Morrois

Maite Pagazaurtundúa Ruiz, EL CORREO 31/12/12

Es una palabra en desuso. El caserío vasco conoció esta figura del sirviente, soltero, que se convertía en una pieza –secundaria– del caserío hasta su muerte. Recibía las migajas de aquel sistema aunque esto significase la esterilidad y la renuncia a la libertad personal. En la estructura tradicional de la comunidad rural la libertad resultaba un concepto extravagante.

Hubo un tiempo en que los socialistas vascos debatieron internamente sobre los tabúes políticos instaurados por los nacionalistas vascos. Plantearse públicamente siquiera la reflexión sobre la almendra de la identidad, la política lingüística y cultural de los nacionalistas suponía enfrentarse al castigo y quien se atrevía a pensar libremente, como Fernando Buesa, con moderación y racionalidad, y a expresarlo en voz alta, se sometía a imponentes campañas de descrédito. La tribu nacionalista no pasó ni pasa una en el País Vasco y eso fue lastrando a los socialistas, que fueron gobernando los ayuntamientos centrándose en las políticas de bienestar social y evitando las hostilidades hasta interiorizar la tranquilidad de manejarse en la longitud de onda de los nacionalistas como algo natural.

La discrepancia de los socialistas sobre lo que se conocía como pacificación se mantuvo durante la década de los noventa del pasado siglo. La situación de acoso del mundo de Batasuna y ETA se acentuó para ablandar a los no nacionalistas a través del asesinato de concejales y militantes socialistas y populares. Por lo que desde finales de esa década los líderes socialistas pactaron con los populares la estrategia antiterrorista que llevó a la ilegalización de los cómplices políticos del asesinato, pero quienes mandaban en el socialismo vasco iniciaron contactos y negociaciones con el entorno de ETA. El último libro de la periodista Ángeles Escrivá titulado ‘Maldito el país que necesita héroes’ ofrece, posiblemente, la información más completa sobre la dialéctica terrible del acosado con su acosador para buscar el cese del dolor, del miedo cotidiano. Aquella vida resultaba insoportable, entre otras cosas porque las instituciones gobernaban con frialdad hacia los perseguidos y suponiendo siempre el esquema de reintegración total de los asesinos en un futuro más o menos próximo. Es comprensible que hayan terminado por aprobar cada uno de los instrumentos que permiten el blanqueo del pasado del mundo político de ETA sin condenas, ni asunción plena de su responsabilidad, hasta aprobarles los presupuestos, centrándose en vapores de supuestas izquierdas. Semeja la disolución en la conciencia del amo del caserío, pero les condena a la esterilidad. Y al abismo interior.

Maite Pagazaurtundúa Ruiz, EL CORREO 31/12/12