No al souvenir españolazo opresor

LIBERTAD DIGITAL  28/08/13
CARMELO JORDÁ

Hay días en los que uno bendice la existencia de una prensa libre, o al menos libremente subvencionada, que te aclare los verdaderos problemas de un país o de una gran ciudad. Esta misma semana, por ejemplo, La Vanguardia era el periódico que en un extraordinario ejercicio de periodismo de investigación nos destapaba el drama que está corroyendo Barcelona, la cuestión que amenaza con hundir la ciudad condal en un océano de ignominia, el peor ataque del más furibundo españolismo opresor al que los pobres barceloneses deben enfrentarse en estos momentos.
Me estoy refiriendo, ya lo sabrán ustedes, a los satánicos y españolazos souvenirs para turistas que se venden en Las Ramblas –pongan aquí música de esa de tragedia de un telefilme de sábado por la tarde.
Dos paginazas y media, con cinco fotos a buen tamaño, ha merecido la candente cuestión, y para llenarlas los dos autores del reportaje –repito, dos- han recurrido no sólo a esa prosa ampulosa, recargada y pseudointelectual que tanto gusta por allí, sino también a las opiniones de un grupo de «expertos» entre los que se encontraban profesionales de reconocido prestigio como un «promotor de street art» o un «agitador cultural».
Las opiniones, aunque también hay un par de voces con más sentido común, son abracadabrantes y, sobre todo, en todo el reportaje se respira un espíritu intervencionista digno de los mejores momentos de Corea del Norte: lo reconozcan más o menos abiertamente a muchos les encantaría que una administración –convenientemente asesorada por expertos como ellos mismos- decidiese qué se puede vender y qué no para que los turistas se llevasen a casa souvenirs que ofreciesen «una imagen de la sociedad» más real o, mejor dicho, más cercana a lo que ellos piensan que debe ser la sociedad.
El reportaje de marras es bastante sonrojante, pero resulta un excelente ejemplo de dos defectos de los nacionalistas que ellos extreman hasta convertirlos en herramientas utilísimas para lograr sus perversos fines: la ausencia total de sentido del ridículo y una constancia descomunal, son capaces de embestir con lo suyo en cualquier ámbito, a cualquier hora, como si todo fuese cuestión de vida o muerte.
Por ahí nos van ganar, si es que la cosa se puede poner en términos de partido de fútbol o de juego de cartas: los españoles tendemos a una cierto sentido del decoro y, sobre todo, a una incapacidad casi congénita por pelearnos por aquello que no consideramos importante, así que un día nos aprueban el derecho al paisaje y nos da la risa y otro nos impondrán el souvenir perrofláutico o gafapástido y también nos lo tomaremos a broma. Pero ellos mientras tanto ahí, ocupando espacio poco a poco, dando la tabarra.
El toro y la gitana ens roben, dirán, y lo que es peor: se lo creerán.