? La épica es el preludio de la orfandad.