Orfandad

EL CORREO 28/05/14
JOSEBA ARREGI

· Entre todos hemos convertido Europa en la vaca que cada cual se empeña en ordeñar solo a su servicio

Debe de haber sido difícil para el PNV recurrir a la acusación de que Europa no tiene alma para criticar la multa impuesta a cuenta de las llamadas vacaciones fiscales otorgadas por las diputaciones forales vascas hace muchos años. Y debe de haber sido difícil porque tradicionalmente Europa era para el nacionalismo vasco el regazo de la hada madrina al que se podía acudir huyendo de la madrastra España, regazo al que podían acudir los pequeños y débiles de Europa para protegerse de los poderosos y grandes Estados nacionales que les oprimían.

Pero resulta que Europa ha dejado de ser ese regazo protector y que el recurso de la candidata nacionalista afirmando que esa multa se le ha impuesto a Euskadi por no ser Estado, pues de serlo la multa no hubiera existido –argumento técnicamente imposible, pues la multa se le ha impuesto a España que es el Estado miembro de la Unión Europea–, no se sostiene. Parece que se anuncian tiempos en los que los nacionalismos periféricos se van a encontrar huérfanos, sin la madrastra repudiada ni el hada madrina huidiza.

Es lo que acostumbra a suceder cuando se apuesta por vivir al margen de la realidad. Es lo que sucede cuando la apuesta política se basa en criterios emocionales y sentimentales y no en los criterios objetivos de los derechos ciudadanos y de las libertades ciudadanas. La realidad de Europa, aunque en estos últimos años parece estar enmascarada por el discurso de una política de austeridad impuesta que tiene poco que ver, al parecer, con un comportamiento propio dilapidador de lo que no se tenía, es la realidad de un espacio constitucional compartido basado en las libertades y los derechos fundamentales de los ciudadanos. Y en esa Europa unida, en ese espacio constitucional compartido, la carga de la prueba contra los Estados nacionales que lo componen cae sobre los nacionalismos que discuten el carácter democrático de encontrarse incluidos en dichos Estados nacionales. Son los nacionalismos los que deben demostrar que en los Estados nacionales que constituyen actualmente Europa no se respetan los derechos y libertades fundamentales.

Son los nacionalismos los que deben argumentar y mostrar con claridad que, a diferencia del Estado nacional en el que se hallan incluidos y de los que afirman ser Estados plurinacionales, sus naciones, su sociedades son homogéneas, son uninacionales. Pero la realidad es que la sociedad vasca, como la catalana, son sociedades, si cabe, más plurinacionales que España misma, son sociedades estructuralmente plurales. Siendo esto así, su inclusión en el Estado nacional correspondiente, inclusión en régimen de amplia autonomía y capacidad de autogobierno, en régimen de respeto manifiesto por las diferencias lingüísticas, culturales, históricas e institucionales, es difícilmente cuestionable desde la perspectiva democrática y de Estado de derecho.

Hay una pregunta que el nacionalismo vasco, al igual que todos los nacionalismos, incluido el español, no terminan de entender. Si la política no fuera sobre todo una cuestión de unión, la estructura societaria más amplia sería la familia, en el mejor de los casos la tribu. Pero si se pretende superar ese estadio de unión y dar el paso a la unión específicamente política, la pregunta es la que se refiere a la base en la que se cimenta la unión. Los nacionalismos siguen pensando que esa base es la lengua, la cultura, el sentimiento de pertenencia, la identidad. Es decir, elementos todos ellos que funcionan como marcadores de diferencia. Por eso los nacionalismos viven de una contradicción: la voluntad de unir en base a elementos que diferencian, que separan. Por eso los nacionalismos terminan dividiendo las sociedades en las que se encuentran asentadas.

En situaciones de complejidad y pluralismo social, de heterogeneidad social, la base en la que se pueden cimentar las uniones políticas no puede ser lo que diferencia y distingue, lo que separa, sino lo que es capaz de igualar: la ley, el derecho, las libertades y derechos ciudadanos. Estas libertades y derechos son independientes de la confesión religiosa, de la identidad lingüística y cultural, del sentimiento de pertenencia: ninguno de estos elementos puede condicionar el disfrute de los derechos y libertades fundamentales.

La orfandad política solamente se puede evitar entendiendo cuál es la verdadera patria de los ciudadanos: el conjunto de derechos, leyes, normas y procesos que regulan la res publica es la verdadera patria del ciudadano. Lo que no significa que los sentimientos de pertenencia grupal queden excluidos: pueden ser vividos y cuidados siempre que no entren en contradicción con los derechos y libertades fundamentales. En los mismos momentos en los que el lehendakari Urkullu tildaba a Europa de unión sin alma y en el que Izaskun Bilbao decía que la multa no se hubiera producido de haber sido Euskadi un Estado, el Gobierno vasco publicaba los beneficios que Europa ha supuesto para Euskadi, beneficios medidos en millones de euros. El problema es que nada de esto ha hecho mella en la argumentación del nacionalismo vasco. Nunca. Si lo hubiera hecho, la inclusión en el Estado de Derecho que es España sería incuestionable para todos los vascos, pues los beneficios económicos de todo orden son literalmente incalculables, en el sentido de que nadie se siente con fuerzas para calcularlos y hacerlos públicos con toda claridad.

Europa fue, antaño, el espacio al que había que llegar para tener garantizada la libertad. Europa era la promesa de libertad y de derecho. Entre todos la hemos convertido en la vaca que cada cual se empeña en ordeñar solo a su servicio particular. Lo peor de la visión actual de Europa es que ofrece un escape demasiado fácil a la incapacidad de los europeos de asumir sus propias responsabilidades. Nos obligaron a endeudarnos y nos obligan a ahorrar. Ni cuando nos endeudamos ni cuando tenemos que ahorrar tenemos responsabilidad alguna. Con estos mimbres no hay Europa posible.