Movimientos tácticos

El PNV no está en condiciones de adelantarse a los acontecimientos, como propuso Eguiguren. Pero sí de realizar un gesto proclive a ello. Ya nadie parece dispuesto a agradecer la concesión de la paz a ETA beneficiando políticamente a la izquierda abertzale; ni a favorecer, más que de palabra, el regreso de la izquierda abertzale a la legalidad.

La izquierda abertzale ha revelado en qué se basaría, de verdad, la «nueva fase» que a su entender se abre tras la suspensión de las «acciones ofensivas» de ETA: su regreso a la legalidad y la gestación de un «polo soberanista» que dispute al PNV la hegemonía dentro del nacionalismo. Aparentemente se trata de dos objetivos más factibles que los pretendidos con anteriores treguas. Pero continúan siendo demasiado ambiciosos tanto para lo que la izquierda abertzale está dispuesta a poner de su parte como, sobre todo, porque resulta dudoso que sean esas las intenciones de ETA. Además, no dejan de ser dos objetivos contradictorios. La creación del polo soberanista depende de que la izquierda abertzale recupere la legalidad; pero si lo consiguiera no precisaría de ninguna adherencia que desdibujase un logro con el que tendría que movilizar a sus bases. Por otra parte, en el caso de que la persistencia terrorista y su control sobre los herederos de Batasuna impidan la legalización, se verán acompañados por EA únicamente hasta la fecha señalada para la presentación de las candidaturas, que el partido fundado por Carlos Garaikoetxea formalizará llamando a la participación electoral.

El PNV quedó excluido del polo soberanista, lo que le llevó a marcar distancias y a apuntarse a la creciente indiferencia que las cuitas entre ETA y la izquierda abertzale han suscitado en la sociedad vasca. La izquierda abertzale ha tratado periódicamente de consumar el desquite histórico respecto al nacionalismo tradicional, discutiéndole autenticidad y coherencia e intentando desbancarle al frente de la nación. Y he aquí que, a punto de alcanzar un acuerdo para asegurar la continuidad de la segunda legislatura de Zapatero, el PNV se ha visto obligado a retomar el asunto de la última declaración de ETA para responder a la inquietud que su exclusión del polo soberanista provoca entre muchos jeltzales. El titubeante avance de Urkullu, que ayer anunció la decisión de su partido de sondear «la posibilidad de entrada de un diagnóstico» común a todos los partidos, refleja tanto su necesidad de taponar una grieta posible como su dificultad para ofrecer una salida propia al problema. La compensación de las políticas activas de empleo con la formulación de una respuesta a la suspensión de «acciones ofensivas» diferenciada de la que ofrecen Zapatero, Rajoy y López trataría de mantener una puerta abierta a lo que pudiera suceder.

El PNV no está en condiciones de adelantarse a los acontecimientos, como propuso Eguiguren. Pero sí de realizar un gesto proclive a ello. Hace tiempo que nadie parece dispuesto a agradecer la concesión de la paz a ETA beneficiando políticamente a la izquierda abertzale. De hecho nadie parece dispuesto a favorecer, más que de palabra, el regreso de la izquierda abertzale a la legalidad. Pero cuando estaba claro que todo el esfuerzo debía realizarlo la izquierda abertzale, surge una proposición no de ley de EB urgiendo la constitución de una mesa de partidos y el anuncio de Urkullu de que el PNV está pensando en pensar algo. Suficiente para que los más renuentes al cambio obliguen a la izquierda abertzale a tomarse las cosas todavía con más calma.

Nadie está políticamente interesado en que la izquierda abertzale concurra a los próximos comicios locales y forales. Menos que nadie el PNV. La presencia de la izquierda abertzale sería una incomodidad en las juntas generales y sobre todo en los ayuntamientos, en los que su ausencia ha permitido a los jeltzales manejarse con providencial soltura en estos últimos siete años. En estas instituciones los alineamientos no obedecen a criterios de política general, y la izquierda abertzale sería un factor incontrolable para el PNV. Aunque también para el PSE-EE, que prefiere dibujar el horizonte 2011 sin estorbos y con el propósito de afianzar su posición tanto respecto a los jeltzales como respecto a los populares. Qué mejor que un oportuno enredo entre entusiastas, bienquedas y antipáticos para postergar la legalización de la izquierda abertzale.

Aunque la izquierda abertzale sí encuentra interesados en que se presente a las generales de 2012 y, especialmente, a las autonómicas de 2013. De entrada, serviría para impedir la reedición de la alianza entre el PSE-EE y el PP vasco, que tras la desaparición de ETA o un claro desmarque de los herederos de Batasuna perdería sentido. Además, la consiguiente segmentación del arco parlamentario animaría a la primera fuerza -léase PNV- a atreverse a la formación de un gobierno monocolor con apoyos puntuales.

Una izquierda abertzale sin ETA será distinta a lo que hemos conocido hasta la fecha, y no es fácil dibujar hoy su posible perfil. También por eso el PNV se ve obligado a acortar la distancia que viene manteniendo desde que EA y la izquierda abertzale optaron por excluirle de antemano del polo soberanista. Una izquierda abertzale sin ETA podría jugar un papel netamente opositor al PNV, especialmente si la recuperación de la legalidad se produce con los jeltzales mirando hacia otro lado. Aunque no tanto como para que pudiera convertirse en el nuevo socio preferente del socialismo vasco.

Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 18/9/2010