Palabras, palabras

Empecemos mirando como positivo, como un peldaño en el camino de la paz, el contenido del último comunicado de ETA, y acabaremos viéndola como un agente político más, despojando de autoridad y de valores a esta democracia, ya de por si bastante desvalorizada con el desencuentro partidista que padecemos.

La víspera de las elecciones gallegas y tres días después de otro en el que nada original decía, ETA emitió un segundo comunicado donde se arroga el derecho de perdonar vidas. Sólo a se la perdona a unos y deja como antes al resto. Todos se pusieron a leer el comunicado con fruición, después de que una resolución parlamentaria pusiera a ETA en el foco informativo. Y habrá quien lo considere un paso positivo, insultando la moral, la dignidad de las personas, y aceptando la arbitrariedad del tirano. Pero algo se mueve, se podrá decir si se mira desde el frívolo pragmatismo que domina nuestra sociedad. El político electo, al bollo y el resto al hoyo.

Posiblemente ETA crea que ha dado un paso, máxime cuando hay muchos que desde fuera de ella así lo creen. Sin embargo, lo que nos ha mostrado es su lógica terrorífica, la lógica de los nazis, que salvaban de la cámara de gas a unos por mero capricho y se arrogaban el papel de dioses designando quiénes sobrevivirían y quiénes no. Los animosos bienpensantes dispuestos a buscar un acuerdo con los practicantes de tal lógica deberían meditar sobre los jirones del humanismo que se pueden sacrificar. El acercarnos y propiciar estos pasos en el esfuerzo de buscar una salida a la paz es dejarnos vencer en todos los aspectos importantes de nuestra convivencia, desde el moral al político.

A los nazis se les vencía o, si no, perdía la democracia y sus valores humanos. Por eso nunca hay que decir nunca más a una guerra, cuando lo que se trata con ella es de defender los valores civilizados surgidos desde la Ilustración. En este caso, ni siquiera es una guerra, sino simplemente mantener la presencia del Estado en los amplios territorios de impunidad que ETA había conseguido. La paz a cualquier precio, la asunción de un pragmatismo que pudiera consentir aberraciones como la que expresa el último comunicado, es aceptar pasiva y cómodamente la derrota. La declaración que ETA realiza ahora es mucho peor que lo que antes planteaba: antes iba a por todos los que no comulgaran con el nacionalismo vasco, ahora se arroga el derecho de perdonar la vida de algunos. Ni tenía derecho ni potestad para matar, ni mucho menos para perdonar.

Lo que puede pasar ante la orfandad ideológica que se padece en nuestra sociedad, donde el republicanismo es tan extraño como la virtud en el ciudadano, es que, efectivamente, se piense que la decisión de ETA es positiva, un peldaño en el camino para la paz, y haya muchos que así lo celebren alborozados. Un peldaño que será seguido de nuevos reconocimientos a su generosidad y talante para resolver el conflicto, como así lo llaman, hasta acabar a lo largo del proceso asumiendo su lógica criminal y la legitimidad histórica de estos años de acoso contra la democracia. Empecemos mirando como positivo el paso y acabaremos viendo a ETA como un agente político más, despojando de autoridad y de valores a esta democracia, ya de por si bastante desvalorizada con el desencuentro partidista que padecemos.

Pero ETA dijo más, aunque secundario. Brindaba con ese anuncio generoso porque celebraba la ruptura del Pacto Antiterrorista y la superación de la Ley de Partidos por la presencia de los sucesores de Batasuna en el Parlamento vasco. No está buscando una negociación, está blandiendo sus victorias con todos sus recursos propagandísticos, con la peor compostura ante cualquier negociación y con la vista puesta en domeñar al Estado de derecho y legitimarse en todas sus fechorías y planteamientos ideológicos. No es mero farol, hay que anotar al menos que ETA dispone de una sinceridad digna de los arrogantes.

Pues bien, ya se ha movido, pero en el único sentido que tantos años de totalitarismo nacionalista le permitía hacerlo. Y es un movimiento preocupante, porque demuestra la imposibilidad de conexión entre sus concepciones y la de un Estado democrático, porque cualquier paso aparente por su parte no constituye más que otra forma de imposición. Ni expresa el comunicado necesidad de superación del terrorismo, ni supone una premisa suficiente (al contrario) para conjeturar que nos encontramos ante su fin. Aunque quizás sí lo estemos. Pero no por lo que ETA expresa en este tipo de manifiestos.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 23/6/2005