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Algunas actitudes y declaraciones recientes de líderes nacionalistas nos han recordado de dónde venimos, y avalan la necesidad de esta pasada por el cambio. Urkullu se ha visto obligado a rectificar a Egibar; algo que difícilmente habría ocurrido si Ibarretxe continuase en Ajuria Enea. ¿Será que la pasada por la oposición también le viene bien al PNV para perder lastre?

El año transcurrido desde la investidura de Patxi López permite valorar con cierta perspectiva la arriesgada apuesta que entonces hizo: Gobierno monocolor socialista con apoyo externo pero estable del PP, a sabiendas de que una amplia mayoría de los vascos era favorable a una fórmula PNV-PSE, que había sido también la defendida por el propio PSE, al menos hasta las elecciones generales de un año antes.

En esas elecciones, el PSE obtuvo nueve escaños, frente a seis de los nacionalistas, lo que hizo pensar al equipo de López en la posibilidad de sobrepasar al PNV en las autonómicas; no para renunciar al proyecto de «pacto entre diferentes», pero sí para imaginarlo como una alianza encabezada por un lehendakari socialista.

Sin embargo, los resultados no confirmaron las previsiones. El PNV tuvo cinco escaños más, por lo que, en caso de pacto, el lehendakari sería Ibarretxe (y en todo caso, nacionalista). Pero el descalabro de los aliados del PNV abrió paso a la posibilidad de una mayoría PSE-PP. Se argumentó que sería irresponsable desaprovechar esa oportunidad de alternancia tras 30 años de hegemonía nacionalista; y se confió en que el tiempo demostraría lo acertado de la apuesta.

Hoy tiende a considerarse que era un error identificar linealmente pluralismo con transversalidad; la alianza entre nacionalistas y los que no lo son es una forma de recoger el carácter plural de la sociedad vasca, pero otra es la alternancia, cuando los resultados lo permitan: que no siempre gobiernen los mismos, solos o en coalición. Aunque la alternancia deberá justificarse por sus actos, y en particular por su capacidad para establecer pautas de convivencia democrática difícilmente revocables por un cambio de mayoría.

En ese sentido, un primer logro del cambio fue interrumpir la dinámica establecida por Ibarretxe, que estaba llevando al País Vasco a un callejón sin otra salida que el conflicto con el Estado. Evitar ese desenlace era un objetivo compartido por bastantes votantes nacionalistas. Pero de haber seguido el PNV en Ajuria Enea, incluso en alianza con el PSE, difícilmente se habría contenido esa deriva.

Otro logro, consecuencia en parte de lo anterior, fue el éxito de la política de deslegitimación de ETA y su entorno, empezando por el fin de la impunidad (fotos de etarras, pancartas amenazadoras), para alivio de la población en general, incluyendo muchos que no votaron ni al PSE ni al PP. Con el fruto de haber acabado en muchas localidades, además de con el matonismo local, con las profecías de catástrofes si se intentaba seriamente.

Al mismo tiempo, se han ido levantando ciertos vetos cristalizados en costumbres acatadas: el discurso de Navidad del Rey, la presencia del lehendakari el día de la Constitución, el cumplimiento de leyes como la de banderas; o la presencia en la televisión vasca de las víctimas (y de opiniones más plurales). Vetos que afectaban incluso al ocio de masas. En noviembre se aprobó en el Parlamento de Vitoria una proposición pidiendo que se gestionara el regreso de la Vuelta a España a las carreteras vascas y de la selección nacional de fútbol a los estadios de Euskadi. Ya ha habido municipios y clubes que se han interesado, y hay negociaciones para que la Vuelta regrese en 2011.

El PNV volverá a gobernar pronto o tarde, tal vez en coalición, pero no es seguro que cuando lo haga vaya a rectificar esos cambios. La apuesta de Patxi López se justificará si sirve para restablecer la lógica del pluralismo. A poder ser, con medidas consensuadas con el PNV, pero si ello no es posible, actuando de tal manera que cuando ese partido vuelva a Ajuria Enea no le interese regresar a la dinámica anterior. Estos días el Gobierno vasco está intentando pactar con el PNV la reformulación del plan de Educación para la Paz, aprobado en tiempos de Ibarretxe. Se trata de que sea un plan específicamente dirigido a los escolares (el 15% de ellos aprueba o comprende la violencia de ETA, según estudios recientes) y directamente orientado a deslegitimar el terrorismo. Desde que dejaron de gobernar, los nacionalistas mantienen una actitud contradictoria sobre esta cuestión: por una parte sostienen que lo que plantea el actual Gobierno ya lo hacían ellos; y por otra, ponen pegas a lo que plantea el Gobierno (con el argumento de que hay muchas violencias, y no solo la de ETA). El pasado martes se supo que el Gobierno está dispuesto a aceptar algunas de las condiciones del PNV para sumarse al plan: que se haga constar qué se conserva del de Ibarretxe y qué cambia; y que se hable de Estado democrático en lugar de Estado constitucional. Un consenso sobre estas cuestiones sería deseable, pero sin que el veto del PNV paralice la iniciativa.

Algunas actitudes y declaraciones recientes de líderes nacionalistas han venido a recordar de dónde venimos, y avalan la necesidad de esta pasada por el cambio: el diputado general de Guipúzcoa coloca la bandera española, en cumplimiento de una resolución del Supremo, y a la vez una placa en la que se dice que se trata de un símbolo «impuesto»; el portavoz del PNV en la comisión de la radiotelevisión vasca acusa a su director general de haber llegado al cargo «para ignorar el conflicto»; el líder del sector soberanista del PNV, Joseba Egibar, aconseja a los empresarios vascos dejar de vender en el mercado español, porque es «un lastre», y acusa al Gobierno de López de tratar de empobrecer a Euskadi «para que cada vez nos parezcamos más a España».

Siendo lo más interesante de esto último que el mismo presidente del PNV, Íñigo Urkullu, que acaba de acusar a Patxi López de gobernar para una minoría y de falta de iniciativa para hacer frente a la crisis económica, se considerase obligado, sin embargo, a rectificar a Egibar. Algo que difícilmente habría ocurrido si Ibarretxe continuase en Ajuria Enea. ¿Será que la pasada por la oposición también le viene bien al PNV para perder lastre?

Patxo Unzueta, EL PAÍS, 13/5/2010